miércoles, noviembre 29, 2006

Demasiados años sin Archie Leach

DESENLACE

29 de noviembre de 1986. Davenport, pequeña ciudad a orillas del Mississipi, sita en la zona conocida como la franja del maíz de América, Estado de Iowa, Estados Unidos

Un caballero octogenario está tendido en una cama del Hospital St. Luke’s. No lleva puestos los zapatos, pero viste impecable americana de tweed, camisa de seda y pantalones de franela gris. Le acompaña su joven y atractiva esposa. El personal médico y los otros pacientes, la mayoría granjeros, comentan por la bajo que es una vieja celebridad.
Se dirige a uno de los enfermeros con una sonrisa y marcado acento inglés:
“tengo un ligero dolor en el pecho, no creo que sea nada grave, procuren no exagerar”.
Se gira hacia su esposa y toma su mano:
“querida Bárbara, no te preocupes, no será nada”.
Horas después fallece.
Se ha ido Cary Grant, astro cinematográfico del viejo Hollywood, magistral actor, paradigma durante más de cinco décadas de elegancia y distinción.

PRIMER ACTO

28 de julio de 1920, trasatlántico Olympic, costa de Nueva York, a lo lejos se divisan la estatua de la Libertad y la silueta de los rascacielos de Manhattan

El corazón de Archibald Alexander Leach, un espigado y desaliñado joven británico miembro de la troupe de cómicos de Bob Pender, rebosa de emoción. Por fin lo ha conseguido, la tierra prometida. El camino no ha sido fácil, atrás deja una infancia miserable en los barrios más humildes de Bristol, un padre alcohólico, irresponsable y mujeriego, una madre recluida en el Instituto Comarcal de Deficientes Mentales, la marginación, el abandono y el hambre. Como única evasión, los pases de cine a dos peniques de los sábados y los modestos teatros de music-hall.
Años de esfuerzo y formación entre bambalinas. Tournés interminables.


7 de diciembre de 1931, Estudios Paramount, Hollywood, California

A los once años de haber desembarcado en Estados Unidos, Archie firma un contrato con la Paramount y se convierte en Cary Grant. A punto de cumplir veintiocho años, es un hombre atractivo que viste y se peina como un macarra barriobajero. Vive en una habitación alquilada. Sus únicas pertenencias, un Packard del 28, un baúl que contiene todas sus posesiones y un álbum con cuatro recortes de prensa.
De la mano de la vulgar actriz Mae West alcanzará el tan largamente ansiado estrellato, la fama y la fortuna.


SEGUNDO ACTO

26 de febrero de 1966, Burbank, California

Nace la primera y única hija de Cary Grant. Tras 73 películas, algunas auténticas obras maestras, muchas buenas y unos cuantos títulos infumables, cuatro matrimonios desastrosos, cuadros de alcoholismo, rumores de bisexualidad, tratamientos psiquiátricos con ácido lisérgico, pleitos y demandas ; el actor pone fin a su brillante carrera cinematográfica para dedicarse en cuerpo y alma a su vástaga y a su trabajo como asesor de la Firma Fabergé.
El golfillo de Bristol se ha convertido en todo un gentleman, dueño de un encanto, estilo, ingenio y desenvoltura incomparables.

Transcurridos tantos años nadie ha conseguido superarle, ni siquiera se han acercado.
A los intérpretes actuales que se ven obligados a lucir smoking en una película, les falta la servilleta en el antebrazo y la bandeja con los canapés. Nadie ha vuelto a hacer gala de sus maravillosas dotes par la comedia, lo cierto es que hace siglos que no se rueda una buena comedia. Nadie ha vuelto a conferirle esa naturalidad a sus papeles dramáticos. Nadie volverá a lucir ese peinado inamovible y ese nudo de pajarita magistral.

Y nadie volverá a correr con tanta elegancia perseguido por una avioneta fumigadora.

Demasiados años sin Archie Leach.



martes, noviembre 28, 2006

Semilla de maldad


Cuán aburridos resultan los telediarios. Todo sea por la audiencia, viva la desinformación, abajo la objetividad.

Más que a informativos, se asemejan a gacetillas de sucesos. Cuando dan con una noticia que les procura telespectadores, empujan cuesta abajo la gran bola de nieve y repiten el mismo tipo de información hasta la saciedad.

Niños y abuelas víctimas de perros de ataque, probos e intachables empresarios, normalmente del sector de la construcción, apalizados y posteriormente desvalijados en su modestos chalés, violencia doméstica, individuos atropellados por trenes de cercanías mientras cruzaban la vía férrea, multitudinarios botellones.

