lunes, diciembre 24, 2007

Felices Fiestas



El equipo de redacción de Flexiones y Reflexiones (Maximilian von Czernowitz e Ivo von Menzel) desea a todos sus lectores unas dichosas, alegres, ufanas y despiporrantes Fiestas
y un próspero, afortunado, radiante, bienaventurado y boyante
Año (el que ustedes prefieran).

jueves, diciembre 20, 2007

La soledad del corredor de fondo



El negocio familiar está instalado en un antiguo piso de la calle Muntaner.
El dueño de todo el edificio (y de otros tantos), todo un triunfador según los baremos actuales, se limita a cobrar religiosamente el alquiler.

Mari, una vivaracha y chismosa malagueña, es la portera de la finca.
A pesar del vergonzoso sueldo que le paga nuestro pudiente casero (quien, para más inri, cada dos por tres se olvida de remunerar los productos necesarios para la limpieza de la escalera), decidió, como cada año, (echando mano de su magro salario) decorar con motivos navideños el vestíbulo.

Acarreó un arbusto desde su casa y lo engalanó con unas lucecitas del todo a cien, cubrió las paredes y las puertas del ascensor con bolas de colores y guirnaldas.

Toda ilusionada le pidió su opinión a uno de los jovencitos intrépidos sobradamente preparados del inmueble, éste, en un alarde de delicadeza, le contestó que la ornamentación le parecía una horterada.
Aparte de la puñalada trapera, ni un solo inquilino (cuanto más tienen, menos gastan; o nadan en la "ambulancia" porque son de la Virgen del Puño) ha tenido la deferencia de hacerle un obsequio.

Hoy en día el desdén es moneda corriente.
La ilusión se considera una debilidad, un sentimiento pueril propio de gente corta de entendederas.
Además de no demostrarla jamás, es deber de todo ciudadano respetable chafársela (si es haciendo gala de muy mala leche, mucho mejor) a sus convecinos.
La cortesía se entiende como hipocresía.
Cualquier comentario y apreciación hay que soltarlos a bocajarro, tal como sale de dentro, no vayan a tomarnos por blandengues e insinceros.

La honestidad se ha tornado brutalidad.
Se ha perdido todo sentido de consideración, amabilidad, ternura, solicitud y deferencia.
La entrega y la abnegación (términos caducos donde los haya) ya no se consideran virtudes.
En el plano personal está al orden del día que cada cual actúe según su conveniencia y plena satisfacción.

Muchas películas y series televisivas, y la mayoría de los anuncios publicitarios, ensalzan la figura del individuo soberbio, despectivo, misántropo, insaciable, acaparador, exclusivo y egocentrista.

Partiendo de esta base es lógico que mucha gente deteste la Navidad.

Orgullosos de su ombliguismo, desprecian el espíritu primigenio de estas Fiestas.
Recibir y hacer regalos es una pérdida de tiempo (desde un punto de vista material ya tienen cuanto necesitan, los demás que se mueran), reunirse con los amigos (si quieres un amigo, cómprate un perro) y la familia supone una verdadera tortura, compartir es una supina gilipollez.

Pertenecen a esa élite que para ahorrarse trabajo y quebraderos de cabeza festejan (es un decir) los ágapes navideños fuera de casa.
¿Se les antoja algo más mustio y gélido que celebrar la comida de Navidad en un restaurante?

Son aquellos que exigen sin tapujos el tique de compra para poder cambiar el presente que nunca es de su agrado, los que se sientan a la mesa con un mohín de asco y no disfrutan con la pitanza tradicional, la flor y nata que aprovecha estas fechas para huir del mundanal ruido viajando a lugares remotos (Bali o Vietnam deben estar preciosos en Fiestas).

Los que opinan que un pesebre (con su río de papel de plata y su musgo) es una ordinariez y se indignan con los chistes malos que balbucea el familiar que tiene por costumbre apurar de una sentada la botella de coñac del lote.

