miércoles, octubre 31, 2007

Klemens von Truschinsky



En la calle Bleibtreu (Permanece fiel) del centro de Berlín, en el barrio de Charlottenburg y justo al lado de la famosa Kurfürstendamm, Klemens von Truschinsky regenta desde hace diez años una diminuta y elegante tienda (http://www.von-truschinsky.im-netz.de/) de calzado sólo para caballeros, hecho a mano.

Allí uno puede encontrar las mejores marcas y ser asesorado por un gran especialista (y todo un caballero) para ir a ras de suelo como Dios manda.

Y no es que von Truschinsky sea familiar mío, sino que es uno de los enigmáticos personajes que aparece en la última novela del monarca de Redonda, Javier Marías, ‘Veneno y sombra y adiós’.

Sin duda alguna el gran acontecimiento literario de las letras españolas de este otoño (y eso que ha habido contrincantes muy serios):

la Feria de Frankfurt que tuvo como invitada a la cultura catalana y la concesión del Premio Planeta (dotado con 600.000 euros) ha sido la presentación en sociedad de este tercer y último tomo de la novela de Javier Marías ‘Tu rostro mañana’.

La crítica española ha sido unánime en señalar que se trata de una obra maestra, la obra cumbre de uno de nuestros mejores novelistas, que como monarca de la isla de Redonda, se convierte en el primer jefe de estado candidato al Premio Nobel (Winston Churchill siempre tuvo por encima a la reina Isabel).

Como muy acertadamente ha afirmado Félix de Azúa “la voluminosa parte final de la trilogía de Marías es, creo yo, un ejemplo de literatura artística con la máxima exigencia, pero sin la menor pretensión de encerrarse en un territorio especializado, ese que antes se llamaba literatura de experimentación. […]
La novela de Marías debería indicar a los más escépticos que es posible la máxima ambición literaria unida a la más lúcida y simpática mirada sobre lo popular.
Y que, con mucho esfuerzo y talento, se puede demostrar su fraternidad, su mutua necesidad.”

Así, siguiendo la tradición de Cervantes y Sterne, Gogol y Flaubert, Conrad y Bernhard, entre viaje y viaje para promocionar su novela, Javier Marías contesta desde su casa en el centro de Madrid a nuestras preguntas (malintencionadamente) centroeuropeas y balcánicas.


Max von Czernowitz: Ocho años instalado en una misma ficción son muchos años.
¿No se lo han reprochado amigos y familiares?


Javier Marías: No.
Los impacientes por leer esa ficción han ido haciéndolo en 2002 y 2004, cuando publiqué ‘Fiebre y lanza’ y ‘Baile y sueño’ [los dos primeros volúmenes de la novela].
Por otra parte, no suelo dar la lata a los demás con lo que estoy escribiendo.
Quiero decir que no hablo del contenido de la obra, ni vivo las veinticuatro horas del día obsesionado con ella.
Cuando cierro la máquina de escribir soy un ciudadano normal e incluso afable.
Es posible, incluso, que esté más tranquilo mientras escribo una novela que cuando no estoy trabajando en ninguna.


MVC: Guillermo Cabrera Infante decía que últimamente le llenaba más una buena película vista en casa en DVD que la lectura de una novela.
¿Le pasa a usted lo mismo?


JM: A veces.
Depende de la película y de la novela.
Lo que sí ocurre es que, mientras uno escribe la propia, y más en un caso tan prolongado como el de ‘Tu rostro mañana’, a uno no le quedan muchas ganas de ponerse a leer tras varias horas de escribir, y resulta más apetecible descansar viendo cine. También las lecturas suelen tener alguna relación con lo que uno está escribiendo, y uno lee pocas novelas ajenas.
Para mantener la tensión y el esfuerzo de una obra tan larga, hay que llegar a creerse, además, que la que uno tiene entre manos es la única novela existente.
Por supuesto, es una ilusión que, por fortuna, se desvanece en cuanto uno pone el punto final.


MVC: En ‘Tu rostro mañana’ aparecen personajes con posibles orígenes rusos o checos, eslavistas que trabajan para el Servicio de Inteligencia británico, gitanas rumanas (o bosnias o húngaras), canguros polacas, además de referencias a Bela Lugosi, los rusos que participaron en la guerra civil española, el pueblo checo de Lídice, la batalla de Mohács…
¿Es lo que conocemos los españoles de esta parte de Europa?


JM: Pues no.
Yo conozco mucho más.
Y, por otra parte, conocer Lídice o Mohács no es muy frecuente aquí.
En cuanto a los personajes (canguro, gitana, etc.) simplemente forman parte del actual paisaje español, y si aparecen en la novela es por cuestión de verosimilitud, o, como decía Barthes, son meros “efectos de lo real”, sin mayor trascendencia.
Pero conozco bien la literatura y la música de los llamados países del Este, y entre mis compositores favoritos contemporáneos está el húngaro Miklós Rozsá, del cual creo tener casi toda su discografía, como también tengo la obra completa de Bruno Schulz, Gombrowicz, Miskiewicz, Pushkin, Gogol, Bely y tantos otros.


MVC: ¿Conoce usted alguna de las capitales del centro o este de Europa (Varsovia, Praga, Budapest, Zagreb)?
¿No se ha agarrado nunca cual borracho a una farola praguense (como don Juan Benet)?


JM: No, y quisiera conocerlas.
Sólo una vez estuve de visita en Berlín Este, hacia 1978.
Quiero decir que aún era otro país (luego he estado varias veces más, pero ya no es lo mismo que entonces, claro está).

MVC: Dejando a un lado los clásicos rusos y polacos (Gogol, Turgueniev, Tolstoi, Gombrowicz) y los austro-húngaros (Roth, Schnitzler, von Rezzori), que sabemos que admira, ¿qué autores del centro y este de Europa ha leído? ¿Danilo Kiš?

JM: Sí, he leído a Kiš y es una lástima que muriera tan joven.
También a Bernhard, claro está, a Kundera, a Škvorecký, a Hrabal, algo a Tišma y a Zagajewski.
Me alegra ver que sigue siendo, tanto la centroeuropea como la del Este, una literatura de gran riqueza.
Entre los menos famosos en Occidente, conozco al húngaro Szentkuthy, un muy interesante autor al que se ha hecho poco caso.
Y a Esterházy, y a Simić…
En fin.
Esto parece un examen.

MVC: Nos viene a la memoria un sentido artículo suyo sobre el Sarajevo de la última guerra.
¿Cómo vivió usted esa guerra?
¿Ha hablado mucho con su amigo y colega Arturo Pérez-Reverte sobre ella?


JM: Arturo Pérez-Reverte suele hablar poco de sus experiencias como corresponsal de guerra.
De vez en cuando hace alguna referencia breve, pero supongo que, por un lado, le duele recordar, y, por otro, no desea “presumir” de conocer la guerra de cerca.
En términos generales sí hablamos de esas cosas, y en el tercer volumen de ‘Tu rostro mañana’ hay un personaje, Tupra, que le debe alguna idea a conversaciones que él y yo hemos tenido cuando quedamos a cenar.
La Guerra de los Balcanes y la situación de Sarajevo las viví con la angustia de cualquier persona que asistía, aunque de lejos, a matanzas monstruosas, como casi no se recordaban en Europa, y veía que nadie estaba dispuesto a hacer nada.
Y que los líderes occidentales se pasaron media guerra o más charlando amigablemente con los responsables de las matanzas.
Es algo que uno, si puede (y en Occidente se puede, claro está), prefiere olvidar. Algunas de las cosas que se contaban recordaban demasiado, eso además, a la Guerra Civil Española, que ni siquiera mi generación, que no la vivió, ha sido capaz de olvidar enteramente.

MVC: Sabemos de su admiración por ‘La caída de Constantinopla’ de Sir Steven Runciman.
¿Hay alguna otra lectura de una batalla moderna que le haya fascinado?
¿El ‘Stalingrado’ de Antony Beevor?


JM: No sólo admiro ese libro de Runciman, sino todo cuanto escribió.
Hace poco logré hacerme con un ejemplar de uno de sus libros más difíciles de encontrar y más desconocidos: ‘A History of the First Bulgarian Empire’.
Y sí, claro que el ‘Stalingrad’ de Beevor, al igual que su ‘Berlin, the Downfall’, me parece un libro extraordinario.
Es un verdadero maestro en el arte de contar el horror sin subrayarlo, sólo a través de los hechos bélicos.

