viernes, junio 29, 2007

Beba sin temor


Desde tiempos inmemoriales el ser humano aprendió a fermentar semillas y frutos para conseguir una sustancia que tras su ingesta provocaba un estado de cierto bienestar.

Durante muchísimos años el consumo del alcohol ha estado bien visto, reconocido como un factor de integración social y favorecedor de la convivencia.

Antaño, aposentarse en un taburete y tomarse una copa tenía incluso un punto de sofisticación.

Esta antigua filmación aporta unas cuantas sugerencias para pimplar con gracia y finura.

¡Muerte al botellón!

¡Feliz fin de semana!

miércoles, junio 27, 2007

El triunfo del patán


La coctelería Boadas abrió sus puertas en el año 33.
El establecimiento, situado en la esquina de la calle de Tallers con La Rambla, ha servido desde entonces como refrescante oasis y lugar de recogimiento de los más civilizados bebedores.

En verano del año 2005, los actuales propietarios, hartos de que se les colaran vándalos en pleno éxtasis lloretero que apenas cubrían sus vergüenzas, decidieron colocar un cartel en el que se especificaba la prohibición de acceso a la clientela masculina que gastara camiseta y pantaloncito corto.

Boadas vetó la entrada a personas mal vestidas, a petición de los clientes de toda la vida que se sentían molestos por la presencia de gente que, además de no ir ataviada con decoro, olía a perro muerto e incluso mostraba sus partes más recónditas cuando se sentaba en los taburetes.

Hace unos días, por orden expresa de nuestro excelentísimo Ayuntamiento, en concreto de la oficina de no discriminación dependiente de la concejalía de Mujer y Derechos Civiles, han tenido que retirar el rótulo.

Los encargados del establecimiento no salen de su asombro, pues no ven nada segregacionista o discriminatorio en la medida que se vieron obligados a tomar.
Hay entidades como el Círculo Ecuestre donde es preceptivo llevar corbata, discotecas que no aceptan calzado deportivo o restaurantes que exigen un nivel de circunspección.

El cartel (que muestra la silueta de un sujeto en camiseta sin mangas por encima de las rodillas) se refiere explícitamente a la vestimenta masculina.
Alegan que no se puede comparar un hombre sucio medio desnudo con una mujer elegante con escote, cuestión de sentido común.

Dueños, barmans y parroquianos creen que la petición de retirar el cartel surgió de una posible denuncia de un cateto que se personó en el local como si hubiera cruzado el Canal de la Mancha a nado.
Cuando los camareros le rogaron educadamente que abandonara el bar, el muy gaznápiro recurrió al insulto y a la violencia.
Con la ayuda de algunos asiduos, consiguieron echar a la calle al alborotador.

Mire usted, señor vikingo, esto no es un gueto playero en Punta Cana, este es un establecimiento respetable, aquí no hay bermudas floreadas, ni animadoras, ni se sirven Coco Locos con bengalas y sombrillitas.

En este santo lugar no puede lucir usted orgulloso su cicatriz de la operación de apendicitis, su tripón cervecero, sus tatuajes de cuando estuvo en el ejército y su braga náutica.

De ley hubiera sido llevarlo en volandas a la trastienda, raparlo al cero y despiojarlo con Zotal, frotarlo bien con un estropajo de aluminio y lejía y sacarlo discretamente por la puerta trasera tal como su señora madre lo trajo al mundo.

Cada vez es mayor la confusión en lo que respecta a hacer valer nuestros derechos.
La discriminación es intolerable si atañe al sexo, raza, religión o condición social. También en lo que no es privado y en lo que sí es fundamental.

Un transexual, o una, como prefieran, la verdad es que en estos tiempos es muy difícil atinar con el género sin herir susceptibilidades, denunció hará unos meses a un gimnasio porque, dada su condición, no le dejaban entrar en el vestuario femenino.

Por lo visto estaba en pleno proceso de reforma y lo anormal de su anatomía violentaba a la mayoría de las señoras.
Huelga decir que ganó el proceso.

La ganadora del certamen Miss Cantabria 2007, apoyada por asociaciones feministas y por el Instituto de la Mujer, impugnó las reglas del certamen tras perder su título por ser madre.
Las normas del concurso exigen a las aspirantes “no haber tenido descendencia”.
La muy majadera quiere que se retire esa cláusula por considerarla denigrante y sexista.
Recriminaciones absurdas, ya que un concurso de belleza siempre es machista y atenta contra la igualdad de oportunidades (las feas nunca ganan).

Hemos entrado en una dinámica en la que, saltándose toda regla (escrita o no escrita), todo individuo es libre de reivindicar (a grito pelado y respaldado por instituciones y organizaciones no gubernamentales) los propósitos más descabellados.
Cuanto más grosero y mostrenco a la hora de hacerse valedor de sus derechos, mejor.

Todo vale, vivo en un país libre, en plena democracia, y me ampara la legalidad.
Abajo las ordenanzas, las restricciones y los impedimentos.
Acabemos con las más elementales normas de urbanidad, son totalmente farisaicas y muy poco pragmáticas.