Sujetos que nunca bajan la guardia, que no se sueltan jamás, que nunca se emocionan.

Curiosamente, tras su fachada inclemente afloran muchas grietas.
Harto normal.
Un servidor (sin ánimo de resultar petulante) se tiene en mucha estima, pero si tuviera que pasar las 24 horas del día en mi única e inestimable compañía, no tardaría mucho en saltar por la ventana.

El desamparo (y más cuando es autoimpuesto) es mal consejero.
Las penas, los problemas de conciencia o las dudas morales no las mitigan un traje de Armani, el último modelo descapotable, los barbitúricos y las benzodiazepinas.
La soledad no se combate volcándose en el trabajo o desembolsando si fuera menester.

Táchenme de cándido, o de trasnochado, pero sigo creyendo a hierro en el clan familiar y el cultivo de la amistad.
Disfruto (siempre en compañía de los míos) esta maravillosa época del año con la misma intensidad que cuando era un crío; poniendo año tras año el mismo disco de villancicos, empaquetando regalos y encendiendo las velas del árbol.

Adoro las luces, la muchedumbre cargada con bolsas, el que el personal luzca sus mejores galas (aunque acaben llenas de lamparones de cava y langostino) y se perfume (siempre que se haya duchado antes), los bares abarrotados, los sorteos, los puestos y ferias navideñas.

Me encanta reunirme con aquellos parientes y camaradas a los que por desgracia ya no veo con tanta asiduidad, abrir mi casa de par en par y descorchar en su compañía una botella de vino.

En mi modesta opinión en eso consiste la esencia de estas Pascuas.

La única pega, el excesivo consumismo y el bombardo mediático al que nos vemos sometidos.

Pero que demonios, uno no ha nacido en la Albania de Enver Hoxha ni en Corea del Norte, El Libro Rojo nunca ha sido mi lectura de cabecera, y no me negarán que produce cierta satisfacción fulminar la cuenta, la tarjeta y la paga doble con el único propósito de hacer felices a los que te rodean.

Y si en su condición de mileurista le ahogan las deudas, piense que mientras usted lo pasa en grande acompañado de sus allegados, el lobo estepario y el tiburón lo único que esperan es que su piscoanalista regrese de su periplo vacacional.

Y si ni eso le consuela, le recomiendo encarecidamente recite a modo de mantra estos versos de los descacharrantes Beatles de Cádiz:

Hablemos del jamón,
de lo que vale.
De la primera vez
que lo probamos…


¡Felices Fiestas a todos!

martes, diciembre 18, 2007

Fortunas y adversidades de Sherlock Holmes



A pesar de su fama, o quizá precisamente por ella, Sherlock Holmes fue un incomprendido, y nadie puede saberlo mejor que yo, su fiel amigo e inseparable compañero en tantas aventuras.
Su proverbial sagacidad aplicada a los asuntos criminales hizo de él el mejor detective de Europa; pero me atrevería a decir que los mismos éxitos de su brillante carrera oscurecieron su perfil humano.

Él quería que fuese así, que el público lector que sólo podía conocerle por mis crónicas, le viera como una máquina deductiva, infalible y casi inhumana; o sobrehumana, porque no era ajeno a una pretensión no poco pueril, si se me permite opinar, que algunos psicólogos modernos han llamado la fantasía de la omnipotencia.
Por otra parte, el cultivo de su leyenda protegía su intimidad, de la que era muy celoso; sus sentimientos debían permanecer ocultos, sus errores y fracasos también, venía a ser, como a él le gustaba decir, un personaje de palo más quimérico que real. Eso ha permitido que se formularan hipótesis tan grotescas como la que supone, risum teneatis?, que nunca existió.

Hoy, cuando ya no está entre nosotros aquel hombre singular, aquella mente privilegiada, después de muchas vacilaciones doy a conocer unos episodios inéditos de la vida de mi llorado amigo; episodios cuya publicación hubiera sido impensable mientras vivió, ya que me prohibía tajantemente hablar de aspectos suyos que pudieran humanizarle mostrando sus debilidades.