La última nueva con la que nos bombardean los noticiarios es la de adolescentes que agreden brutalmente a compañeros, maestros y padres. Dios nos asista, la ley de la selva, la del más fuerte, los colegios e institutos de enseñanza de nuestro país en manos de vándalos, pendencieros y matones. Vamos, que uno no puede asistir a clase o impartirla sin el consiguiente riesgo de que algún delincuente juvenil le quiebre el alma.

Lo más socorrido es endosar la culpa de este comportamiento al hecho de que estos jóvenes tienen todas sus necesidades materiales más que cubiertas, están faltos de cualquier estímulo, se hinchan a comida basura, según numerosos estudios, determinados aditivos ponen de muy mala leche; abusan de los estupefacientes cada vez a edades más tempranas, están enganchados todo el santo día a violentísimos videojuegos, descargan verdaderas barbaridades de Internet, adoran el cine de casquería y las canciones cuyas letras contienen mensajes satánicos. Diablillos.

La violencia es algo inherente a nuestra naturaleza, asesinatos, guerras y matanzas han asolado el mundo desde tiempos inmemoriales. El Antiguo Testamento pone los pelos de punta, las grandes civilizaciones se crearon a base de mandobles, los Borgia no eran precisamente unas Hermanitas de la Caridad, el siglo pasado fue un auténtica escabechina; el actual, demencial.

De muy pequeño recuerdo haber jugado a policías y a ladrones o a indios y vaqueros, simulábamos peleas a puñetazos y nos cosíamos a balazos. Levanta las manos y tira el arma, eres hombre muerto, pum, pum, muerde el polvo.

A lo largo de mis años escolares fui presa de algunos abusones y me enfrenté a ellos en incontables ocasiones, participé en batallas campales entre distintos cursos, me harté de chucherías y pasé miles de horas delante del televisor, me encantaban las series de acción y las películas del Oeste, cuanto más fiambres, más entretenidas, pero en ningún momento y bajo ningún concepto se me hubiera ocurrido agredir a alguien, a no ser que fuera en defensa propia, y menos a un profesor, aunque ganas no me faltaron en algunas ocasiones.

Existía un código ético, unas pautas de comportamiento, había un límite que no se podía sobrepasar. Únicamente la clase criminal cruzaba esa frontera.

Desde hace unos años impera la agresividad, y por desgracia está aceptada e incluso bien vista. El éxito se asocia con un comportamiento desafiante, para ser alguien en esta vida hay que utilizar un lenguaje brutalmente honesto, sin tapujos, ser descarado, prescindir de todo pudor, humillar, insultar e increpar, llegado el caso habrá que recurrir incluso a la agresión física, pero de eso pueden encargarse otros.

Para triunfar hay que machacar a todo bicho viviente. Abandone sus desfasados modales, no me sea blando.

Hoy en día, parece mentira, son modelos de conducta, indeseables de la talla de los hermanos Matamoros, la aristocrática Belén Esteban, el borde del Dr. House o el nuevo fenómeno mediático, Risto Mejide, el odioso miembro del jurado de la no menos odiosa Operación triunfo. Sálvese quien pueda, caiga quien caiga, yo a lo mío, yo, mi, me, conmigo, al resto que le zurzan.

Este tipo de actitud prende a las mil maravillas en una sociedad hipercompetitiva que predica soluciones individualistas y que deja de lado la dimensión social de las personas.

Resulta de lo más hipócrita que luego nos asombre el comportamiento de algunos adolescentes.

La violencia no tiene nada que ver con ello, resultaría más beneficioso para estos muchachos que se programaran de nuevo en televisión sanas antañonas películas bélicas y westerns a tutiplén. En vez de pasar las vacaciones en Marina D’Or o encerrados en su cuarto delante de la pantalla del ordenador, sugiero ilustrativos viajes a Bagdag o la Franja de Gaza.

¿Y qué me dicen de instaurar de nuevo los duelos? Los chavales se lo pensarían dos veces antes de liarse a patadas de karate con un profesor que les ha incautado la cajetilla de tabaco.


jueves, noviembre 23, 2006

Con la comida no se juega

Anoche, por motivos laborales, mi padre y yo nos vimos obligados a comer y cenar con unos señores alemanes para los que trabajamos en calidad de distribuidores.

Mi señor padre hizo de tripas corazón y, por expreso deseo de ellos, los llevó de tapas al Maremagnum. El pobre comió fatal, y sudó la gota gorda pendiente de que a los germanos no les volaran bolsos y carteras y de que no fueran golpeados brutalmente y arrojados al mar por los porteros y vigilantes de tan distinguido recinto.
Huelga decir que ellos disfrutaron muchísimo y cantaron las excelencias del yantar, del vino, del sol y de la suave brisa. Les gustó tanto que propusieron volver por la noche.

Mi progenitor me rogó encarecidamente que buscara una alternativa, a pesar de haber superado la edad de la jubilación, siente mucho apego por la vida, y no tenía ningunas ganas de morir a manos de una mala fritura o de un buen Latin King.