La libertad de uno empieza donde acaba la del otro.

La nueva aristocracia la componen sujetos intrépidos y dinámicos contrarios a toda pauta que no sea la suya.

Hoy en día, la desconsideración, la chabacanería, el menosprecio, la arrogancia, la egolatría y la incorrección son signo de distinción.

Alce usted la voz por encima de la de los demás, hágase oír e importune a todo al que tenga a tiro, sólo así se ganará el respeto y admiración de sus semejantes.

El triunfo del patán.

El principio del fin.

lunes, junio 25, 2007

Pamplinas


EL PASEO DE BUSTER KEATON
Obra de un acto de Federico García Lorca

GALLO. Quiquiriqui.
(Sale Buster Keaton con sus cuatro hijos de la mano.)
BUSTER K. ¡Pobres hijitos míos!
(Saca un puñal de madera y los mata.)
GALLO. Quiquiriquí.
BUSTER K. (Contando los cuerpos en tierra.) Uno, dos, tres y cuatro.

(Coge una bicicleta y se va.
Entre las viejas llantas de goma y bidones de gasolina, un negro come su sombrero de paja.)

BUSTER K. ¡Qué hermosa tarde!
(Un loro revolotea en el cielo neutro.)
BUSTER K. Da gusto pasear en bicicleta.
EL BÚHO. Chirri, chirri, chirri, chi.
BUSTER K. ¡Qué bien cantan los pajarillos!
EL BÚHO. Chirrrrrrrrrrrr.
BUSTER K. Es emocionante. (Pausa.)

(Buster Keaton cruza inefable los juncos y el campillo de centeno. El paisaje se achica entre las ruedas de la máquina. La bicicleta tiene una sola dimensión. Puede entrar en los libros y tenderse en el horno de pan. La bicicleta de Buster Keaton no tiene el sillón de caramelo, ni los pedales de azúcar, como quisieran los hombres malos. Es una bicicleta como todas, pero la única empapada de inocencia. Adán y Eva correrían asustados si vieran un vaso lleno de agua, y acariciarían en cambio la bicicleta de Keaton.)

BUSTER K. ¡Ay amor, amor!
(Buster Keaton cae al suelo. La bicicleta se le escapa. Corre detrás de dos grandes mariposas grises. Va como loca, a medio milímetro del sueño.)
BUSTER K. (Levantándose.) No quiero decir nada. ¿Qué voy a decir?
UNA VOZ. Tonto.
BUSTER K. Bueno. (Sigue andando.)

(Sus ojos infinitos y tristes como los de una bestia recién nacida, sueñan lirios, ángeles y cinturones de seda.
Sus ojos que son de culo de vaso. Sus ojos de niño tonto. Que son feísimos. Que son bellísimos. Sus ojos de avestruz. Sus ojos humanos en el equilibrio seguro de la melancolía.
A lo lejos se ve Filadelfia.
Los habitantes de esta urbe ya saben que el viejo poema de la máquina Singer puede circular entre las grandes rosas de los invernaderos, aunque no podrán comprender nunca, qué sutílisima diferencia poética existe entre una taza de té caliente y otra taza de té frío.
A lo lejos, brilla Filadelfia.)

BUSTER K. Esto es un jardín.
(Una Americana con los ojos de celuloide viene por la hierba.)
AMERICANA. Buenas tardes.

(Buster Keaton sonríe y mira en gros plan los zapatos de la dama. ¡Oh qué zapatos! No debemos admitir esos zapatos. Se necesitan las pieles de tres cocodrilos para hacerlos.)

BUSTER K. Yo quisiera...
AMERICANA. ¿Tiene usted una espada adornada con hoja de mirto?
(Buster Keaton se encoge de hombros y levanta el pie derecho.)
AMERICANA. ¿Tiene usted un anillo con la piedra envenenada?
(Buster Keaton cierra lentamente los ojos y levanta el pie izquierdo.)
AMERICANA. ¿Pues entonces...?

(Cuatro serafines con las alas de gasa celeste, bailan entre las flores. Las señoritas de la ciudad tocan el piano como si montaran en bicicleta. El vals, la luna y las canoas, estremecen el precioso corazón de nuestro amigo.
Con gran sorpresa de todos el otoño ha invadido el jardín, como el agua al geométrico terrón de azúcar.)

BUSTER K. (Suspirando.) Quisiera ser un cisne. Pero no puedo aunque quisiera. Porque ¿dónde dejaría mi sombrero? ¿Dónde mi cuello de pajaritas y mi corbata de moaré? ¡Qué desgracia!

(Una Joven, cintura de avispa y alto cucuné, viene montada en bicicleta. Tiene cabeza de ruiseñor.)

JOVEN. ¿A quién tengo el honor de saludar?
BUSTER K. (Con una reverencia.) A Buster Keaton.

(La joven se desmaya y cae de la bicicleta. Sus piernas a listas tiemblan en el césped como dos cebras agonizantes. Un gramófono decía en mil espectáculos a la vez: “En América, no hay ruiseñores”.)