MVC: ¿Vio usted jugar a Puskás y otros húngaros que aterrizaron en España después de la Revolución de 1956 (sobre todo en el FC Barcelona)?
¿Qué recuerdo guarda de su juego?


JM: Sí, recuerdo bien a Puskás, a Kocsis, a Kubala, a Czibor, e incluso a Kaczas o Kacsas, que estaba en el Español.
Escribí un cuento sobre uno de ellos, ficticio, claro está, y es uno de mis cuentos que prefiero [En el tiempo indeciso, incluido en el volumen ‘Cuando fui mortal’.]. Recuerdo, asimismo, a un extremo del Sevilla que se llamaba Szalay, a otro jugador del Español apellidado Szolnok, a un interior del Betis, Kuszman.
Qué se habrá hecho de ellos.
Puskás era extraordinario, y eso que llegó al Real Madrid ya algo mayor y algo gordo. Pero era de una rapidez para el disparo portentosa, y contundente como he visto a pocos.
También me gustaba mucho Kocsis, gran remateador de cabeza, y Czibor, un extremo izquierda de gran elegancia.
No sé qué pasa, para que haga tantos años que en Hungría no salgan jugadores como esos.
Echo de menos al Honvéd y al Ferencváros, apenas si hoy los vemos jugar.

MVC: Mil gracias por haber atendido nuestra llamada.


Maximilian von Czernowitz

lunes, octubre 29, 2007

La risa asesina



Hace unos meses me llamó la atención (la verdad es que sólo leo detalladamente la sección deportiva de un diario matutino que se edita en Madrid: quién tuviera a mano una edición española de un diario de deportes como La Gazzetta dello Sport o L’Equipe, aunque estuviera escrito en aranés) la siguiente noticia:

Dos payasos que participaban en una función de circo en la ciudad colombiana de Cúcuta, fronteriza con Venezuela, fueron asesinados hoy a tiros por un desconocido, informaron las autoridades locales. Las víctimas, que trabajaban para "El Circo del Sol", situado en un barrio popular de Cúcuta, capital del departamento de Norte de Santander, presentaban un número ante una veintena de personas cuando un hombre saltó a la arena y les disparó, dijo el coronel José Humberto Henao, jefe de la Policía departamental.

Está claro que la profesión de payaso es una de las más peligrosas del mundo y que la Seguridad Social debería tenerlo en cuenta a la hora de las pensiones.
Sino que se lo digan a uno de nuestros mejores bufones, el Falstaff catalán, Albert Boadella, al que durante una durísima campaña de desprestigio y boicot civil, condenándolo a la muerte civil, se le han dedicado perlas como esta:

"Si tuviera que escoger entre salvar la vida de un animal o de un ser humano, empezaría por el segundo. Únicamente tendría dudas en alterar el orden prioritario si el ser humano fuera Boadella." (Remigi Casas, El Periódico de Catalunya.)

Boadella ha decidido no actuar más en tierras catalanas (ignoro si ello incluye "todos los países catalanes"), por lo que la desertización de la península ibérica continúa a pasos agigantados.

Ya el gran Juan Benet decía que la literatura debe ser siempre maldita, es decir, estar contra el poder.

Y el payaso, el bufón, el clown lo ha hecho desde hace miles de años.
Siguiendo la afirmación de Henry Bergson de que fuera de lo que es propiamente humano no hay nada cómico, lo que busca un payaso es provocar la risa, hacer emerger nuestras sensaciones y emociones.

El payaso siempre pone en evidencia al poderoso.

En la China antigua los emperadores contaban siempre con un bufón de la corte, que con gran libertad criticaba todo lo que el monarca ordenaba.
Hoy en día ello es imposible.
Nuestros dirigentes no saben lo que es el humor.

Al intentar superar sus fracasos, siempre con la vulnerabilidad a flor de piel, el payaso nos hace reflexionar sobre el estado del mundo.
Es un niño que sólo desea que los demás lo acepten, ser como ellos, no tiene ningún sentido del ridículo y es completamente espontáneo.
Y al actuar frente a nosotros nos sirve de espejo y saca a la luz, siempre con humor, todas nuestras miserias.

Y, además, médicamente está demostrado que los beneficios físicos de la risa son múltiples: pone en movimiento el diafragma, aumenta la capacidad pulmonar, fortalece el corazón, tonifica los músculos (con una carcajada se activan los cuatrocientos músculos del rostro), aumenta el riego sanguíneo, facilita la digestión…

Y además airea el cerebro, que por estos lares a más de uno le iría muy bien.

Maximilian von Czernowitz

PD. Creo que el homenaje de Ramón de España en El Periódico habla por sí sólo…

Decía Thomas Bernhard que el ser humano se debate entre las ganas de participar en la sociedad y el deseo de que le dejen en paz.

Albert Boadella eligió la primera opción, y como lo que decía no coincidía con el discurso general del territorio - es decir, el nacionalismo obligatorio o, por usar un eufemismo, el catalanismo transversal- generó una hostilidad exagerada y ruin hacia su persona de tal calibre que le ha llevado a tomar la decisión de no volver a actuar con su grupo teatral, Els Joglars, en Catalunya.

Creo que pocos como él pueden dar fe de la escasa tolerancia catalana hacia la figura del disidente, tan apreciada en otras culturas como vilipendiada entre nosotros.

Boadella acaba de publicar el libro con el que ganó el premio Espasa de este año, un ensayo autobiográfico en el que se alternan sus a menudo hilarantes batallas contra los nacionalistas con los testimonios de amor a su esposa, y que preveo que no solo será comprado por los que le tenemos aprecio, sino también por quienes le detestan, pues de todos es sabido el masoquismo de los nacionalistas y su afición a cogerse berrinches ante cualquier opinión que no es de su agrado.

Adiós, Cataluña reúne las, a mi entender, lúcidas reflexiones del señor Boadella sobre la Catalunya presente y reciente, y lo hace en un tono jocoso que es muy de agradecer.

¿Tesis principal?
La de que la acción pujolista fabricó el país que tenemos con la omisión, o acomplejada complicidad, de los socialistas, a los que el autor, quedándose corto, describe como una pandilla de pusilánimes.

Adiós, Cataluña podría ser un libro amargo, fruto del resentimiento de alguien que, como el propio Boadella reconoce, ha perdido la batalla contra lo que considera una monumental insensatez seudo-patriótica, pero no lo es gracias a un tono humorístico y displicente de gran eficacia ofensiva.

Respiren tranquilos nuestros buenos burgueses nacionalistas porque ya hay en Catalunya un disidente menos.

Y que no les quite el sueño la evidencia de que cuando a Boadella lo encarcelaba el franquismo (La torna) o le amenazaba Fuerza Nueva (Teledeum), ellos se conformaban con bailar sardanas, comprar discos de Raimon y suscribir a sus hijos a Cavall Fort.


domingo, octubre 28, 2007

El texto de Rajoy-Rovira



En vísperas del 12 de octubre, el líder del PP hizo llegar a los ciudadanos un mensaje por televisión sobre el que vale la pena detenerse.
O, mejor dicho, hacer un análisis de texto, ya que era un texto lo que sin disimulo estaba leyendo (los ojos fijos en una pantalla más que en la cámara, ni rastro de espontaneidad en su alocución).
La iniciativa fue criticada por el Gobierno, por otros partidos de la oposición y por no pocos columnistas y tertulianos: que si se creía el Rey, que si había confundido la fecha con la Navidad, que a qué venía la arenga, que si en realidad era un ataque subliminal contra Zapatero ...
Nada de eso invita a detenerse, sino el propio texto, porque es difícil concentrar en tan poco espacio semejante sarta de incoherencias, contradicciones, vacuidades y tonterías, hasta el punto de que quien hablaba parecía un híbrido, digamos Rajoy-Rovira.

"Mi deseo es que este año, por razones que todo el mundo conoce, los españoles celebremos de manera especial esta fiesta", empezó.
Ya es bastante presuntuoso anunciar cuál es el deseo de nadie, sobre todo si concierne a los demás (otra cosa habría sido decir "Deseo celebrar", etc).
Pero es que además mencionó unas misteriosas "razones" que él conocerá tal vez, pero desde luego no "todo el mundo".
Podrían ser tantas...