Optamos por reservar mesa en nuevo local del Borne. Antiguo palacete reconvertido en restaurante, decoración exquisita, camareros sonrientes con gafas de diseño, piano de cola y guitarra bossa nova, precios con muchos dígitos. Pedí suprema de bacalao confitado con coulis de tomate seco, cebollitas caramelizadas, muselina de aceitunas arbequinas y reducción de no sé qué; reducido si que era, en la inmensidad del plato descansaban una tajadita de bacalao, dos aceitunas solitarias y varios manchurrones de distintos colores, imposible matar el hambre a base de pan, dos micropanecillos de sésamo y frutos secos no fueron suficientes.

Nuestros ilustres invitados, es un decir, gracias a Dios abonaron ellos la dolorosa, estaban maravillados. Barcelona les pareció en ese momento, sirva como atenuante que habían efectuado una cata de vinos y se habían tomado varias cañas y un par de caipirinhas, amén del Chardonney y de los orujos con los que regaron la cena, la cuna y el buque insignia de la gastronomía mundial.

Cierto es que la Ciudad Condal está plagada de restaurantes y bares, los libros más vendidos son los recetarios y proliferan los programas sobre cocina y gastronomía, cada canal de televisión tiene su cocinerete, pero, curiosamente, cada vez comemos peor.
¿En cuántos de estos establecimientos ofrecen un producto decente? ¿Qué fue de la honesta casa de comidas o de la fonda? ¿Dónde fueron a parar los menús que dejaban satisfecho y no agujereaban el bolsillo?

El furibundo esnobismo del que Barcelona ya hace muchos años que hace gala ha acabado con el mantel de hule, el vino a granel decente, la sopa de caldo, los guisantes con jamón, los estofados, las frituras de pescado azul, los fideos a la cazuela, las legumbres, los potajes, la verdura del tiempo, las croquetas como Dios manda, la canastilla llena de pan, los flanes caseros, el arroz con leche y la fruta de postre.

Hoy en día, los restaurantes de cubierto económico sirven ponzoña, los de categoría media quieren emular a los buscadores de estrellas Michelin y cocinan basura y los de alto nivel te dejan con el estómago y la cartera vacíos.

Mientras los gurús de los fogones deconstruyen, emulsionan y thermomixean, la dieta de la gente de a pie se compone de precocinados, envasados, conservas y congelados.
Ir al supermarcado resulta una experiencia aterradora ¿Han visto alguna vez algo con vida en las cestas de la compra? ¿Se han fijado en la bazofia que coloca la gente en la cinta transportadora de la caja? A veces tengo ganas de preguntarle a la persona que tengo delante en la cola si tendrá suficientes arrestos para meterse entre pecho y espalda tamaña porquería.
Tortillas y ensaladas envasadas, arroz y pasta que se cuecen al minuto, platos que sólo requieren pasar por el microondas, sopas deshidratadas.

Entiendo que las exigencias de la vida moderna resten tiempo para guisar y disfrutar de una buena mesa, pero creo que el problema va más allá, la gente no quiere invertir ni diez minutos de su sagrado tiempo en ponerse el delantal. Comer bien no supone sólo cocinar, también hay que limpiar el desaguisado y hacer la compra ¿Para qué perder el tiempo? Dele a la ruedecita de la central nuclear que tiene instalada en su sala de vivisección, timbre de aviso y a comer.
Buen provecho y veinte años menos de vida.

La realidad es muy distinta a la que nos quieren vender. Mucho maridaje, fusión y dieta mediterránea, mucha guía, mucho chef premiado, mucho prestigio y mucha tontería ¿A quién pretenden engañar? El barcelonés medio se alimenta fatal.
Un conocido me comentó que el mejor suquet de pescado que ha probado en su vida se lo sirvió un cocinero filipino en un restaurante de Oslo.

Para que luego presuman.

miércoles, noviembre 22, 2006

Todos los hermanos eran valientes



Permítanme que les hable de mi hermano mediano.

Maximilian von Czernowitz nació en 1969 en Besarabia.
Actualmente regenta una carnicería en la ciudad de Pula.
Se considera súbdito del Imperio Austrohúngaro, del Reino de Redonda y furibundo antinacionalista.
Lector ocasional de novelas del Oeste, en sus ratos libres toca la batería en el grupo de versiones de ACDC Angusa Pivnica y colecciona afiches de películas de Alida Valli y George Sanders.
Adora la repostería, el té y la cerveza checa.
Forofo del balompié, sus ídolos futbolísticos son Kubala y el recientemente fallecido Ferenc Puskas. Es seguidor acérrimo del Artmedia Bratislava.
Entre tajos, chuletas y salchichas, escribe.