BUSTER K. (Arrodillándose.) Señorita Eleonora, ¡perdóneme que yo no he sido! ¡Señorita! (Bajo.) ¡Señorita! (Más bajo.) ¡Señorita! (La besa.)

(En el horizonte de Filadelfia luce la estrella rutilante de los policías.)

viernes, junio 22, 2007

Noche de verano

Acomódense y disfruten de la noche y del concierto.
¡Feliz fin de semana!

jueves, junio 21, 2007

El nazi y el peluquero


Si Billy Wilder hubiera dado con la novela de Edgar Hilsenrath, El nazi y el peluquero (publicada en 1971), seguro que nos hubiera dejado otra película más para la posteridad: que un peluquero alemán, Max Schulz, con pinta de judío, pero más ario que el mismo Adolf, se convierta de genocida nazi en héroe sionista, como si ese cambio radical (o no tanto) no fuera con él, es algo que los mismos alemanes tardaron en asimilar un tiempo (prueba de ello es que la novela se publicó primero en EE.UU. y seis años más tarde en una pequeña editorial alemana de Colonia, después de ser considerada por más de sesenta editores).

Nuestro protagonista nació en 1907 en la ciudad alemana de Wieshalle, hijo de una criada en el hogar de un comerciante de pieles judío y de cinco posibles padres (todos de raza aria).
Max Schulz nació el mismo día (con tan sólo dos minutos de diferencia) que su amigo Itzig Finkelstein, un judío rubio de ojos azules.
Tanto el padrastro de Max como el padre de Itzig se dedicaban al honrado oficio de la peluquería, pero ahí acaban las comparaciones, porque mientras Max sufría todo tipo de abusos por parte de su padrastro, Itzig contaba con un padre bondadoso, que incluso acogió a Max como aprendiz.

Pero, con el auge del nazismo, Max se dejó seducir por el antisemitismo, decidió ingresar en las SS y acabó dirigiendo un campo de concentración.
Una vez terminada la guerra, ni corto ni perezoso, Max suplantará a Itzig y abrigará la militancia sionista en Israel…

En su ensayo El misterioso caso alemán, Rosa Sala Rose nos da las claves para (quizá) comprender los motivos por los que los alemanes cambiaron Weimar por Auschwitz, o lo que es lo mismo, escucharan y leyeran a los grandes clásicos por la noche después de haber cometido las más atroces barbaridades (lo que desmonta el ideal de nuestros políticos de pacotilla de que la cultura nos hace mejores) de día.

Tras Kant los alemanes siempre han mirado hacia el interior de su alma y hacia el firmamento (el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí, citaba mi abuelo austro-bohemio) y a través del patriotismo (al no tener una identidad clara debían definirse en oposición a lo francés), la idealización y el amor a lo inútil han intentado parodiar a los dioses, hasta que Bismarck aplicó el modelo prusiano a todos los estamentos de la sociedad y el austríaco del bigote convirtió el baile de los dioses en una farsa.

Como afirma la autora, desde que a finales del siglo XVIII el humor se asoció negativamente con lo aristocrático y afrancesado (una línea de alta tensión que va desde Cervantes, pasa por Sterne y llega hasta Gogol) la relación de los alemanes con el humor ha sido complicada.

Hasta 1942 (cuando la nave nazi empezó a naufragar) era más fácil reírse de Hitler en Alemania que fuera de ella (que se lo digan a Chaplin o a Lubitsch), pues el régimen consideraba el chiste político como un extraordinario instrumento de desactivación de toda voluntad de resistencia.

Después de la guerra todo alemán había trabajado en el metro y por ello no se había enterado de lo que pasaba en la superficie.

En Alemania se impuso entonces la ley no escrita de que cualquier lectura humorística del nazismo y del holocausto era moralmente ilícita.

Con esta estupenda novela Hilsenrath demuestra que el humor es un perfecto desactivador de minas.

A principios de año y a consecuencia del estreno en Alemania de la comedia Mein Führer del suizo Dani Levy, el autor comentaba:
Creo que en Alemania es posible reírse de Hitler, siempre y cuando no se le reste importancia a la barbarie nazi ni se le falte al respeto a las víctimas. Hitler era también una figura cómica, pero lo que hizo no es tan gracioso.

Recientemente el escritor vasco Fernando Aramburu hablaba en una entrevista sobre su libro Los peces de la amargura (que versa sobre las consecuencias de los años de plomo en los ciudadanos vascos):
El terror sólo se puede enterrar con toneladas de humor.

Edgar Hilsenrath nació en Leipzig en 1926.
En 1938 huyó con su madre y su hermano menor a Rumanía.
En 1941 la familia fue a parar a un gueto judío en Ucrania.
En 1945 emigró a Palestina y en 1951 a EE.UU., donde inició su carrera literaria.

En 1975 (con su novela ya publicada en varios países) decidió volver a Alemania y se instaló en Berlín, donde aún reside.

Tras unos inicios más que difíciles, El nazi y el peluquero se convirtió en todo un longseller en su país (hay traducción al español en la editorial Maeva).