"Porque somos una nación y queremos celebrarlo y dejar constancia de que nos alegramos", añadió. La causalidad de ese "porque" es incomprensible, dado que España (no "nosotros") es una nación cualquier día del año y desde hace siglos, aunque el señor Rajoy-Rovira parezca haberse enterado anteayer y quizá por eso quiera celebrar la nueva, y además "dejar constancia" de que se alegra de tal sorpresa, como si a alguien le importara nada si la Gran Noticia lo preocupa, lo alarma, lo entristece o lo extasía a él, que a fin de cuentas no es más que un ciudadano particular.

"Por eso", prosiguió (otra causalidad absurda), "vamos a honrar y a exhibir el símbolo que, con la Corona (ambigua redacción: habría sido más claro escribir "junto con la Corona"), "mejor nos representa en todo el mundo: la bandera que aprobamos en 1978" (sospechoso que tuviera que especificar que no era la de Franco con águila).
"La que exhiben nuestros deportistas con orgullo" (o quizá por mimetismo o convención; los escritores, por ejemplo, no solemos llevarla cuando nos dan un premio extranjero).
"La que cubre el féretro de nuestros soldados" (como si éstos estuvieran por encima de otros ciudadanos, la mayoría de los cuales sólo cubre su cadáver con la tradicional caja de pino).
"La que saludan con respeto todos los jefes de Estado que nos visitan" (vaya cosa, faltaría más, que Putin o Sarkozy se limpiaran los dedos con ella).
"El símbolo de la nación libre y democrática que formamos más de cuarenta millones de españoles" (menos mal que no la forman tunecinos, estonios o congoleses).
"La bandera de todos, porque en ella estamos todos representados" (aquí una falacia deliberada, pues el propio Rajoy-Rovira es el primero en quejarse de quienes, siendo españoles, queman la bandera y no la sienten como propia).

Pero aquí comenzó lo mejor: "Yo estoy orgulloso de ser español".
El que es español, o catalán, o vasco, o ilerdense, o lituano, o chipriota, ni está orgulloso de serlo ni deja de estarlo, porque es un hecho que no depende de su mérito ni casi nunca de su elección.
Vendría a ser lo mismo que exclamar: "Estoy orgulloso de ser varón, o mujer, o niño, o anciano, o de apellidarme Gómez, o de llamarme Jenaro".
Sólo pueden estar orgullosos de ser españoles quienes en realidad no están muy convencidos de serlo.
"Sé que los españoles también lo están", agregó, lo cual vino a ser como llamarnos a todos inseguros, inconsecuentes e imbéciles.
"Por eso" (más causalidades sin ton ni son) "pido a todos que ... el 12 de octubre lo manifiesten con franqueza".
Eligió mal la palabra "franqueza", por cierto, en un país con cuarenta años de "franquismo" a sus espaldas.
Pero lo más loco vino luego: "Y que hagan algún gesto que muestre lo que guardan en su corazón.
En casa o en la calle, de forma individual o con la familia y amigos.
Para que todo el mundo sepa lo que los españoles sentimos por España".
Se me escapa.
Si yo hago "un gesto individual en casa", no veo cómo va a saber "todo el mundo" lo que "siento por España", aparte de que al mundo le trae sin cuidado saberlo, no ya en mi caso, sino en el de cualquiera, incluido Rajoy-Rovira.

Por otra parte, si "guardo algo en mi corazón", qué sentido tiene que lo muestre y exhiba, en vez de seguirlo guardando como cosa íntima que es.
¿Y cuál podría ser ese "gesto individual en casa" (Rajoy-Rovira nos podría haber orientado un poco al respecto)?
¿Bastaría leer un Episodio nacional de Galdós?
¿Ponerse un vídeo de la selección española (menudo rollo)?
¿Tararear el himno en la ducha?
¿Un solitario brindis a la salud de Butragueño?

Aún añadió algo más el falso orador, es decir, el lector de textos: "Y que sabemos proclamarlo sin aspavientos pero con orgullo y con la cabeza bien alta".
Esto lo dijo tras soltar este mensaje que era puro aspaviento teatral, con un banderón a su espalda, con la cabeza no muy alta (estaba demasiado pendiente de la pantalla en que leía estas perlas) y con el dubitativo orgullo de quien afirma su orgullo.
Porque el orgullo, precisamente el orgullo, es bien sabido que, cuando se tiene de veras por algo, jamás se expresa ni se alardea de él.

Javier Marías

viernes, octubre 26, 2007

Nace una canción



En 1961, Johnny Mercer y Henry Mancini compusieron la canción Moonriver para la banda sonora de Desayuno con diamantes.

Hay una secuencia de la película en la que Audrey Hepburn canta este tema acompañada de una guitarra (que por supuesto no toca ella).

El director, Blake Edwards, consideró que la voz de Audrey no era la más apropiada, e insistió que la doblara una vocalista profesional.

Mancini amenazó con abandonar la película si no entonaba la actriz la melodía.
El autor consiguió salirse con la suya.

Muchos solistas de contrastada solvencia han desgranado después esta magnífica balada (Danny Williams, Frank Sinatra, Sarah Vaughn, Andy Williams, Paul Anka, Perry Como, Judy Garland, Bobby Darin; incluso se atrevió con ella el inaguantable Morrisey).

Aptitudes vocales al margen, creo que nadie ha conseguido superar la espontánea interpretación de Miss Hepburn.

¡Feliz fin de semana!

miércoles, octubre 24, 2007

Alarma en el expreso



El séptimo arte y el ferrocarril siempre se han llevado de maravilla.

Lo primero que se detuvó a mirar, y fijó para siempre una cámara, fue la llegada de un tren a una estación.

La primera ficción cinematográfica, filmada en 1903 por Edwin S. Porter, se título Asalto y robo de un tren, cinta (bendita sea) que inició el género del western (género de géneros).

El ferrocarril constituye uno de los apartados esenciales de las películas del Oeste.

Vehículo de una leyenda y metáfora del período histórico en que los colonos europeos se expansionaron en Estados Unidos, arrebatando a tiro limpio las tierras a los indios, sus dueños ancestrales.

Resulta casi imposible encontrar algún filme sobre este tema (El caballo de hierro, Union Pacific, Sólo ante el peligro, El tren de las 3:10 o El último tren de Gun Hill, por citar algunos) en el que una locomotora no atraviese la pantalla.

La historia del cine está plagada de vagones y estaciones (de El maquinista de la General al Emperador del Norte, pasando por El expreso de Shanghai, Un marido rico - también conocida como The Palm Beach Story -, Berlin Express, Deseos humanos o Trenes rigurosamente vigilados) que inciden de manera brutal en las vidas de los protagonistas de las miles y miles de historias que se han filmado desde que este arte se inventó.

El tren juega un papel destacado en cinco magníficas películas del maestro Alfred Hitchcock (Alarma en el expreso, Sospecha, La sombra de una duda, Extraños en un tren y Con la muerte en los talones).

De un tren se puede huir, siempre se puede saltar en marcha (no lo prueben a bordo de un avión) o tirar del freno de emergencia si dan contigo tus perseguidores.

Resulta además un magnífico escondite, ocultándose en uno de sus múltiples compartimentos o dejándose ayudar por alguna bella desconocida asidua al vagón restaurante.

En un tren la vida se encierra en un microcosmos y las tensiones se concentran, desde un tren se ve pasar el mundo.

Hace días que la televisión emite sin cesar las terribles imágenes captadas por una cámara de seguridad de los Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya.

Las mismas muestran como un hijo de mala madre, siempre móvil en mano (signo de estos tiempos), agrede con fría brutalidad (y sin soltar el teléfono) a una chica ecuatoriana que viaja sola (a excepción de un joven incapaz de reaccionar paralizado por el miedo, algo harto comprensible, no somos héroes) en el mismo vagón.

Tras propinarle golpes, patadas y cubrirla de lindezas, el energúmeno del célular se apea en su estación con una parsimonia que hiela la sangre.

Lo más deleznable, ataques racistas al margen, es el uso mediático que se ha hecho de esta filmación.

Son los mismos medios de comunicación, en su incesable búsqueda de sangre y despojo, los que en parte fomentan este tipo de comportamiento.