Hará cosa de una semana le telegrafíe y le pedí que escribiera una introducción para un blog sobre la Primera Guerra Mundial que hemos pergeñado mi querido amigo y magnífico ilustrador Oriol Roca y un servidor.
Hoy he recibido el escrito por correo postal, pasen y vean.


La Gran Guerra y el cielo vacío de Europa

No deja de llamar la atención que la Gran Guerra de 1914-1918 nos sea cada vez más cercana y familiar. La Segunda Guerra Mundial, mucho más espantosa por la perfección alcanzada en su poder de exterminio, convirtió a la Primera en una guerra más normal, más asumible, a los ojos de todo el mundo. Pero la que inauguró el siglo XX se trató sin duda alguna de la madre de todas las guerras actuales. Como afirmó el escritor Józef Wittlin inauguró la civilización del cadaverismo. La Primera Guerra Mundial sellaba el fin de una etapa de Europa y finiquitaba de una vez el orden tradicional.
En su libro El cielo vacío el escritor rumano de expresión alemana Richard Wagner dice de los Balcanes, que tienen que ver con nosotros mucho más de lo que pensamos y desearíamos. El 28 de junio de 1914 estalló en Sarajevo, la capital de Bosnia, el conflicto que cerraría finalmente el siglo XIX (también comenzó allí el que inauguró el siglo XXI). Un nacionalista serbio asesinó en sus calles al archiduque sucesor al trono de Austria-Hungría: propulsor de una Yugoslavia bajo el cetro austriaco, lo que no interesaba a Belgrado, casado con una checa y que no caía demasiado bien al emperador. El asesinato fue bastante chapucero, pues tras un primer intento fallido, el matrimonio volvió a salir a las calles de la ciudad para desafiar al destino a manos de la vieja pistola rusa de Gavrilo Princip.
Ello sirvió de excusa a los militares y funcionarios imperiales, inconscientes de sus consecuencias, en su mayoría cínicos y arribistas, para declarar la guerra. El emperador Francisco José siempre la evitó (dicen que preguntó a sus ministros y generales: "¿Ustedes han participado en alguna guerra? ¡Yo en muchas!"), pero seguramente a su edad no pudo ya evitar las presiones del clan belicista prusiano-magiar. Así la gran perjudicada por la guerra fue la monarquía austro-húngara, que tras el final del conflicto fue descuartizada por las diásporas nacionalistas en suelo anglosajón. A pesar del desastre económico y militar que supuso la guerra para Europa, Francia y Alemania se prepararon para el segundo asalto del suicidio europeo. El cordón sanitario entre Rusia y Alemania quedaba completamente fragmentado.
No es casual que en otoño de 1929 el general de Infantería Hermann von Kuhl publicara en la editorial Wilhelm Rolf de Berlín una de las primeras historias militares de la Primera Guerra Mundial. Era sintomático que un general prusiano (ese estado advenedizo, así lo definía un pangermanista de viejo cuño como Hugo von Rezzori) fuera el primero en hacerlo. El pangermanismo, sentimiento nacionalista que recoge en 1841 el poeta Arndt, que promovía la unidad política y cultural de los alemanes (más tarde un paranoico general serbio diría que allá donde se encuentre la tumba de un serbio será territorio serbio), confluye como toda paranoia, en la violencia como medio de expresión, en un callejón sin salida, en el suicidio. Alemanes y franceses se lanzaron a la guerra felices y orgullosos.
Esa continuación de la guerra franco-prusiana, que arrastró a todo el mundo tras de sí, marcó la historia del siglo XX. La catástrofe de esa guerra, tanto militar como económica, fue más allá. Con el fin de la guerra se extinguía para siempre un mundo que inició su declive con el terror de las guillotinas durante la Revolución Francesa, la espoleta del fatídico nacionalismo que un siglo después derivó en el antisemitismo más feroz. El mundo del honor, de la caballerosidad y de la justicia, incluso el mundo de la aventura, que con tanta nostalgia encontramos en los libros de Stevenson y Kipling (la antítesis de ese pintor de brocha gorda con bigote), había sido decapitado.
Seguramente, la película que mejor refleja esa pérdida de la inocencia es The Life and Death of Colonel Blimp de Michael Powell y Emeric Pressburger. El militar Clive Candy intenta mantener el honor y el sentido de la caballerosidad a través de tres guerras (la de los Boers y las dos guerras mundiales), pero finalmente no puede hacer frente a los nuevos tiempos: la Primera Guerra Mundial lo había convertido en un hombre anacrónico, pues todo aquél que nació a partir de 1919 ya pertenecía al nuevo mundo. Muchos de esos caballeros vagaron sin pasaporte por una Europa de entreguerras, que vivía un falso armisticio.
Y por otra parte está la historia de esos hombres anónimos que de la noche a la mañana se convirtieron en soldados. Porque para ser un buen soldado no hay que tener alma. Esos soldados anónimos, leales a un mundo pretérito, que se enfrentaron al horror y volvieron a casa transformados. El único que salió indemne fue el valeroso soldado Švejk, la cara más amarga del horror de la guerra de las trincheras en Flandes, en la Galitzia polaca, en los Balcanes... Pero esos soldados anónimos que aún no habían entrado en combate, como el Ferdinand de Casse-Pipe de L.F. Céline o el Piotr de La sal de la tierra de Józef Wittlin, supersticiosamente leales al pasado, sucumbieron moralmente ante el conflicto.
Esta guerra que empezó hace casi un siglo, la que dejó el cielo de Europa vacío, aún tiene mucho que enseñarnos.