Maximilian von Czernowitz

miércoles, junio 20, 2007

Taxi Driver



José Luis Cantero "El Fary"
(20 de agosto de 1937 -
19 de junio de 2007)



Artículo de Lluis Fernández (suplemento de cultura de LA RAZÓN)

ÍDOLO DE LA HIPERMODERNIDAD

Ha muerto José Luis Cantero, El Fary. Pero todo el mundo sabe que El Fary no puede morir. Como Elvis. El Fary es la primera leyenda posmoderna nacida en España. Quizá ha muerto el último grande de la canción aflamencada española, el cantante que recordaba a clásicos como Juanito Valderrama y Rafael Farina, a quien imitaba sin rubor, de ahí que comenzaran a llamarle "el Farynilla de Las Ventas", pero le sobrevive un pedazo de artista reinventado en los últimos años gracias a la popularidad que le dio ser el ídolo del policía facha Torrente, el brazo tonto de la ley y del director Santiago Segura.
A partir de ese momento, El Fary renació como una estrella incandescente en el firmamento juvenil y pasó a formar parte del santoral freake español, reconvertido en uno de los fenómenos sociológicos más alucinantes de la hipermordernidad contemporánea.

Bomba atómica.

De "el rey de la Etiqueta Verde", las clásicas casetes económicas que se vendían en las gasolineras para un público de clases populares, pasó a ídolo de consumo apasionado entre las hordas del friquismo nacional. Sin variar su estilo. Al contrario, imponiendo su particular forma de cantar unas letras tan castizas como surrealistas, entre la peña adoradora de Chuck Norris.

Analizar este fenómeno sorprendente es más un proyecto de tesis doctoral que de los apresurados artículos de prensa que se escribirán a raíz de su muerte.

Según la acertada definición de la "Friquipedia", "El Fari no es feo... es abstracto". Eso da idea de la magnitud de la adoración que despertó entre los "fans" de "Isi & Disi", al convertirse de la noche a la mañana en una mega estrella del mejor cutre-pop, cuya muerte ha caído en el internet del You Tube como una bomba atómica de desolación.
Son miles las condolencias que llenan los cientos de páginas web de culto que honran la memoria de El Fary.
Un cantante que se hizo a sí mismo, adorado desde sus inicios por los taxistas de toda España, pues él mismo fue conductor de taxi, y que hoy, desde el tope de la modernidad, se le rinde el culto de un mito sin parangón.

El merito de El Fary fue hacerse a sí mismo en un país de funcionarios, ahorrar trabajando para grabar sus primeras canciones, acompañado al piano por Felipe Campuzano, y venderlas personalmente en El Rastro madrileño.
Se inició en los escenarios sustituyendo a Pepe Blanco en el teatro y fue contratado por Antonio Molina para una de sus giras, ambos ya en plena decadencia.
Como en plena decadencia estaba la copla, arrinconada por las rumbas de Los Chunguitos y Los Chichos, más en la honda, al estar promocionada por la progresía de los ochenta, que abominaba de todo cuanto oliera a castizo y español.

El Fary fue uno de los cantantes más odiados de aquellos años en los que lo progresista era el discurso dominante.
Pese a su indudable éxito entre el gran público, un público minoritario y «new wave» lo consideraba de ínfima clase, al mismo nivel que sus popularísimas canciones de corte pop como «Paloma que pierde el vuelo» y «El bichito del amor».

De su ingente producción discográfica, El Fary destaca por una rumba surrealista e imperecedera: "Torito guapo": "¡Vaya torito! ¡Ay, Torito guapo! Tiene botines y no va descalzo". Todo un "crack" que "El Farynilla de Las Ventas" cantaba de forma insuperable, rivalizando en poderío con "Mi carro" de Manolo Escobar, otro fenómeno de la canción española del irredentismo castizo, que en los últimos años ha conocido un nuevo "revival" entre la modernidad más caspa.
Hasta el Koala ha hecho un dúo con Manolo cantando en plan jevi metal ése "Carro" robado estando de romería.

Denuncia social.

La otra canción que lo catapultó a la cima de la fama fue una "rumba-lounge" de denuncia social, "Apatrullando la ciudad", que sonaba en aquel "Torrente" que lo aupó al olimpo de la mega modernidad friqui: "Delincuencia y gamberrismo, violencia y drogadicción, con entrega y energía él será la salvación, lo mismo rescata a un perro de morir atropellao, que evita que den un golpe en el Vizcaya-Bilbao".

Todo el mundo ha sentido la muerte de El Fary, pero entre la vasquilla de «fans», que son multitud en internet, en esta hora de innegable dolor, se intercambian mensajes pidiendo las primeras canciones inencontrables, como "Ayuda en las carreteras" y "La ratita casadera", mientras se lamentan con pena de que se les haya muerto de un cáncer de pulmón, y fantasean con que Torrente, de haberse enterado de que su ídolo padecía cáncer, hubiera secuestrado al mejor oncólogo del mundo y le hubiera obligado a salvarle la vida.