"Cuando yo ya no esté, querido Watson, cuente de mí lo que quiera", me dijo un día, "aunque sea verdad…".
Y agregó con una sonrisa cómplice y burlona:
"Todos sabemos el concepto tan relativo e inseguro que tienen de la verdad ustedes los escritores".

Aquí se verá, pues, a Sherlock Holmes en su vida privada, con sus paradojas, rarezas y contradicciones, digamos que el mito en carne y hueso, a menudo, ay, incapaz de resolver los enigmas y las dudas de su propio corazón.
¡Porque lo tenía, aunque le horrorizaba la idea de que alguien lo supiese!
Estas páginas, que son un homenaje a su verdadera personalidad, corroboran también mi convencimiento de que él mismo fue mucho más misterioso e interesante que los casos con los que se enfrentó.

John H. Watson



En contadas ocasiones uno tiene la fortuna de leer un libro de un autor contemporáneo y disfrutarlo tanto como si leyera un clásico.
Generalmente, sus autores no se prodigan en los medios y, tal como apunta en este caso el editor, a pesar de su fecunda obra, son de los escritores más secretos.

Carlos Pujol, nacido en Barcelona en 1936, es uno de estos casos.
Doctor en Filología Románica, profesor de literatura durante quince años en la Universidad de Barcelona (qué tiempos aquéllos), ejerce la crítica literaria desde 1969 (en la actualidad en ABC) y es asesor literario del Grupo Planeta (una de las contadas personas en ese conglomerado que sabe de literatura) desde hace decenios.

Carlos Pujol es autor de varias novelas (la última, Los días frágiles, cuenta con humor las desventuras de un exiliado español en las jornadas previas a la entrada de las tropas nazis en París), de varios volúmenes de ensayos sobre literatura inglesa y francesa (es especialista en Voltaire, Saint-Simon, Balzac y su añorado Joan Perucho) y ha traducido al español a Shakespeare, Racine, Ronsard, Baudelaire, Verlaine, Stevenson, Proust, Hemingway y Simenon…

Un verdadero lujo entre nuestras letras catalanas tan proclives al costumbrismo y la autoadulación.
Para este fin de año la editorial de Palencia Menoscuarto nos regala unos fantásticos relatos suyos con Sherlock Holmes y el Dr. Watson como protagonistas.

Uno ignora si Carlos Pujol tenía en mente la para mí la mejor adaptación a la pantalla grande de las aventuras del detective de Baker Street, La vida privada de Sherlock Holmes de Billy Wilder (a pesar de que Wilder repudiara la película).
Tanto Wilder como Pujol nos presentan a un Holmes humanizado y desmitificado, tocando su adición a las drogas, sus fugaces enamoramientos y también sus fracasos.
Con su profundo amor por el mítico personaje nos muestran su lado más vulnerable, más cercano.
Su editor escribe con acierto: "Con una prosa rebosante de inteligencia y amable ironía, Carlos Pujol nos dibuja, a través de la mirada del doctor Watson, a un humanizado Sherlock Holmes, con sus paradojas, rarezas y contradicciones, incapaz de resolver los enigmas de su propio corazón."

Como ha escrito un crítico sobre Carlos Pujol "hay una forma de inteligencia, hecha de ironía, prudente distancia, elegancia en el decir, justeza de tono, que la literatura inglesa ha ido atesorando en sus grandes clásicos y que resulta inconfundible para el lector.
Nadie escribe la conversación amable o la sutileza sarcástica como ellos.
Excepto Carlos Pujol."

En estos dieciséis cuentos, que prologa el mismo John Watson, se nos presentan diferentes casos, que no son importantes en sí mismos, sino porque nos muestran diversos aspectos de la personalidad del gran Holmes.