Situaciones semejantes no deberían emitirse, no ultrajemos más a las víctimas.
¿Qué se ha hecho de esa palabra llamada respeto?

Lejos de tener un valor meramente informativo y de sensibilizar a la población, lo único que consiguen es darle una tremenda repercursión a la “hazaña” de tamaño descerebrado, que es al fin y al cabo lo que el muy desgraciado andaba buscando.

Me niego a creer que el tipejo desconociera la presencia de cámaras en el convoy.

De un tiempo a esta parte es lícita cualquier acción para conseguir los hoy tan ansiados quince minutos de gloria.

Pregúntenle a un chiquillo que quiere ser de mayor, un alarmante porcentaje contestará que desea ser famoso, a cualquier precio.

Todo vale.

Zurrar o quemar vivos a indigentes, vejar a minusválidos, zarandear a profesores y compañeros o apalear a ancianos, y por supuesto, registrarlo todo.

No les extrañe que el angelito del ferrocarril acabe como tertuliano en algún programa del corazón, no sería el primer delincuente que ejerce de presentador.

Si la vida la escribieran buenos guionistas, Gary Cooper (en el papel de un intrépido revisor) hubiera llegado a tiempo para repeler la paliza tumbando con un par de tremendos puñetazos al villano de marras.

Otra es que el malo de la película hubiera sido detenido y fusilado al acto por orden de algún pintoresco militar sudamericano (intrepretado por algún actor berlinés de origen judío especializado en dar vida a pintorecos militares sudamericanos).

Por desgracia las cosas no funcionan así en el descorazonador, despiadado y sórdido plano real.
La realidad siempre supera la ficción.

Con su permiso, yo me bajo en la próxima.

lunes, octubre 22, 2007

Lunes negro



Para superar el varapalo que ha supuesto el deceso de Deborah Kerr, y para empezar la semana con buen pie, les propongo esta jubilosa actuación de la actriz y cantante Pearl Bailey acompañada del inmerecidamente olvidado Andy Williams (admirable crooner).
Atención a la letra, toda una declaración de principios.
¡Feliz semana!

viernes, octubre 19, 2007

Buenos días, tristeza



El local estaba infestado de gente.
De tipos boceras y de mujeres chabacanas.
Ella, toda una señora de las que ya no quedan, esbozó una sonrisa, se disculpó y se dirigió al tocador dejando tras de sí una agradable fragancia a jacaranda.
Algunos paletos se giraron a su paso exclamándose por su distinción y su vestido de cóctel para ellos a todas luces fuera de lugar.
Su marido dio una última calada a su cigarrillo, apuró su copa de Chablis y con una inclinación de cabeza se despidió de la compañía.
La partida de tan cortés pareja dejó la mesa huérfana de alborozo y animada conversación.

Hace un par de días se fue, con la discreción de la que siempre hizo gala, una de las mejores actrices de todos los tiempos, Miss Deborah Kerr.

Algo se muere en el alma cuando coge el portante algún intérprete de los viejos tiempos.
Resulta bastante doloroso ser testigo del deceso de aquellos que nos acampañaron en nuestros tan necesarios refugios de ficción (a menudo mucho más placenteros que la realidad pura y dura).

En el desconsuelo también intervienen factores personales.

He tenido el honor y la suerte de poder mantener cierto intercambio epistolar con su esposo, Peter Viertel, a quien (aprovechando los más de treinta años que hacía que el matrimonio residía en Marbella) perseguí infructuosamente para que ambos me concedieran una extensa entrevista.

Nacido en el Dresden de entreguerras (gracias a Dios antes de que llegarán los fanáticos de la acampada), hijo de Salka y Berthold Viertel, afamado escritor (en nuestro país únicamente se han publicado tres de sus obras), pupilo y compadre de Heminghway, guionista de los mejores directores (Huston, Litvak, Hitchcock, Henry King), ex-marine, imán de amistades peligrosas (Huston de nuevo, Welles, Bogart, Dominguín, Ava Gardner, David Niven), dueño de una exquisita educación centroeuropea, viajero incansable, deportista impenitente, aficionado a la fiesta nacional e introductor de la práctica del surf en el continente; contestó siempre a mis cartas (ya es muchísimo que tuviera la deferencia de responder) con asombrosa modestia y caballerosidad.

Sirva esta semblanza que Viertel escribió en 1996 para la revista ciematográfica Nickel Odeon como sentido homenaje a tan excepcional actriz.

Os presento a Deborah

De todas las buenas cualidades, la más misteriosa, la más admirable y la más sorprendente, sin duda, es el talento.
La belleza, la inteligencia, el valor, la adaptabilidad y el optimismo se los atribuimos a los genes e incluso al entorno humano.
Pero el talento nos resulta inexplicable.
Un niño tiene sentido musical pero sus padres son incapaces de entonar una canción.
Un niño puede hacer mímica, dibujar o cantar.
Sus hermanos y hermanas destacan en otras cosas, pero carecen de cualquier don especial.
Por eso tendemos a admirar más al que tiene duende que al resto.
No es precisamente que lo queramos y mimemos, sino que le admiramos.

Sé muy bien de lo que hablo.
Deborah, mi mujer desde hace tres décadas y media, tiene un indiscutible talento; una habilidad innata para interpretar, en el escenario y en la pantalla, un ser humano que es completamente opuesto a ella misma, y hacer que su interpretación del personaje al que ha elegido dar vida sea tan profundamente creíble que al verla nos olvidemos de que es una actriz que actúa.
Y, lo que es más soprendente, posee esa cualidad desde adolescente.

Es tan convincente y magistral en sus primeros trabajos como en los que hizo más tarde en su carrera.
Porque Deborah no es del tipo de actriz que mejora con los años y aprende su oficio a medida que lo ejerce.
Si la vemos en una de sus primeras películas, El coronel Blimp,por ejemplo, uno se da cuenta de inmediato de que es tan hábil en su profesión en su primera juventud como la ha sido más tarde en su vida.

Un récord singular sólo igualado por Chaplin y Orson Welles, aunque ninguno de estos dos actores de enorme talento fue tan versátil en sus interpretaciones de personajes tan radicalmente diferentes.

Esta es otra faceta soprendente del trabajo de Deborah.
No me viene a la memoria ninguna otra actriz que haya interpretado tal variedad de personajes y los haya interpretado tan convincentemente como el tímido patito feo de Mesas separadas, la ultrajada y seductora mujer del capitán de De aquí a la eternidad, la compañera del pastor de ovejas de Tres vidas errantes, la monja de Sólo Dios lo sabe, el ama de casa viuda de The Assam Garden, por citar sólo algunos.

Hay una cualidad sobresaliente que se evidencia en todo su trabajo, una humanidad esencial, una grandeza de espíritu que se repite en todas sus interpretaciones, y la cámara no miente: su nobleza innata (si me perdonan lo que parece un halago desvergonzado), que le ha premiado con una multitud de fans muy fieles que le siguen mandando cientos de cartas al mes, incluso ahora, tras su retirada voluntaria desde hace años.

Un seguimiento de culto es el territorio de los definitivamente muertos, pero hay estrellas (si me permiten este término vulgar) que estando vivas mantienen un grupo fiel de admiradores.
Deborah es de éstas.

Lo más extraordinario de mi esposa es que en su vida privada es extremadamente tímida y retraída.
Recuerdo que, hace ya muchos veranos, Garbo vino a comer a nuestra casa de Klosters, en Suiza.
El otoño y el invierno anterior, Deborah había interpretado en Broadway Seascape, de Edward Albee, obra ganadora del Premio Pulitzer, y recordando la experiencia aquel día en Suiza, Greta le hizo una pregunta que llevaba hacía tiempo en su cabeza:
"¿Cómo lo logras?", preguntó.
"¿Cómo subes al escenario y actúas día tras día frente a todos esos extraños"?
"No soy yo quien está allí", contestó Deborah.
"Me olvido de mí, me convierto en la persona que estoy interpretando", dijo.
Garbo movió la cabeza sorprendida.
"Yo no podría hacerlo ni en un millón de años", dijo.