Sentimiento y dolor por la muerte de un icono de la posmodernidad pop.

lunes, junio 18, 2007

Mis terrores favoritos


Los niños padecen y experimentan numerosos miedos, normalmente pasajeros.
A pesar de haber rebasado la treintena, no he superado algunos de esos temores pueriles.
Me asustan los túneles, las monjas, los ascensores, la oscuridad y las nanas.

Hasta pasados los 18 años viví en un piso de renta limitada de la Caja de Pensiones.
La vivienda formaba parte de un conjunto de edificios enormes, grises y deprimentes. Un hormiguero de ladrillo y cemento.
Los ascensores, tres por planta, eran inmensos.
En cada planta había tres pasillos, y en cada pasillo diez puertas.
Entre planta y planta había un piso plagado de pequeñas habitaciones que servían de guardamuebles.
Disponían de dos montacargas enormes y de una extensa red de escaleras.

Durante mucho tiempo tuve pesadillas recurrentes en las que soñaba que recorría interminables corredores y era incapaz de encontrar la puerta de mi casa.
Más tarde descubrí que mis dos hermanos tenían ensueños similares.

Algunos vagabundos y drogadictos burlaban la vigilancia del conserje (un tipo calvo, desagradable y rastrero) y pasaban la noche en alguno de los numerosos habitáculos de las plantas destinadas a trasteros.
De niño pasé muchas horas jugando entre todos esos cachivaches, fisgoneando, ensuciándome con fruición y eludiendo las rondas del portero (a quien imaginaba vestido de uniforme de la SS) y rogando porque no me soprendiera ningún mendigo o yonqui con aviesas intenciones.

Más que esos moradores furtivos (puede que se tratara de una leyenda urbana que corría por el inmueble, pues lo cierto es que jamás me topé con ninguno), lo que realmente me daba pánico eran los incontables perros que había en el bloque.

El peor de ellos, el maquiavélico chucho faldero de un vejestorio que tenía la curiosa costumbre de teñirse el pelo de violeta.
La maldita rata esperaba agazapada o escondida tras un arbusto para ladrarte o intentar morderte los tobillos.
Un bichejo diabólico.

Recuerdo también un dogo inmenso, cuyo dueño era un señor diminuto que lucía una perilla de profesor despistado (parecía sacado de una entrega de Tintín).
A menudo fantaseba con la imagen del canijo vestido de vaquero y subido a lomos de su perrazo.
Si coincidía con ambos salía por piernas, pues el pequeñajo no tenía ningún control sobre esa bestia que podía arrancarte alegremente la cabeza de un bocado.

He superado con creces mi fobia a los perros.
Cuanto más conozco a los hombres, más cariño les profeso a las fieras.

La visión a temprana edad de dos películas terroríficas donde las monjas juegan un papel decisivo (las magistrales Vértigo y Narciso Negro), unida al furibundo anticlericalismo de mi señor padre, me inculcaron un profundo temor a las religiosas.

Mi hermano Max (quien también escribe en este blog) no puede evitar reprimir un helador grito de espanto cuando se topa con un grupo de ellas por la calle.
Según él, las peores son las que gastan cofia blanca con alerones, pues además vuelan.

Aunque hago denodados intentos, soy incapaz de dormir totalmente a oscuras.
Me aterroriza no ver absolutamente nada, no tener una referencia espacial, no saber si ha aumentado el tamaño de tus pies, si la habitación ha menguado o si tu cabeza ha cambiado de sitio.

Pero el primer puesto en mi lista de todo aquello que me provoca desasiego lo ocupan las nanas.
Se me ponen los pelos como escarpias ante su simple mención.
Espeluznantes canciones.

Revivo con el corazón en un puño esos aterradores segundos en que bajaba el brazo del tocadiscos y empezaba a sonar…

¡NANA MOUSKOURI!
¡Apiádate de nosotros, Señor!
¡Esas melodías relamidas, ese don par las lenguas, esas blusas vaporosas, esas gafotas!
Sus engoladas cancioncillas fueron la banda sonora de las Navidades que pasábamos en Alemania en casa de mi abuela.

Mi progenitor también es aficionado a los gorjeos de la griega.
Desde que abandoné el redil familiar no he vuelto a saber de ella.

Hace unos días me di de bruces con una grabación suya de mediados de los años sesenta.
La filmación sirvió como eficaz terapia de choque.
Me he reconciliado con uno de mis temores de infancia.

¿Quién dijo miedo?

viernes, junio 15, 2007

Black Power



¡Supera esto, blanquito!
¡Feliz fin de semana, amigos!


miércoles, junio 13, 2007

Sobre la guerra


No recuerdo si ya he mencionado aquí alguna vez a ese entrañable personaje del celuloide, Clive Candy, protagonista de la magnífica ‘The Life and Death of Colonel Blimp’, que después de participar en la guerra de los Boers y en la Gran Guerra, en 1942 se enroló en la defensa civil de Londres y vio cómo sus antiguos ideales de fair play y caballerosidad eran barridos por el huracán filisteo de los patriotas (la verdad de la patria la cantan los himnos: todos son canciones de guerra), o como diría el burgués alemán Joachim Fest, recientemente desaparecido (en combate), Hitler y Stalin simplemente barrieron con una burguesía europea ya en extinción.