Guiños continuos a Shakespeare y Cervantes, un industrial catalán de Sant Gervasi a la búsqueda de un tesoro, Holmes y su(s) fantasma(s), la pertinaz soltería del detective, Desmond Burbujitas, el tedio vital (el sello de los grandes soñadores), la ficción y el arte de escribir (o cómo la vida corrige la ficción y la ficción crea la vida), los gatos de Gibbon, Holmes vestido de cura…
Elegantes y equilibrados, estos cuentos cuentan de Holmes lo justo y en penumbra queda todo aquello que no se ha dicho, pero que el lector intuye (si quiere o puede). Cuentos que entretienen y que incitan a reflexionar sobre la creación (literaria).

Como no podría ser de otro modo yo siento debilidad por el último cuento del volumen, La Gran Guerra.
En la primavera de 1916 el Dr. Watson cubre el frente francés como inspector de condiciones sanitarias (Tampoco creo que nuestros informes sirvieran de mucho, el gobierno nos había dado licencia para mirar, pero no para decir cosas desagradables, porque el patriotismo era muy quisquilloso).
Conversando con un aristócrata francés, Guy de Saint-Hilaire, un animal de ciudad que añora los viejos tiempos de antes de la guerra, Watson se encuentra con Holmes, que debe llevar una información secreta (sobre una espía rusa) al jefe del servicio secreto francés.
Watson le reprende que no tiene edad para esas aventuras y Holmes contesta tajante: "¿Por qué no? Uno tiene la edad que quiere tener, ni un día más".

Al acabar estos dieciséis deliciosos cuentos uno, que desearía que no terminaran nunca, no puede dejar de pensar en la frase de Billy Wilder, cuando respondía a la pregunta de un entrevistador de qué le parecía que la productora hubiera recortado su película alegando que era demasiado larga:

¡Demasiado larga, demasiado larga, para la gente todo es demasiado largo, excepto la vida y la polla!

Maximilian von Czernowitz

viernes, diciembre 14, 2007

Cuando a uno le dan la pimporrada



En verdad qué mal informan nuestras televisiones.
Son exhaustivas con lo nimio y superfluo y suelen quedarse cortas con lo interesante.
Con motivo del incidente entre Hugo Chávez, Zapatero y
el Rey en Santiago de Chile, no ha habido una sola capaz de ofrecernos resumido, en una secuencia montada al efecto, lo que había sucedido antes del incidente mismo, para que pudiéramos explicárnoslo en su justa medida.

Según algunas informaciones de prensa, no era la primera ni la segunda vez que Chávez, con su habitual grosería, interrumpía a quien estuviera en el uso de la palabra, y además, cuando la había él tenido, como es su megalómana y narcisista costumbre, la había acaparado durante larguísimo rato (ya saben que en su país, Venezuela, obliga a todas las cadenas a sintonizar con él cuando le da por exhortar y cantarle rancheras al pueblo con su voz espantosa y desafinada –por martirizarlo, en suma–, a lo largo de cinco, seis y hasta más de siete horas seguidas:
el charlatán por antonomasia, en todos los sentidos del término.
Un obseso loco del micrófono, vamos).

Sin esa secuencia de lo previo, es difícil hacerse idea del hartazgo que debía de tener el Rey, así como los demás presentes, más diplomáticos o temerosos que él. Francamente, lo comprendo.

Pocas cosas sacan más de quicio que esas personas incapaces de callarse un segundo, de escuchar un instante, de hacer una mínima pausa, esas ametralladoras que todos hemos sufrido alguna vez en la vida y que nos han llevado a casi gritar, a largarnos o colgar un teléfono abruptamente.

Y si quien, además de eso, resulta tener una voz estridente o desagradable, entonces me siento tentado de exculpar hasta el homicidio.
El Rey, al fin y al cabo, se limitó a espetarle al verborreico:
"Pero, ¿por qué no te callas?" (El "pero" resultó casi inaudible y por eso no parece haberlo captado nadie, pero ahí estaba, para los de más fino oído.)
Bien es verdad que el asunto habría tenido menos transcendencia si el Rey le hubiera dicho a Chávez:
"Pero, ¿por qué no le dejas hablar?", refiriéndose a Zapatero.
O si, al menos, no lo hubiera tuteado.