Deborah podría haber añadido que era una profesional, peo se abstuvo de hacer lo que hubiera parecido un comentario presuntuoso y levemente crítico de la gran actriz sueca, quien en la etapa final de su carrera no podía soportar ni que el equipo viese su interpretación y tenía el plató donde rodaba rodeado por biombos negros que protegían su intimidad.

Cuando trabajaba en el teatro, Deborah precisaba del público como un ingrediente necesario.
Tenía que influenciarle, sojuzgarle y controlarle.
Era un componente básico de su profesionalidad.
Durante las representaciones de las once obras que Deborah hizo en Londres y Nueva York, ni un solo día dejó de actuar, un récord que pocas actrices han igualado.

Admite que disfrutaba tanto actuando en vivo frente al público que, pese a que el esfuerzo de ocho representaciones semanales pasó un precio a su físico, no demasiado fuerte, acabó por decidirla a retirarse, a renunciar a la profesión que había elegido.

Tiene motivos para sentirse orgullosa de lo que ha conseguido.
Muchas noches, en nuestra pequeña casa de Marbella, sin una sola palabra de explicación, pide a su secretaria y amiga que inserte una cinta de sus películas en el video.
Luego, sin comentario, se ve a sí misma en cualquier película que quería volver a ver.

Entonces estoy seguro de que experimenta un sentimiento de satisfacción, una satisfacción que no implica nostaligia por el pasado.

Admite que fue muy afortunada durante los muchos años que trabajó.
Salvo una o dos excepciones, las películas en las que actuó resultaron buenas, y se suma a algunos de sus compañeros que dicen que aunque no les hubiesen pagado bien habrían estado encantados con su trabajo.

Marzo de 1996
Peter Viertel

martes, octubre 16, 2007

Acto de fez



Don José Luis Carod Rovira (Josep Lluis Carod-Rovira desde que pisó el seminario de Tarragona para cursar bachillerato), actual vicepresidente de la Generalitat de Catalunya, ha comparado, en una entrevista para la cadena pública alemana ZDF, a los escritores catalanes castellanoparlantes con los literatos turcos de Alemania.

"Si la cultura alemana fuera invitada a una Feria del Libro, tampoco permitirían que fueran autores alemanes que escriben en turco", declaró sin tapujos el comisario (abrumado debía estar en Frankfurt entre tanta variedad de salchicha y tan poca butifarra).

Los turcogermanos, o tudescotomanos, al igual que infinidad de inmigrantes, exiliados y desplazados (para el Sr. Rovira, “nuevollegados”) de otras muchas zonas del mundo, no se limitan únicamente a pegar tirones, traficar con drogas, correr delante de los cabezas rapadas, trabajar en la obra, repartir bombonas de butano (cuidadín en Germania con el gas), regentar tienduchos o modestas casas de comidas.

Aunque parezca mentira, en Alemania (hasta hace relativamente poco, Reich gobernado por un cabo chusquero con muy mala leche y aviesísimas nacional-intenciones), país tan o menos racista que cualquier otro (incluidos aquellos que adolecen de Estado), muchos emigrantes (y descendencia) están totalmente integrados, conviven en perfecta armonía, tienen estudios superiores, una esmerada educación y sobresalen en diversos ámbitos y disciplinas.

Desde hace aproximadamente una década, de entre las nuevas generaciones de origen turco han surgido escritores que han creado una nueva literatura, llamada antes peyorativamente Gastarbeiterliteratur (literatura de emigrantes), en la que si bien unos pocos escriben en turco, la mayoría lo hace en lengua alemana y goza de gran aceptación entre los lectores germanos.

Entre ellos, Feridun Zaimoglu, Rafik Schami, Aras Ören y Yüksel Pazarkaya.

La película que ha representado a Alemania en Cannes y lo hará en la pugna por el Oscar a la mejor película extranjera, Auf der anderen Seite (Al otro lado), está firmada por el conocido director Fatih Akim (por la sonoridad del mismo se puede colegir que no es precisamente un nombre bávaro).

Estarán de acuerdo (desde una óptica carodiana) en que escritores turcos también son (además del Premio Nobel, Orhan Pamuk, exiliado en Estados Unidos tras haber sufrido en repetidas ocasiones amenazas de muerte por insultar y debilitar en sus escritos la identidad turca) Josep Pla, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Félix de Azúa, Franz Kafka (nacido en Praga y escritor en lengua alemana), James Joyce (irlandés de pura cepa que prescindió del gaélico y se pasó al inglés), Joseph Conrad (polaco que escribió en la jerigonza de Shakespeare) o Vladimir Nabokov (ruso que en un momento de su vida cambió al inglés como idioma literario).

Pero eso no fue todo.

Faltaba el campanazo.

Tras su pasión turca, henchido de bandera, le entraron unas ganas locas de invadir Polonia y proclamó la presencia (sin invitación previa) de la cultura catalana en la Bienal de Venecia de 2009.

Vaticinó además que Cataluña sería el primer país sin Estado, tras Escocia y País de Gales, que tendría a partir de esa fecha un pabellón propio en el certamen artístico.

"Venecia no invita culturas, sino países", matizó.

Curiosamente , tanto escoceses como galeses se limitan a alquilar un espacio en lo que se llaman "Eventos colaterales" dentro de la Bienal.

Al paso de ese anuncio salió el presidente de la Fundación de la Bienal de Venecia, Davide Croff, explicando que esa exposición de arte tiene "un detallado reglamento" sobre la participación "de Estados, entes y organizaciones" y que cuando le llegue "la propuesta formal de la región autónoma de Catalunya, la valorarán".

Claro que la mayor dificultad consistirá en seleccionar a los artistas invitados, pues resulta arduo difícil dictaminar como se pinta, esculpe, se baila o se toca un instrumento en catalán.

Las reacciones no se han hecho esperar.

Josep Bargalló, director del Instituto Ramon Llull, ha presentado su dimisión tras la entusiástica y fervorosísima patochada.

Cuanta incomprensión y rechazo provocan la defensa de la pureza racial, la salvaguardia de nuestro sentir nacional y la vindicación de nuestros más ancestrales acervos, tradiciones y usanzas.

Somos mártires de nuestra propia circunstancia.

Acosados y vejados por nuestra raigambre y oriundez, nuestro pasado glorioso y nuestro germen sobrehumano.

Por nuestras catalanas venas corre la misma sangre que manando de mortal e imperial herida alumbró nuestra sacrosanta enseña.

Y ellos, duros de mollera, siguen sin entenderlo.

Mejor hubiera sido no salir jamás de Cambrils.

viernes, octubre 12, 2007

Humillación



Pal Pilar sale lo mejor,
los gigantes y la procesión.


La altura intelectual de la frase del opositor Rajoy sobre el orgullo de ser español se aprecia muy bien cuando uno dice qué orgulloso estoy de que me haya tocado lotería.

Sí tiene sentido pleno, en cambio, que uno (como yo todos los días) se lamente de ser español y de no haber sido, en consecuencia, otra cosa mejor.

Yo soy el que se lamenta de su perra suerte con la lotería.

Nivel analítico al margen hay algo intolerable en el fragmento de zarzuela que ha cantado el líder en las vísperas del Pilar.

"Sé que los españoles también lo están [orgullosos de serlo]".

Tras aplicar todos los decapantes, lo que queda del nacionalismo, la unidad irreductible, es semejante totalidad viscosa, la evidencia de que un extraño acaba de meterse en lo más íntimo de tu casa para darte algunas instrucciones.

Es interesante observar cómo la frase medular no puede enunciarse de ningún otro modo, cómo en su abrasivo imperio no permite matices.

Por ejemplo: "Sé que la gran mayoría de españoles se sienten orgullosos de serlo".

¡Imposible! Es una frase que avanza como un Ejército, sin tolerar deserciones.

No es una frase, claro, sino un clarín, claro.

Todo es desdichado en la zarzuela.
Para empezar, el forzamiento del carácter.
Rajoy es un irónico.

No podrá olvidarse el día que le preguntaron por sus canales de información y mientras el amaestrado declinaba la lista de medios del Grupo Prisa (oh, tiempos!, oh, mores!) nuestro irónico iba mariposeando hasta que recaló en el diario Marca.