Uno asiste huérfano a la victoria del jacobinismo en todos los ámbitos y sobre todo en la guerra, hecho inevitable de la humanidad.
Pues como escribe Rafael Sánchez Ferlosio las armas son, en fin, el instrumento que confiere a los hombres el mayor de todos los poderes: el poder de vida o muerte; y la guerra es la más terrible perversión instrumental de los humanos.

Los pretendidos fines racionales de la guerra no son más que una timorata, o mejor dicho, aterrada, racionalización y moralización de su genuina y más profunda causa, o sea, las armas.

Desde la fatídica Gran Guerra el número de las bajas civiles en los conflictos armados ha ido aumentando exponencialmente a la reducción drástica de las bajas militares, es decir, que la guerra se ha convertido no en un conflicto entre dos (o más) bandos enfrentados, sino en un ataque (terrorista o no) directo e impune contra la población civil para debilitar al oponente (¡los gobiernos son cada vez más reticentes a enviar tropas para evitar bajas!).

El último conflicto armado en el Viejo Continente en la década de los noventa fue buena muestra de ello: manipulación total de los medios, mafia armada a cargo de los ejércitos y barbaridades contra la población civil.
Al ingenuo de Clive Candy seguramente se lo hubieran sacado de encima de un tiro en la nuca y se hubiera podrido en alguna zanja balcánica.

Viene esto a cuento porque puede leerse ya en español Postales desde la tumba del periodista bosnio Emir Suljagić, publicado por Galaxia Gutenberg, un testimonio de la guerra balcánica (que le ha quitado el sueño al mismísimo Pérez-Reverte) que debería leer todo aquel que esté interesado en el devenir de Europa.

Cuando en 1992 se desató la guerra en Bosnia, las Naciones Unidas escogieron varias ciudades bosnias y las declararon zonas de seguridad para acoger a todos los refugiados que huían de las milicias serbias.

A una de estas ciudades, Srebrenica, fue a parar en mayo de 1992 Emir Suljagić, entre decenas de miles, con su familia (su padre se quedó en Sarajevo, donde murió en diciembre de ese año) con sólo catorce años.
Allí sufrió la hambruna y la desolación de la continua convivencia con la muerte hasta que en julio de 1995, ante la absoluta pasividad de los cascos azules holandeses allí destinados y de la comunidad internacional, la población masculina, cerca de diez mil personas, fue aniquilada en una masacre genocida que ha pasado ya a la historia de la infamia europea.

El autor inicia así su testimonio:

He sobrevivido. ¿Mi nombre? Podría ser cualquiera: Muhamed, Ibrahim, Isak, no importa.
Yo he sobrevivido, muchos otros no.
He sobrevivido del mismo modo que ellos murieron.
Entre mi supervivencia y su muerte no hay ninguna diferencia, porque permanezco vivo en un mundo que está marcado para siempre, indeleblemente, por su muerte.
Procedo de Srebrenica.
En realidad, procedo de otra parte, pero elegí ser de Srebrenica.
Es el único lugar del que me atrevo a ser, igual que fue el único al que me atreví a ir, en un tiempo en el que no osé ir a ningún otro sitio.
Precisamente por eso creo que el lugar de nacimiento, en comparación con el de la muerte, carece de importancia.
El primero no dice nada sobre nosotros, es un mero dato geográfico; el lugar donde se muere, en cambio, lo dice todo sobre las convicciones, creencias y elecciones que hemos hecho y mantenido hasta el final, hasta el momento en que nos alcanza la muerte [...]
En la muerte, más exactamente en el instante en que dejamos de existir, no hay diferencias: la cámara de gas, la ejecución en masa o el infame brillo del filo de la navaja en la oscuridad, el doloroso jadeo o gorgoteo y la cuchillada final.
Diez mil personas, diez mil ataúdes, diez mil lápidas, ¡diez mil!
De esta muerte se sabe todo, o por lo menos hoy todos fingimos querer saberlo; violamos sus muertes en las columnas de periódico, sin preguntarnos por sus vidas.
No sabemos nada de estas personas, que no fueron ni más ni menos maravillosas que otras, ni más buenas ni más malas.
Fueron maravillosas en la medida en que fueron humanas.
Y en la medida en que yo las conocía.


Lo que hace de este testimonio de Suljagić una obra destinada a perdurar es que no opina, ni sentencia, no juzga, simplemente describe lo que presenció.

Si uno está de acuerdo con las palabras de Tim O’Brien en su libro sobre el Vietnam Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, (Una auténtica historia de guerra nunca es moral.
No instruye ni alienta la virtud ni sugiere modelos de comportamiento humano correcto ni impide que los hombres hagan las cosas que los hombres siempre han hecho.
Si una historia parece moral, no la creáis.
Si al final de una historia de guerra os sentís edificados, o si sentís que una partícula de rectitud se ha salvado de la devastación a gran escala, entonces habéis sido víctimas de una mentira muy antigua y terrible.
No hay la más mínima rectitud. No hay virtud), entonces se trata sin duda alguna de una obra modélica.