Maximilian von Czernowitz

jueves, noviembre 16, 2006

Con la Iglesia hemos topado

El secretario personal del Papa Benedicto XVI, George Genswein, ha puesto el grito en el cielo por las bromas que un par de humoristas italianos han hecho sobre el Sumo Pontífice.

Ratzinger y su secretario fueron y son motivo de imitación en un espacio de la cadena de televisión La7 y en el programa radiofónicoViva Radio 2.

Genswein declaró que las chanzas carecían de "altura intelectual" y no resultaban aceptables. Dijo a su vez que “nunca ha visto ni verá” esos programas puesto que “son poco constructivos”. Como colofón añadió que El Papa no ha hecho ninguna referencia a estas bromas. Un comentario del Santo Padre o cualquier reacción sería realmente demasiado honor para esta gente”. Faltaría más.

El diario de la Conferencia Episcopal, Avvenire, publicó el sábado un intransigente editorial en el que llamaba "cobardes" a los humoristas que "ridiculizaban a las personalidades católicas".

Otros pesos pesados de la Iglesia no han tardado en sumarse a la condena de la parodia.
El cardenal Paul Poupard comentó que la sátira sobre el Papa era "ofensiva contra la persona". El cardenal Walter Kasper opinó por su parte que no se podía permitir "el daño a una persona de tanta autoridad".

Lo más irreverente que ha dicho el cómico Fiorello cuando imita al padre Georg es algo así como:
"El Papa ha empezado a fumar, tres paquetes diarios. Fuma como un turco. Pero es sólo para prepararse para el viaje a Turquía" (en Italia la expresión fumar como un turco es equiparable a la española fumar como un carretero).
O lindezas del tipo: "Después del partido de fútbol iremos a cenar a un restaurante nuevo que han abierto en el Vaticano. Se llama La Última Cena. No está mal, porque pides pescado para uno y comen 20".

Crozza, en su programa televisivo de La7, es algo más más ácido:
”El Papa dice ‘Pax in terra’ ¿Pacs? ¿Parejas que cohabitan? Mejor no. ¿Quién escribió este discurso? ¡El hombre debe amar a otro hombre! No y mil veces no. Parece escrito por Zapatero Zapatera.”

Para más inri, ambos cómicos exageran a su vez el marcado acento alemán de Ratzinger y Genswein.

La verdad es que los chistes son infames, de lo peorcito.
¿Pero es lícito que una institución que promulga el amor, la comprensión, la modestia y el perdón reaccione tan furibundamente a un par de bufonadas nada mal intencionadas y que se erija en inquisidora, juez y verdugo?

Todo hombre público está expuesto a la burla, la mofa y la crítica, y ha de saber encajar con resignación y elegancia los golpes ¿Podemos chotearnos de nuestros políticos y no podemos burlarnos del Santo Padre? Venga ya ¿A que extremos estamos llegando?

Tan aberrante me parece que el sector más radical del mundo musulmán condene caricaturas y discursos papales como que el Vaticano trate de prohibir unas inocentes imitaciones.
¿Qué nos depara el futuro? ¿Santas Cruzadas? ¿Confesión bajo tortura? ¿El tribunal del Santo Oficio? ¿Purificadoras hogueras? ¿Dónde vamos a ir a parar?

En mi modesta opinión, creo que sería mucho más gracioso desfacer el entuerto del Banco Ambrosiano y sus nexos mafiosos, esclarecer la muerte de Juan Pablo I o aclarar la participación vaticana en la fabricación de preservativos en Canadá.

Lo que nos íbamos a reír.

miércoles, noviembre 15, 2006

Cosas de críos

Hará cosa de un par de semanas recibí un correo electrónico de una antigua compañera de colegio, cursamos juntos lo que antes se llamaba Educación General Básica, en el que me invitaba a una cena de ex-alumnos.