¿Quién le ha puesto, entonces, ante el patético esfuerzo de estirar el brazo más que la manga, ante semejante escenario de simulacro (un institucionalismo falso, un presidente falso, una cordialidad falsa, un énfasis falso, una... francesilla --una sarkozyniana-- falsa), quién lo claveteó, digo, delante de tal apoteosis de cartón piedra sin pararse a pensar que cualquier seria palabra pronunciada en esa Nochebuena en Otoño quedaría automáticamente embadurnada, lisiada y desmentida por el ambiente?

Sin embargo, la peor consecuencia del rapto (miren fijamente estas palabras, a ver si encuentran algo: "Porque somos una nación, y queremos celebrarlo, y dejar constancia de que nos alegramos") será para los que de verdad, y a pesar de todas las advertencias de la razón, sientan el orgullo de ser españoles.

Jamás nadie de su rango había glosado, cantado y espolvoreado España, ¡oh orgullosos!, con léxico y afecto provincial.

Este voluntarioso e ilusionado presidente de una autonomía llamada España.

(Coda: "El no nacionalismo es ante todo un hecho sociológico (con o sin dimensión política y plasmado, además en ideologías diferentes: liberales, comunistas, autoritarias...).

Existe por una simple razón: porque los hombres no necesitan politizar su identidad (o su etnicidad) ni para explicarse su dimensión social ni para instalarse en su propia circunstancia" Juan Pablo Fusi, Identidades proscritas).

Arcadi Espada

jueves, octubre 11, 2007

Martini Legends



Damas y caballeros,

no se pierdan la celebración del septuagésimo quinto aniversario del Circuito de Montjuic.

Domingo, 14 de octubre.
A las 12:30 h del mediodía.

Actuación musical (¡Vuelven las matinales!) a cargo del conjunto de corte moderno Los Soberanos .

Emplazamiento: Plaza Carles Buigas, frente a la Font Magica en la Feria de Montjuic.

Entrada libre, degustación gratuita de vermú (las anchoas y los mondadientes se los traiga cada cual).

Se requiere, para poder acceder al recinto, que todos los asistentes vayan vestidos de época (décadas comprendidas entre los años 30 y 70).

La ocasión la pintan calva.

No se presenta cada día la oportunidad de poder soplar por la patilla, convenientemente vestido, con música en directo, en domingo y en horario infantil.

En el entreacto se procederá a la quema de una foto del Rey.
¡Arda Elvis!
¡Loado sea Bruno Lomas!

¡Desháganse del sofá!

¡En el Día del Señor también está permitido bailar!

¡Cinco por el precio de uno!

¡Anímense, pollos!

Les esperamos.

Atentamente,

La Dirección

martes, octubre 09, 2007

Yo soy la morsa



La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en llevar a cabo otros planes.
John Winston Lennon
(9 de octubre de 1940 -
8 de diciembre de 1980)

viernes, octubre 05, 2007

El Greco



Pianista a las órdenes de Benny Goodman, selecto crooner, habitual de Las Vegas, actor circunstancial y amiguete de los miembros del Rat Pack.

Disfruten de Buddy Greco en su mejor momento.

¡Y en sistema Scopitone!

¡Bárbaro!

¡Feliz fin de semana!

jueves, octubre 04, 2007

La pulga



De un tiempo acá en el mundo de fútbol se han puesto de moda dos tipos de jugadores (hablo de actitudes, no de juego), que a mi parecer pervierten la figura primigenia (e ingenua) del futbolista.

Me explico: por un parte tenemos el jugador macarra, achulado y con apariencia andrógina (lleno de tatuajes y todo tipo de abalorios para sujetar su melena), que parece que quiera demostrar a toda costa que ha asumido con toda naturalidad el glamur que le ha conferido el dinero que ha ganado a espuertas (véase Beckham y seguidores como Sergio Ramos).

Por otra parte tenemos el jugador socialmente comprometido, con inquietudes políticas, que aboga por la concordia y el diálogo, de aspecto alternativo (esos tejanos rotos mileuristas), que a la menor oportunidad recomienda una lectura, para que el mundo vea que el deporte no está reñido con la cultura (creo que aquí fue Guardiola uno de sus artífices, Oleguer sería la versión más basta y Thuram la más cosmopolita o globalizada).

De esta forma nos comunican que ellos son futbolistas, pero no palurdos, y que destacan de entre la masa de jugadores analfabestias.

Debe ser síntoma de los tiempos que nos han tocado vivir.

La gente ya no asume responsabilidad alguna y no acepta la realidad (eternos adolescentes), por lo que siempre está uno fuera de su tiesto.

Uno recuerda con nostalgia esos emigrantes analfabetos que llevaban treinta años fuera de su pueblo y hablando parecía que citaban a Lorca, que antes de que llegara el etiquetaje bio ya se alimentaban mejor que cualquier macrobiótico de nueva hornada y que en sus juicios eran casi siempre ecuánimes.

Su descendencia ya ha adoptado las formas aparentes (véase a nuestro Excelentísimo Presidente de la Generalitat catalana, que no habla catalán en la intimidad, pero que no se atreve a pronunciar un solo vocablo de su lengua materna en el Parlament, a no ser que se le escape, claro está).

La gente no acepta con naturalidad su paso por el mundo y eso también afecta a los futbolistas.

Así que uno añora a esos jugadores sencillos, sin ínfulas, que lo que tenían que decir lo decían en el terreno de juego, y después se iban a casa y no se atrevían a opinar sobre política, conflictos bélicos o filosofía.

Supongo que la figura de alguien como Kubala, aquel jugador de la minoría húngara de Eslovaquia, que se pegaba unas farras de órdago, pero no por eso no se dejaba la piel en el campo, ya son pretéritas, por políticamente incorrectas.

A Maradona se le fue la mano con las drogas y Cruyff tuvo que dejar el tabaco por los chupa-chups, pero al menos uno quisiera ver la sencillez en el trato (que desde siempre han unido a alguien de abolengo con un campesino) en los jugadores jóvenes, esos que han crecido en la calle y que siguen siendo iguales jugando en el patio de su casa que frente a cien mil espectadores.

Uno no es de un equipo por bandera, patria o simpatía, sino por familia.

Normalmente suele ser el padre o el tío que inocula el virus futbolero en su prole.

Mi señor padre es un culé indomable, de los antiguos, que como la vieja Anka de Claudio Magris, se contradicen cada dos por tres en la defensa de sus colores.
De pequeño mi señor padre ponía la radio los domingos para sintonizar los partidos del Barça y alguna que otra final mítica en blanco y negro (los Mundiales los seguíamos por nuestra cuenta, pues a él lo que le importaba y le importa es el Barça).

Así que sin quererlo (como a ese mexicano ilustre que le regalaron un llavero del Barça y desde entonces es hincha de este equipo) uno se hace de un equipo sin quererlo y, a pesar de todo lo que pueda representar y los presidentes-fantoche que tenga que aguantar, ya no puedo abandonarlo.

Por eso mismo, y gracias a que Dios es redondo, en ocasiones muy contadas, y siguiendo la estela de los Di Stefano, Kubala, Puskas, Pelé, Cruyff y Maradona, uno asiste como a un milagro de la Virgen de los Desamparados a la aparición de esa clase de jugador, que como un personaje de Juan Marsé, ha crecido en la calle y su fútbol lo demuestra.

Leo Messi, denominado La Pulga por su corta estatura, nació un 24 de junio de 1987 en Santa Fé, Argentina.

A los trece años dejó los estudios y cruzó el charco para fichar por el FC Barcelona, que le ofrecía continuar su formación como futbolista en La Masía y costearle un tratamiento para paliar los problemas de crecimiento que sufría.

Con dieciséis años debutó en el primer equipo del FC Barcelona y, desde entonces, su progresión ha sido imparable.

Con veinte años ha conseguido incluso eclipsar a un astro mundial como Ronaldinho.

Es tímido y no le gusta atender a los medios, pero cuando sale a la cancha se desmelena y nos hace disfrutar con su juego vibrante y descarado.

Le dan patadas por todas partes y hasta los defensas más bregados (los italianos) no pueden con él (lo llaman Il diavolo).

Dicen por allí que con el tiempo este jugador fanático de la play-station se estropeará, que la fama y el dinero le girarán la cabeza. Puede ser.

De momento disfruten ustedes del fútbol que atesora en sus pies.

Y cuando acabe el partido y no queden ya cervezas léanse (si están más o menos sobrios) una de las Historias del calcio de Enric González.