La sencillez y fuerza de su relato nos arrastran a través de doscientas páginas por el horror, cuya primera pulsación artística encontramos en El corazón de las tinieblas de Conrad.

Aunque en ocasiones surgen imágenes surrealistas propias de los Balcanes (como cuando para ver el Mundial de Estados Unidos los habitantes de la ciudad moribunda se turnaban para pedalear en una bicicleta estática, cuya dinamo proporcionaba la energía para mantener encendido un televisor).
Son estos testimonios los que nos hacen, devorado ya Clive Candy por los gusanos, un poco más humanos.

Maximilian von Czernowitz

martes, junio 12, 2007

La canción del verano

El maestro Peret dirigido por el Rey del Zoom, Valerio Lazarov.
¡Demencial!

lunes, junio 11, 2007

Enamorado de la moda juvenil


Hace un par de días estábamos mi mujer, unos amigos y yo cenando en una terraza.

Un matrimonio de mediana edad, sentado en la mesa contigua a la nuestra, tras departir sobre temas tan emocionantes como una herencia y el pago de su hipóteca, comentó por lo bajinis lo extraño de nuestra indumentaria.

El pasmo de tan atribulada parejita lo provocó el que en tan calurosa noche de sábado vistiéramos americana y corbata, a excepción de las señoras, claro.

Estaban realmente sorprendidos, se debatían entre si nos habíamos escapado de una junta empresarial celebrada en festivo o si acabábamos de enterrar a algún allegado.

Cuando aprieta la calorina, lo primero que hay que hacer es despojarse de cuanta más ropa mejor y ponerse cómodo. Liberemos cuerpo y alma. La holgura ante todo.

La moda, constantemente cambiante y la mayoría de las veces ridícula, rige nuestro armario ropero.

Temporada tras temporada cambian las tendencias y uno se ve obligado, si quiere estar a la última, a seguirlas con empecinada unción.

Poco importa que sea usted patizambo, canijo, exhiba barriga cervecera, vaya camino de cumplir los setenta o sea caído de hombros.
Si este año tocan las camisas floreadas, los pantalones de tiro bajo de colores chillones o los zapatos blancos con puntera, bienvenidos sean.

¿Se va usted de verbena? ¿Qué tal una camiseta sin mangas con pedrería y unas bermudas? ¡Divino!

Muchos individuos (al margen de su edad, aspecto físico y ocupación) gastan incluso con orgullo, prendas destinadas a adolescentes, actores de revista, macarras y chorizos de poca monta.

En los viejos buenos tiempos un caballero jamás hubiera osado llevar unos infantiles pantaloncitos cortos, a menos que perteneciera al África Korps y tuviera que conquistar El Alamein.

El actor Cary Grant, paladín de la elegancia en el vestir, acuñó el término inmovilismo aparente.
Nunca cambio de peinado, ni de corte de traje.
No llevó cazadoras de cuero en los cincuenta, ni pantalones pitillo en los sesenta, ni pata de elefante en los setenta.
Jamás se puso una chaqueta de color fucsia o se paseó en shorts por la Quinta Avenida.
Concibió su propio estilo y se mantuvo fiel al mismo hasta el día de su muerte. Inmovilismo aparente.

Telas de calidad (azul y gris de a diario, negro para la noche, marrón y beige para el asueto), tonos suaves, inmaculadas camisas blancas o con raya o cuadro imperceptible, prudentes complementos (nada de corbatas naranjas, verde lima o con hipopótamos), calcetines oscuros hasta la rodilla y circunspecto calzado inglés.

La verdadera distinción radica, como en casi todos los aspectos de la vida, en una sutil combinación de discreción y fidelidad.

No es necesario gastar grandes sumas de dinero en ropa ni tener que ir de veintiún botones.

Conozco personas que desde que tienen uso de razón visten el mismo tipo de tejanos, camisas y botas; y sin embargo, resultan mucho más distinguidos y originales que los grotescos diseñadores que dictan el modelo a seguir (léase el mamarracho de John Galliano, Jean Paul Gaultier o el repulsivo Karl Lagerfeld).

Cierto es que la salvaje dictadura de los grandes emporios textiles dificulta las cosas.
Utilizan materiales de calidad ínfima, se emplea mucho menos género (la anorexia aporta pingües beneficios) y se cose peor.

Es indecente que los trabajadores de la confección chinos que trabajan 17 horas diarias, siete días a la semana, no pongan más cuidado y esmero en su trabajo.

Los grandes cadenas ofrecen buenos precios en tiempos tan precarios, ropa para cualquier bolsillo, pero todas venden más o menos lo mismo y la variedad brilla por su ausencia.

Algunas sastrerías y tiendas de confección resisten a los envites del tiburón.
Despachan lo que se ha llevado toda la vida, brindan un servicio personalizado y no resultan tan caras.

Compremos en ellas y acabemos con la uniformización galopante.