Hace algunos años asistí a una reunión similar.
No fue un acto nostálgico, la infancia me parece una etapa de la vida bastante obviable.
Lo que me movió fue una malsana curiosidad. Transcurridos tantos años ¿Qué habrá sido de tan angelicales criaturas? ¿Estará el personal fachoso, divorciado, canoso, desdentado, calvo, mantecoso? ¿Abusará de las sustancias ilegales la empollona de Menganita? ¿Se habrá sometido a un cambio de sexo el meapilas de Fulanito? ¿Estará entre rejas el golfo de Zulanito?
Huelga decir que todos los compañeros gozaban de un inmejorable aspecto, estaban en su sano juicio y llevaban unas vidas de lo más normalito. La cena fue de lo más distendida y todo el mundo disfrutó de la velada.

Prefiero guardar de ellos el recuerdo de esa noche que el de todos los años de niñez que compartimos.
Muchísimas personas se aferran a sus vivencias de infancia y recuerdan esa etapa como la más feliz y entrañable de su vida.
A mí, por el contrario, siempre se me ha antojado gris, sombría, plagada de miedos y sometida a los designios de tus mayores.

Desde que uno nace está predestinado a recibir órdenes, regañinas, coscorrones, tirones de oreja, gritos y prohibiciones por parte del mundo adulto, mientras que tus contemporáneos pondrán todo su empeño en robarte la merienda, escupirte, faltarle a los tuyos, romperte las gafas, denunciarte a las autoridades y molerte a palos si fuera menester.
No me malinterpreten, creo que es absolutamente necesario pasar por todo lo descrito anteriormente, forja el espíritu y el carácter.
El mundo es un sitio maravilloso que alberga incontables peligros y trampas y hay que aprender, cuanto antes mejor, a hacerles frente.

Pero no me pidan que añore mis años mozos.

Recuerdo haber sido un crío dichoso y locuaz hasta que pisé el colegio, terrible institución donde las haya, allí consiguen a base de humillación convertir en clones a todos los mocosos. Poco importan las materias que se imparten, se trata de conseguir que toda la chiquillería piense y actúe por igual. El mozalbete que cometa la osadia de pintar el cielo de color amarillo, que guste de leer demasiado o que prescinda de participar en los juegos de equipo y en todo acto tribal, será apartado de la manada, tratado de asocial y condenado al ostracismo, y en ese proceso participarán activamente profesores, si merecen ser llamados así, y alumnos.

De pequeño, y aún hoy, me chiflaban los musicales. Mientras la mayoría de niños adoraba a Maradona yo soñaba con ser Fred Astaire. Esa agilidad, esa elegancia.
A pesar de su extrema delgadez, sus ojos de batracio y de sus amplias entradas, gracias a sus sobrenaturales dotes para el baile, a su eterno frac y a sus elegantísimos trajes, el tipo se llevaba siempre de calle a las mujeres más guapas: Ginger Rogers, Paulette Goddard, Cyd Charisse, Audrey Hepburn.
Me apunté ilusionadísimo a clases de claqué. Tan alegre iniciativa se truncó sólo cruzar la puerta de la escuela de baile, todo eran niñas, ni un solo muchacho, por no haber, no había ni vestuario masculino ¿Para qué? Por aquel entonces los únicos hombres que bailaban eran algunos bailaores afeminados y los mariposones del ballet de Aplauso.
Fue un auténtico calvario, las chiquillas se burlaban constantemente de mí, mis compañeros de colegio me tacharon de nenaza, jamás pude volver a jugar al fútbol con ellos, al banquillo con la niña.

Cuan crueles pueden llegar a ser los niños, y que bien saben utilizar los mayores esa perfidia en su propio beneficio.
Recordando tiempos pasados, me vienen a la memoria tres sobrecogedoras películas que en su momento captaron con mano maestra ese mundo infantil de ogros, brujas, pesadillas y miedo a la oscuridad: “La noche del cazador”, la única película que dirigió el maravilloso actor Charles Laughton, “El cebo”, de Ladislao Vajda (aunque parezca mentira también realizó “Marcelino pan y vino”) y “Viento en las velas” de Alexander McKendrick. Realmente terroríficas.

Abomino de esos métodos educativos modernos basados en la correción política y la ñoñez, así como de la enseñanza elitista tradicional.
No creo que lo más apropiado sea convertir a alguien en un banco de datos, en un loro de repetición hipercompetitivo y deshumanizado, un futuro tiburón, un modélico ciudadano que pague religiosamente sus impuestos; de inútiles ejecutivos y products managers ya está el mundo lleno.

Me parece totalmente contraproducente esa nueva corriente que insta al niño, si se llama Manolito, a que juegue con muñequitas, a que llame señores afroamericanos a sus jugadores de baloncesto favoritos y a que no se ría cuando le digan que su mejor amigo tiene dos mamás.
María mientras puede practicar los deportes más violentos y vestir y conducirse como el más encallecido estibador de muelle. Dejando de lado si son varón o hembra, ambos pueden expresarse librementa a grito pelado, patalear y convertir la hora de la comida en una auténtica batalla campal.