A estas alturas Don Juan Carlos debería saber que ese tuteo al que tiene discutible derecho con todos sus conciudadanos no lo tiene con quienes no lo son, y que en el extranjero produce un pésimo efecto.
Hace no mucho lo criticó Jacques Chirac por eso, y no es de extrañar, siendo Francia un país en el que el "usted" todavía rige casi siempre: a veces, incluso, entre los compañeros de colegio.

Pero, con todo y con eso, el Rey nos ha dejado una frase inolvidable (no puedo contener la risa cada vez que veo las imágenes), dedicada certeramente a quien más se la merece, es decir, a quien tiene por oficio no cerrar nunca la boca y dar una pimporrada infinita a los venezolanos y, en menor grado, al mundo entero.

La cantidad de veces que Hugo Chávez va a tener que oírla a partir de este incidente es un acto de verdadera justicia retórica. Una vez recuperada el habla –se quedó mudo, milagro, durante unos instantes–, Chávez volvió a su catarata habitual de sandeces, y no se le ocurrió otra cosa que recordar que él era tan Jefe de Estado como el Rey, sólo que a él se lo había elegido.

Se le olvidó añadir que su elección se produjo tras beneficiarse de un indulto incomprensible y salir gracias a él de la cárcel, a la que había ido a parar por su intentona de golpe de Estado militar en 1992, que causó varios muertos y le supuso un delito de alta traición a su patria hoy tan querida.

El Rey, en cambio, impidió y frustró un golpe de Estado militar en 1981.
Salvando las distancias ideológicas (en el fondo no muchas), que Chávez sea Presidente de su país viene a ser como si el de aquí fuera Tejero.
No sé si se lo imaginan.

A raíz de este incidente, y también con anterioridad a él, se ha puesto de moda en España meterse con el Rey y su familia, desde diversos flancos:
los chuscos sin ingenio de una revista, los independentistas más incendiarios, los programas de chismorreo llenos de periodistas cenutrios, la Conferencia Episcopal a través de su Monaguillo Colérico. Hasta la Presidenta de Madrid, Aguirre, le ha hecho reproches al Rey, en plan palurdo.
Y el perennemente obtuso ex-portavoz Anasagasti ha tildado a su familia de "parásitos y vagos", cuando, a tenor de lo que vemos sólo en televisión, esa familia no para, y encima ha de chuparse unos rollos que cualquier ser normal pagaría por ahorrarse:
¿ustedes conciben lo que ha de ser que cualquier caprichoso o idiota requiera su presencia y se dedique a darles la vara?

Políticos, diplomáticos, empresarios, académicos, inauguradores, dueños de fábricas que hay que visitar con casco puesto, afectados por calamidades, enfermos, periodistas, banqueros, militares, pseudocortesanos.

Ni un mal gesto, ni una renuencia o desplante se ha visto a los miembros de esa familia a lo largo de treinta y dos años.
Por no hablar de los muchos contratos que al parecer el Rey consigue en sus visitas al extranjero.

Jamás he sido ni seré monárquico, sino de convicción republicana.
Pero, tal como está este país, y tal y como son estos Reyes, creo que hay que agradecer que existan y –como dice la Constitución– que "reinen", aunque no se sepa ya bien qué es eso y la fórmula esté más o menos vacía de contenido.

Javier Marías - El País Semanal

jueves, diciembre 13, 2007

Negra suerte



La música negra ha sufrido otro durísimo revés.

Ayer nos dejó Ike Turner.

Tristemente célebre por los maltratos a los que sometió durante lustros a su mujer (Tina Turner), sus adicciones (se metió más por la nariz que Marvin Gaye y Andre Williams juntos) y sus problemas con la justicia (pasó una temporada en chirona).