Por un día, habrán hecho algo que valga la pena.

Maximilian von Czernowitz

miércoles, octubre 03, 2007

La extraña pareja



Existen parejas letales.

No teman, no voy a hablarles de Diana de Gales.
¡Dios guarde muchos años los soberbios soplillos del Príncipe Carlos!

Conyuges que acaban anulando la identidad de la otra persona.
Frustados dictadorzuelos y avinagradas señoritas Rottenmeier.

Individuos por lo general acomplejados y envidiosos, celosos de la idiosincrasia y valía de su compañero.

Seres ruines, resentidos, intransigentes y peluseros que sirviéndose de malas artes y del chantaje emocional acaban vampirizando a su media naranja.

¿Qué le pregunten a John Lennon?
De mal en peor desde que tuvo la desgracia de conocer a la arpía de Yoko Ono.
El más carismático de los Beatles acabó a la greña con sus inseparables compinches y se hundió en el infierno de las drogas duras, convirtiéndose en un mameluco barbudo abanderado de causas totalmente insensatas.

No contenta con eso, la bruja japonesa redujo al antaño temperamental y rebelde rockero a la categoría de maruja encantada con sus quehaceres domésticos.

La muerte en vida para el genial músico.

Y la guinda del postre.
De todos es sabidos que Mark David Chapman (le sentó bastante mal, como a muchos, la lectura de El guardián entre el centeno) los confundió al verlos de espaldas (tras años de convivencia se habían mimetizado) y se cargó a quien no debía.

¡Funesta equivocación!

Es un dislate pensar que Chapman (incondicional del cuarteto de Liverpool) tuviera la menor intención de asesinar a su admirado Lennon.
Él quería darle matarile a la nipona, harto como estaba de su codicia, su petulancia, sus insoportables gorgoritos y sus mamarrachadas conceptuales.

Por lo que más quieras, la próxima vez no falles el tiro.

Otro caso sonado es el del binomio Tracy-Hepburn.

Katherine Hepburn (según Cabrera Infante solía darse seis duchas al día y sin embargo siempre tenía las uñas sucias de mugre), niña bien descendiente de colonos del Mayflower, se decantó muy pronto por la interpretación.

A pesar de su voz de pato, su histrionismo y sus ínfulas shakespirianas, gano cuatro Oscars y fue nominada doce veces a lo largo de su extensa trayectoria, récord únicamente superado por la abominable Meryl Streep (esa enfermiza querencia por los acentos más dispares).

En los escenarios teatrales y platós, su suficiencia, engreimiento, inflexibilidad, soberbia y nulo sentido del humor le granjearon la antipatía de directores, técnicos y compañeros de reparto.

Fanática de la vida sana y consumada deportista, reprendía a todo aquel poco amante del ejercicio que veía con un vaso en la mano (y eso que la doña fumaba como un carretero).

Fingida mujer emancipada, feminista de chicha y nabo, en la intimidad siempre se mostró con los hombres excesivamente solícita y servil.

Spencer Bonaventure Tracy fue un imponente actor cinematográfico.

Espontáneo, duro, seco, vehemente, bebedor y parco en palabras; brilló con luz propia durante los años treinta del pasado siglo, década en la que llegó a interpretar la friolera de 40 películas.

Títulos de la categoría de Veinte mil años en Sing-Sing, Fueros humanos, Furia, Capitanes intrépidos, Forja de hombres (también conocida como La cuidad de los muchachos), San Francisco y Piloto de pruebas.

Fuera del set de rodaje gustaba de tomarse unas copas en compañía de la llamada Mafia Irlandesa de Hollywood (entre sus ilustres miembros encontramos a James Cagney, Pat O’Brien, Ralph Bellamy y Frank Morgan).

Entre sus muchas aficiones, la pintura, la lectura, fumar en pipa, recitar leyendas gaélicas o irse de parranda con su compinche Clark Gable (en una ocasión tuvieron a los gerifaltes del estudio al borde del infarto cuando celebraron una fiesta que se prolongó dos semanas).

En 1941 tuvo la desgracia de coincidir por primera vez con la Hepburn en el rodaje de La mujer del año.

Desde ese día aciago, compartieron vida y reparto en nueve películas hasta la prematura muerte de Spencer.

Poco a poco se fue apagando su estrella y cayó en picado la calidad de los filmes que protagonizaba.

A finales de la década de los cuarenta se hizo patente su declive físico, aparentaba bastantes años más de los que tenía.

Estudiosos y críticos achacan su decadencia a su carácter atormentado y a su desmedida afición al alpiste.

¡Calumnias!

Su ocaso se debió a un inacabable secuestro en toda regla, con síndrome de Estocolmo incluido, perepetrado por la comedianta.

Primero alejó a sus amigos a golpes (espantaba a las visitas blandiendo un paraguas acusándoles de ser una mala influencia), le quitó del alcohol permitiéndole únicamente beber una cerveza al día (Tracy le comentó en una ocasión a un periodista que sin la cerveza hubiera muerto), le obligó a trasegar ingentes cantidades de leche (que el pobre se tragaba con cubitos de hielo para disimular su sabor), le forzó a nadar en las heladas aguas del Atlántico, a montar en bicicleta y a dar agotadoras caminatas.

Por las noches, al amor de la lumbre, la diva declamaba durante horas soporíferos monólogos.

El actor (un auténtico progresista) correspondía tratándola con sumo respeto, generosidad y deferencia (todo un sufragista), como a una igual, dándole constantes consejos para que mejorara su técnica interpretativa y apoyándola en su trabajo.

Recelosa de su inmenso talento, prolongó su rapto y le alejó del mundo, minando su moral y convirtiéndolo en un hombre enfermo, avejentado, hosco y taciturno.

Su canto del cisne fue ese pastiche (supuestamente antirracista y liberal) que es Adivina quién viene a cenar esta noche, timorata comedieta donde las haya.

El corazón de Spencer Tracy dijo basta semanas después de finalizar el bodrio (todo un profesional hasta el final).

Hay amores que matan.

lunes, octubre 01, 2007

Mujeres como las de antes



Muchas veces he dicho que apenas quedan mujeres como las de antes.
Ni en el cine, ni fuera de él.
Y me refiero a mujeres de esas que pisaban fuerte y sentías temblar el suelo a su paso.
Mujeres de bandera.

Lo comento con Javier Marías saliendo del hotel Palace, donde en el vestíbulo vemos a una torda espectacular.
«Aunque ordinaria», opina Javier.
«Creo que no lo sabe», apunto yo.
Seguimos conversando carrera de San Jerónimo arriba, en dirección a la puerta del Sol.
Es una noche madrileña animada, cálida y agradable, que nos suministra abundante material para observación y glosa.
Yo me muevo, fiel a mis mitos, en un registro que va de Ava Gardner y Debra Paget a Kim Novak, pasando por la Silvana Mangano de Arroz amargo; y Javier añade los nombres de Donna Reed, Rhonda Fleming, Jane Rusell y Angie Dickinson, que apruebo con entusiasmo.

Coincidimos además en dos señoras de belleza abrumadora, aunque opuesta: Sophia Loren y Grace Kelly.

Al referirnos a la primera, Javier y yo emitimos aullidos a lo Mastroianni propios de nuestro sexo –no de nuestro género, imbéciles– que vuelven superfluo cualquier comentario adicional.
Haciendo, por cierto, darse por aludidas, sin fundamento, a unas focas desechos de tienta que pasan junto a nosotros vestidas con pantalón pirata, lorzas al aire y camiseta sudada; creyendo, las infelices, que nuestro «por allí resopla» va con ellas.

Respecto a Grace Kelly, dicho sea de paso, me anoto un punto con el rey de Redonda –me encanta madrugarle en materia cinéfila, pues no ocurre casi nunca–, porque él no recuerda la secuencia del pasillo del hotel en Atrapa a un ladrón, cuando doña Grace se vuelve y besa a Cary Grant ante la puerta, de un modo que haría a cualquier varón normalmente constituido dar la vida por ser el señor Grant.

Pero no sólo era el cine, concluimos, sino la vida real.
Los dos somos veteranos del año 51 y tenemos, cine aparte, recuerdos personales que aplicar al asunto: madres, tías, primas mayores, vecinas.