Señores pedagogos, dejen que las cosas sigan su curso, no hay nada pernicioso en que Manolito disfrute pegando tiros con su ametralladora y en que María salte a la comba, con tan modernísimas enseñanzas igual corren el peligro de que se conviertan en dos cabroncetes respondones, misóginos, racistas y homofóbicos.

Los buenos modales, la educación y la cultura son imprescindibles en toda sociedad que se precie. La cultura enriquece, expande la mente y abre los ojos a otras realidades, pilar básico para la tolerancia y la más absoluta de las libertades.
La imposición pura y dura o el cerrar los ojos a los aspectos más miserables de la condición humana no llevan a ningún sitio.
Eduquemos con firmeza desde la tolerancia, despertemos curiosidades y fomentemos intereses, no coartemos iniciativas ni impongamos de una manera u otra valores caducos o cretineces libertarias.

Limitémonos a enseñar a pensar y que cada cual decida por si mismo.

lunes, noviembre 13, 2006

La conexión ucraniana


Ucrania, esa gran desconocida.
Debo admitir que hasta hace muy poco lo único que sabía de tan remoto territorio era que allí tuvo lugar la catástrofe de Chernobyl y que bordan el pollo a la Kiev, un delicioso a la par que hipercalórico plato de pollo empanado relleno de mantequilla que ya quisiera haber inventado el sureño coronel Harland Sanders, alias “El envenenador” .
¿Conciben ustedes algo más aterrador que pasar la tarde en esa morgue llamada Kentucky Fried Chicken mascando grasientas especialidades de rara avis rodeados de parados crónicos, vagabundos y revolucionados púberes acneicos?

Durante esta última semana, por cuestiones meramente casuales, he estado en constante contacto con tan curioso país. Todo empezó cuando uno de mis hermanos me recomendó la lectura de “El último territorio” de Yuri Andrujovich, un divertidísimo compendio de artículos que describe sin sesudeces, con sarcasmo y no poca acidez, la compleja realidad de Ucrania.
Al día de iniciar la lectura, una encantadora pareja amiga desde hace años y ahora vecina, nos dejó a mi mujer y a mí “Everything is illuminated”, reciente película independiente cuya trama transcurre en esta nación.
Basada en la novela de Jonathan Safran Foer, narra la historia de un joven judío estadounidense que viaja a Ucrania en busca de la mujer que salvó a su abuelo de los nazis.
Es una lástima que tan prometedora cinta se diluya y quede en nada por un irritante abuso de tratamiento visual y exceso de música. Transcurridos veinte minutos de metraje, cuesta distinguir el filme de un anuncio de automóviles.

Padezco, desde hace ya bastantes años, una, yo creo que justificadísima, animadversión al cine moderno. Siempre he creído que desde mediados de los años sesenta del pasado siglo, salvo alguna honrosa excepción, no se ha estrenado una maldita película decente, decadencia atribuible al fin del glorioso sistema de estudios, al retiro de los pioneros y a la irrupción de los muchachos de las barbas y del Cahiers dú Cinema, repugnante libelo; y más tarde al control de las películas por parte de mercachifles y sanguijuelas de cuello blanco que poco o nada saben del oficio, en una misma junta directiva venden sin despeinarse carburantes, refrescos carbonatados y guiones; y a la eclosión de nuevas tecnologías que han desvirtuado por completo tan noble espectáculo. Han leído bien, espectáculo, no olvidemos que el cine nació como una atracción de feria que con los años alcanzó la categoría de arte, pero siempre sin olvidar que lo primero era entretener al respetable.

Hoy en día sólo existen dos tipos de películas que me hacen bostezar a partes iguales:
acción a raudales, efectos especiales a cada paso, psicóticos movimientos de cámara, música histérica, actores chiquilicuatres y barbilampiños, mujeres que han estudiado interpretación en la sala de operaciones de un cirujano plástico, humor zafio, escatología barata, diálogos bochornosos, disparos en las rodillas, perritos mordedores de entrepiernas a los que se rescata de las garras de la muerte practicándoles el boca a boca, soporíferas exhibiciones de artes marciales...

Si por el contrario es usted de los que reniegan del cine comercial, prepárese a soportar diálogos interminables, latosas disertaciones, feísmo, reivindicaciones panfletarias, sordidez, actores aficionados, pedantería ; siempre podrá epatar al público de la minúscula sala riéndose durante el pase de una película iraní antes de que aparezcan en pantalla los subtítulos, no olvide a su vez llevar bajo el brazo biografía o estudio del director del tostón cuando esté haciendo cola para comprar las entradas, de rigor tomarse varios cafés muy cargados después de la función, más que para comentar lo visto, para recuperarse del duermevela provocado por tres horas y media de cine africano.