Y con la estética imperante de chapero portuario.

jueves, junio 07, 2007

In Memoriam



Dino Paul Crocetti "Dean Martin"
(7 de junio de 1917 - 25 de diciembre de 1995)


martes, junio 05, 2007

¡Quítese de mi vista! ¡Rascatripas, chupagomas, desdichado, alto, ye-yé!


España, sumida desde hace relativamente poco en una supuesta modernidad mal digerida, en el fondo muy pocas cosas han cambiado, reniega sin ningún pudor de su pasado más inmediato.

Padecemos una amnesia galopante, nos hemos convertido en un país de usar y tirar.

Caído está en el olvido el grueso de nuestros solistas y conjuntos de la década de los años sesenta del pasado siglo.

Encontrar grabaciones de este período (la mayoría descatalogadas), imágenes o documentos gráficos, es entrar en materia arqueológica.

Fuera de nuestras fronteras preservan sus costumbres y tradiciones.
Respetan y tienen en consideración a sus artistas, aunque estos haga tiempo que permanecen inactivos.

Cliff Richards y Paul McCartney ostentan el título de Sir, en Italia adoran a sus cantantes melódicos y Johnny Halliday es una leyenda nacional gala.

Por estos lares pasa algo distinto.

Algunos nacionalistas furibundos defienden con extrema vehemencia su, en algunos casos bastante borroso, acervo cultural, pero la mayoría de la población rehuye todo lo que tenga que ver con su “identidad nacional”.

Todo lo acontecido en esta tierra hace más de treinta años, está totalmente desfasado y huele a antiguo régimen.

Declararse fan del ye-yé es equiparable a ser aficionado a los toros, a la copla o al carajillo de anís.
En menos que canta un gallo será uted calificado de carca, intransigente y tranochado.

Es muy injusto que el legado de esos fabulosos intérpretes, que introdujeron nuevos sonidos y aportaron una pincelada de color y alegría en tiempos tan grises, haya sido borrado de un plumazo.

Le debemos mucho a esos pioneros que tuvieron que lidiar con la censura, con equipos y estudios de grabación prácticamente inexistentes y que en más de una ocasión se jugaron el tipo en pueblos perdidos de esta España tan negra.

El grandísimo vocalista Bruno Lomas falleció casi en la indigencia, malvivía cantando en restaurantes de su Valencia natal.

Karina pasea su triste figura por programas del corazón.

Los Mustang, Los Sirex, Los Bravos, Los Ángeles, Micky y Tony Ronald reaparecen esporádicamente en conciertos de revival.

El genial Fernando Arbex nos dejo hace unos años.
Luis Aguilé está al servicio de los mafiosos inmobiliarios levantinos, de Los Salvajes ya nadie se acuerda.

Eso por no hablar de artistas más ignotos, pero no por ello igual de competentes que los anteriormente mencionados:
Los Cheyenes, Los Cuatro de la Torre, Alex y los Findes, los Rocking Boys, Gelu, Manolo Díaz, Los Huracanes, Los Relámpagos, Los Sonor, Los Estudiantes, J.E. Mochi, Los Gritos, Los Íberos, Lone Star, Los Botines, Los Pasos, Lita Torelló, Los Pumas, Los Canarios, Los Nivram, Los H.H., Los Tiburones y un largo etcétera.

¡Un respeto a nuestros mayores! ¡Viva el ye-yé!



viernes, junio 01, 2007

Tres por uno



¡Basta de embustes y filfas!
¡No deje que le tomen por el pito del sereno!
¡Las verdaderas ofertas no se encuentran en las grandes superficies!

¡Abandone su dieta a base de cerveza aguada de ínfima calidad, salchichas elaboradas con cerdos radioactivos ucranianos, inmundos postres helados y pizzas congeladas escandinavas!

¡Dígale adiós a interminables pasillos, cajeras malcaradas, largas colas, packs de leche semidesnatada, cereales para el desayuno, atroz hilo musical, riñoneras, gritos infantiles y riñas en el aparcamiento!

¡Basta de calcetines de deporte y horrendas camisetas!
¡Deje de soñar con ese televisor de plasma que jamás podrá comprar!

¡Prescinda de su visita semanal al hipermercado y ahórrese disgustos!

¡Se puede vivir con suntuosidad siendo un pelagatos!

¡No hay que disponer de la cuenta corriente de un potentado para darse la gran vida!

El próximo 9 de junio (sábado, a partir de las once de la noche), le espera su ineludible cita bimensual con el Trío Calaveras, maná caído del cielo, tres pinchadiscos por el precio de uno.

¡Toda una ganga!

Pablo Jiménez, Gabriel Soto e Ivo von Menzel desplegarán un amplio abanico de sonoridades pretéritas con la absoluta falta de criterio que siempre les ha caracterizado.

Lústrese los zapatos, plánchese el traje, deje a los niños con la vecina y venga a pasar el mejor de los ratos.


Sesión musical a cargo del Trío Calaveras
9 de junio, 23 horas en
The Rat King
Pasaje Marimón, 17 (entre Muntaner y Casanova).


¡Una propuesta que no podrá rechazar!