Esas medias con costura sobre zapatos de aguja, comenta Javier con sonrisa nostálgica. Esas siluetas, añado yo, gloriosas e inconfundibles: cintura ceñida, curva de caderas y falda de tubo ajustada hasta las rodillas. Etcétera.

No era casual, concluimos, que en las fotos familiares nuestras madres parezcan estrellas de cine; o que tal vez fuesen las estrellas de cine las que se parecían muchísimo a ellas.

Hasta las niñas, en el recreo, se recogían con una mano la falda del babi y procuraban caminar como las mujeres mayores, con suave contoneo condicionado por la sabia combinación de tacones, falda que obligaba a moverse de un modo determinado, caderas en las que nunca se ponía el sol y garbo propio de hembras de gloriosa casta.

En aquel tiempo, las mujeres se movían como en el cine y como señoras porque iban al cine y porque, además, eran señoras.

Con esa charla hemos llegado a la calle Mayor, donde se divisa por la proa un ejemplo rotundo de cuanto hemos dicho.
Entre una cita de Shakespeare y otra de Henry James, o de uno de ésos, Javier mira al frente con el radar de adquisición de objetivos haciendo bip-bip-bip, yo sigo la dirección de sus ojos que me dicen no he querido saber pero he sabido, y se nos cruza una rubia de buena cara y mejor figura, vestida de negro y con zapatos de tacón, que camina arqueando las piernas, toc, toc, con tan poca gracia que es como para, piadosamente –¿acaso no se mata a los caballos?–, abatirla de un escopetazo.

Nos paramos a mirarla mientras se aleja, moviendo desolados la cabeza.
Quod erat demostrandum, le digo al de Redonda para probarle que yo también tengo mis clásicos.
Mírala, chaval: belleza, cuerpo perfecto, pero cuando decide ponerse elegante parece una marmota dominguera.

Y es que han perdido la costumbre, colega.
Vestirse como una señora, con tacón alto y el garbo adecuado, no se improvisa, ni se consigue entrando en una zapatería buena y en una tienda de ropa cara.
No se pasa así como así de sentarse despatarrada, el tatuaje en la teta y el piercing en el ombligo a unos zapatos de Manolo Blahnik y un vestido de Chanel o de Versace.

Puede ocurrir como con ese chiste del caballero que ve a una señora bellísima y muy bien puesta, sentada en una cafetería.

“Es usted –le dice– la mujer más hermosa y elegante que he visto en mi vida. Me fascinan esos ojos, esa boca, esa forma de vestir.
La amo, se lo juro.
Pero respóndame, por favor.”
Dígame algo."

Y la otra contesta: “¿Pa qué?… ¿Pa cagarla?”.

© Arturo Pérez-Reverte (XL Semanal)

Mozas no muy gallardas



Tiene chiste.
El pasado agosto me vi involucrado, de refilón, en una polémica habida en un dominical -XL Semanal- en el que hace casi cinco años que no escribo y en el que además, desde entonces, se me tiene vetado (quiero decir que allí se cuidan escrupulosamente de no sacar ni una nota sobre mis publicaciones y actividades).

La cosa empezó un día de junio.
Salíamos Arturo Pérez-Reverte y yo del Hotel Palace, tras haber mantenido una charla para La Nación de Buenos Aires, cuando nos cruzamos con lo que mi abuelo paterno solía llamar "una moza muy gallarda".
Los ojos se nos fueron a los dos, no recuerdo si hacia el conjunto o el escote, y yo puse un pero: "Aunque es un poco basta".
Y añadimos, él o yo: "No sé si es que nos estamos haciendo mayores y los cánones de belleza actuales no los compartimos, o si ya no quedan apenas mujeres como las de nuestra infancia y adolescencia; si ese tipo es casi irrepetible".
Y el otro respondió: "Posiblemente sean las dos cosas.
Es a esas edades cuando uno 'fija' sus preferencias, y las nuestras están condicionadas por las mujeres de los años cincuenta y primeros sesenta.

No sólo por Claudia Cardinale, Ava Gardner, Angie Dickinson, Sofia Loren, Ann-Margret y hasta Grace Kelly en sus momentos más cálidos, sino también por las de aquí, las de carne y hueso.

Mujeres que sabían llevar una falda tubo y andar con garbo, con o sin tacones, mujeres con caderas y pechos y piernas y culo, pero en su justo término.
Hoy es ya muy raro verlas".

Y como quiera que hablábamos de eso, no sin un dejo de preocupación por nosotros mismos, nos fuimos fijando en las transeúntes hasta la Plaza Mayor, donde nos despedimos, constatando más bien nuestra inicial impresión pesimista, a saber: que la mayoría de las mujeres de hoy no saben vestir, ni andar, ni llevar tacones, ni sugerir (no al menos como las de nuestra infancia), o que sí saben y nosotros no se lo apreciamos.

Al Capitán Alatriste se le ocurrió publicar en XL Semanal parte de esa conversación en una columna titulada "Mujeres como las de antes", bien es verdad que omitiendo la preocupación que he mencionado y poniendo más el acento en el actual desastre general femenino respecto a porte e indumentaria: nuestro trayecto se vio trufado de respetables gordas que sin embargo –perdón- no nos gustaban físicamente, y de no menos respetables jóvenes con tatuajes patibularios y pantalones de longitud imposible que tampoco –perdón- nos agradaban; y cuando por fin divisamos a otra moza en verdad gallarda, la pobre estropeaba sus dotes con unos tacones a todas luces improvisados que la hacían caminar como si estuviera saltando el potro.

A Pérez-Reverte le han llovido tortas por parte de mujeres y mujeristas (ya saben, esos varones que adulan lacayunamente al sexo opuesto, venga o no a cuento), y a mí me ha alcanzado algún zurriagazo de la indignación suscitada, en tanto que "cómplice".
Pero a él le ha caído la gorda -lo digo sin doble sentido-, como es natural y como autor de la pieza.
Lo más suave que le han dicho es "machista", seguido de "cabrón" y "neonazi", e imagínense de ahí en adelante.
Alguna erizada le espetaba cosas como: "Después de pasarme el día trabajando, de llevar y traer a los niños, etc, ¿aún pretenden ustedes que vaya hecha un pincel por la calle?"

Vamos a ver si aclaramos: ni Alatriste ni yo pretendemos nada, y todo el mundo es muy libre -ya lo padecemos, sobre todo en verano- de salir a la calle como le venga en gana. Pero todo el mundo es igualmente libre de fijarse en los viandantes y opinar sobre ellos, lo mismo que opinamos sobre los edificios, los escaparates, las malditas obras del alcalde o los espantosos suelos de granito o albero con que él y su predecesor han tapizado Madrid.

Cuantos nos echamos a la calle miramos y somos mirados, juzgamos y somos juzgados.
Lo normal, claro está, es que no nos enteremos de los veredictos.
Pero huelga decir que en su artículo el Duque de Corso no mencionaba ningún nombre, porque los ignorábamos, y él y yo, como nuestro viejo ídolo Guillermo Brown, "nos limitamos a constatar un hecho", seguramente más alarmante para nosotros que para la fauna femenina andante. (Dicho sea de paso, si le hubiera tocado el escrutinio a la fauna masculina enchancletada y pantalicorta, habría salido aún peor parada.)

Basta de hipocresías y dengues.
Las mujeres hacen los mismos comentarios sobre los hombres con quienes se cruzan, y por supuesto hay decenas de anuncios en los que los varones aparecen como "objetos" o son despellejados por ellas sin que nadie proteste (hay ahora uno de un mayordomo ante el que varias exclaman "¡Cacho domo!" o algo más grosero, no recuerdo), mientras que se pone el grito feminista en el cielo cada vez que esos papeles se invierten.

A los hombres heterosexuales se nos van más las antenas hacia las mujeres, nos fijamos más y más opinamos. Eso es lo que hicimos el Capitán y yo durante nuestra passeggiata veraniega: lo mismo que todo el mundo, sea varón o hembra.

Pero a tenor de la desatada furia contra mi colega, se diría que hay ya mucha gente con tanta ansia prohibitiva que está dispuesta a reprimir los dos mayores reductos de libertad que nos restan:
la mirada y el habla.

Pues lo siento, pero aún quedamos unos pocos que no vamos a pasar por ese aro.

© Javier Marías (El País Semanal)