Digresiones morales al margen, fue uno de los padres del rock & roll y un admirable compositor.

Obviemos sus faltas y erorres y quedémonos con su música.

¡La Moreneta lo tenga en su gloria!

miércoles, diciembre 12, 2007

Ol’ Blue Eyes Is Back



Francis Albert Sinatra
(12 de diciembre de 1915 -
14 de mayo de 1998)


¡Feliz cumpleaños, maestro!
¡Bendito sea!





sábado, diciembre 08, 2007

La culpa de todo la tuvo Yoko Ono



Soy John Lennon. John Lennon de los Beatles.
Palabras que John Winston Lennon le dirigió al policía que le socorrió instantes después de haber recibido los cuatro disparos que acabaron con su vida.

Hace 27 años que tal día como hoy que el compositor, guitarra rítmica y voz cantante de los Beatles fue asesinado a las puertas de su casa.

Transcurrido tanto tiempo sigo manteniendo la nada peregrina teoría de que Mark David Chapman a quien en realidad quería cargarse era a Yoko Ono.
No tiene sentido que un fan irredento de los Fab Four anhelara acabar con la vida de John.

El problema es que estaban de espaldas y los confundió.
La nipona, cual venenoso camaleón, había conseguido una soprendente mimetización con el artista de Liverpool.

Hay personas que se hacen querer.
No contenta con torturar a personal con sus mamarrachadas pseudoconceptuales (componer canciones que sólo existían en su mente, organizar conciertos afásicos en los que el público tenía que imaginar la música que oía), ni de torturar a todo bicho viviente con sus espeluznantes discos y sus pavorosas películas experimentales, engatusó a Lennon; alejándolo de sus queridos amigos y conviertiéndolo en un papanatas yonqui que organizaba estúpidos happenings, devolvía condecoraciones reales y le cantaba a los hippies, la paz mundial y las florecillas del campo.

Nunca volvió a ser el mismo tras su aciago encuentro con la japonesa.
Perdió el talento y la inspiración, la sana mala leche de la que siempre había hecho gala, su maravilloso y cínico sentido del humor, la dignidad, la honra y el respeto, admiración y cariño de sus compañeros de grupo.

Para colmo de males, ella fue la responsable directa de su prematuro fallecimiento.
Hoy, la muy mantis religiosa, se pega la vida padre gracias a los dividendos que cada año genera la figura de su marido.

Mark, por tu madre, la próxima vez no falles.

jueves, diciembre 06, 2007

Los que tienen que servir



Aprovechando la jornada festiva, que no ha sido del todo tal, pues hemos tenido que trabajar desde casa, mi mujer y yo hemos aprovechado para ir a comer a un sencillo restaurante regentado por unos leoneses que está a un tiro de piedra de casa.

Es uno de esos establecimientos sin pretensiones donde puedes ir a picar algo a cualquier hora del día.
Una casa de comidas (de las que por desgracia quedan cada vez menos en Barcelona) de trato familiar y sustanciosa cocina tradicional.

Al llegar a la entrada, nos ha impedido el acceso al local un fulano apostado en la puerta móvil en mano.
Ha hecho caso omiso a la petición de que por favor se apartara.
Hemos tenido que esperar a que Don Importacia diera por finalizada su imperiosa y crucial llamada para poder entrar.
Por supuesto no se ha disculpado en ningún momento.

Para nuestra desgracia, han acomodado al tipejo y a su acompañante en la mesa de al lado.
Sólo aposentar su fofo trasero en la silla se ha puesto a increpar a todo el personal.

Se ha cebado con especial saña con un camarero chino, quien ha respondido a todos sus insultos con una sonrisa de oreja a oreja, pues únicamente entiende en nuestro idioma lo que consta en el menú.

De muy malos modos, y al grito de pago lo que haga falta (bendito dinero), ha devuelto un chuletón (lo había pedido crudo y para su gusto estaba pasado) a la cocina.

He estado a punto de sugerirle que si quería algo poco hecho, lo mejor que podía hacer era zamparse alguna parte de su repugnante anatomía, pero no he querido aguarle el almuerzo a mi pareja y al resto de parroquianos.

Huelga decir que los modales en la mesa del energúmeno cuellicorto dejaban bastante que desear.

Tras abalanzarse sobre la indefensa pieza de carne (a juzgar por la velocidad a la que la ha devorado ahora sí que debía estar a su gusto), le ha soltado un par de lindezas a su partenaire (una pobre víctima), se ha ventilado un chupito y se ha largado tal como había venido.

Siempre me ha jorobado la gente que trata con desdén a los que le están atendiendo.

De casta le viene al galgo.
Mi abuelo paterno se dedicó al noble oficio de la bandeja durante muchos años, llegando a ser el orgulloso propietario de un restaurante en Andorra.
Un servidor ha pasado muchas horas detrás de una barra, y delante algunas más.

Me pone enfermo que alguien, amparándose en que al fin y al cabo va a pagar la cuenta, veje a los que le están sirviendo.

Señor mío, si algo no está su gusto, reclame, pero siempre con respeto y modales.

Es más, si va a un sitio modesto, sea transigente (no se le pueden pedir peras al olmo, y menos a precios irrisorios), y si no le gusta, no vuelva.

Estoy seguro que el gachó que paga doscientos euros por cubierto no suele quejarse, pues al fin y al cabo no sabe que demonios es esa cosa informe rodeada de babillas y espumarajos que le han puesto en el plato.

Una vez me comentó un querido amigo (quien también ha puesto más de una copa) que ser borde con el señor de la pajarita es totalmente contraproducente.
Suscribo totalmente sus acertadas palabras.
Tóquele usted la moral y se expone a pasar una temporadita en el hospital con un desajuste intestinal de agárrate y no te menees.

No molesten al camarero, ni disparen al pianista.

lunes, diciembre 03, 2007

Ring of Fire



Ring of Fire es una maravillosa canción que popularizó en año 63 Johnny Cash (aunque la hermana de su mujer, Anita Carter, ya la había grabado el año anterior).

Este fantástico tema country (por ponerle una innecesaria etiqueta) ha sido versionado hasta la saciedad (Bob Dylan, Jerry Lee Lewis, Tom Jones, Eric Burdon, Ray Charles, Sleepy LaBeef, Frank Zappa, Olivia Newton John, Dwight Yoakam, Blondie...).

Sigo quedándome con la versión de Ray Charles.

Desde mi más tierna infancia le profeso una tremenda aversión a la música country.
Sé que es un sentimiento totalmente injusto e irracional.
Hay grandes músicos que cultivan este estilo y gente muy civilizada que lo sigue.

Supongo me marcó a hierro que Granujas a todo ritmo (The Blues Brothers) fuera el primer largometraje que vi en el cine.

Mis idolatrados cowboys de primera sesión pasaron de héroes a villanos en fracción de segundos.

Los valientes se habían desembarazado de sus placas de sheriff, cartucheras y pañuelos al cuello y lucían traje negro de solapa estrecha, sombrero Permalux Fedora y gafas de sol Ray-Ban.

Ya no se liaban a tiros, perseguían a los pieles rojas ni le cantaban a las estrellas junto a una hoguera.

Ahora odiaban a los nazis de Illinois, rescataban a Cab Calloway del olvido, comían en bares de soul food, bailaban frenéticamente y huían como de la peste de la policía, los banjos y las botas camperas.

Para los malos de la película, unos tipos que iban de duros y acababan llorando a moco tendido con baladitas de Tammy Wynette, únicamente existía un sonido dividido en dos modalidades, country & western.

Puestos a que únicamente haya música de los dos tipos, mejor que la interprete un solista negro con lo que hay que tener.

¡Dales duro, Ray!

¡Feliz semana!