Cierro la conexión ucraniana con una triste noticia.
El sábado pasado nos dejó Volodymyr Palanyuk, más conocido como Jack Palance, duro entre duros, a la nada desdeñable edad de 87 años.
Según su representante el fallecimiento se debió a causas naturales ¿Cómo demonios se muere uno de manera natural? Es ley de vida que un día u otro tengamos que perecer ¿Pero que hay de natural en espicharla?

Jack Palance, hijo de un minero ucraniano, quien antes de dedicarse a la interpretación picó carbón con su viejo, fue boxeador profesional y veterano de la Segunda Guerra Mundial, tuvieron que reconstuir parte de su cara que quedó desfigurada cuando se incendió el avión que pilotaba, encarnó a lo largo de su extensa carrera cinematógrafica a villanos de todos los pelajes.

Su rostro inquietante de marcados pómulos y pequeños ojos maliciosos, su metro noventa y su voz grave casi de ultratumba le relegaron a ser el malo de casi todas las películas en las que actuó.

Debutó en la pantalla grande en 1950 en la magnífica “Pánico en las calles” de Elia Kazan.
En mi modesta opinión, su interpretación más memorable es la del frío, silencioso y desalmado pistolero Jack Wilson en “Raíces profundas”, western de westerns.
Palance actúo como secundario en un sinfín de películas y series de televisión, en los años sesenta y setenta, al igual que muchos compañeros de su generación, tuvo que trabajar por razones pecuniarias en olvidables, la gran mayoría infames, coproducciones europeas.
Como curiosidad señalar que encarnó a dos monstruos de la era moderna, el Conde Drácula y Fidel Castro.
En 1992 recibió un oscar al mejor actor secundario por su interpretación en “Cowboys de ciudad”, donde deja a la altura del betún al estomagante Billy Cristal.

Famoso por la humildad con que sobrellevaba su carrera y por su sentido del humor, generalmente se refería a la mayoría de sus papeles como “basura” y señalaba que la mayoría de los directores con los que había trabajado eran “unos incompetentes que ni siquiera podrían estar dirigiendo el tráfico”.

Dios no quiera que la actual y futuras generaciones lo recuerden únicamente por su actuación en “Bagdad Café”.

martes, noviembre 07, 2006

Haz reír

Leyendo los comentarios a mi último artículo, me han soprendido las líneas de alguien que se hace llamar Toni, creo no tener el placer de conocerle, quien espera futuros artículos con un tono más alegre, pues todo lo que he escrito hasta ahora, aunque ha sido de su agrado, muchas gracias por tan amables palabras, le ha dejado, cito textualmente, con una pena en el alma.

Reitero mi estupefacción, desde el primer momento en que pergeñé el blog, mi intención ha sido la de tratar de arrancar una sonrisa e incluso la de hacer reír, cosa harto difícil, a todos aquellos que acceden al mismo.
Jamás pensé que ninguno de mis textos, a excepción del último, pudiera entristecer a alguien, nada más lejos de mi intención.
Cuán sorprendente es de que manera percibe cada individuo las cosas.

El amigo Toni me ha hecho pensar al respecto, he releído todos mís artículos, y lo cierto es que todos adolecen de un tono algo pesimista y oscuro. Por increible que pueda parecerles, hasta ahora no había reparado en ello.
Cuando reflexiono sobre todo lo que he escrito, me llama la atención que en períodos duros o tristes tendí a utilizar un tono cómico y distendido, en cambio, cuando he rebosado felicidad, he sentido la necesidad de expresar mis pensamientos más negros.
Siempre me ha llamado la atención esta especie de dicotomía entre lo gracioso y lo trágico, entre lo ridículo y lo solemne.
¿Quién no se ha carcajeado a mandíbula batiente viendo como alguien tropezaba en la calle y se daba de morros contra el suelo?

Muchos de los que consagraron su vida a hacer reír a los demás fueron personas atormentadas, enfrentadas a sus propios demonios, sumidas en la depresión, las adicciones o la locura.
Para muestra un botón, tomen ustedes como ejemplo a algunos de los grandes cómicos del pasado siglo: Buster Keaton, W.C. Fields, Peter Sellers, Richard Pryor, John Belushi; sus vidas fueron auténticos vía crucis.
Lo mismo se puede aplicar a un sinfín de payasos, tristísima figura; artistas de variedades, imitadores, monologuistas, cantantes bufos e intérpretes de comedias.

El genial director y guionista Billy Wilder, explica en su biografía una historia que ilustra a las mil maravillas esta situación:

- Un hombre, en Zurich, acude a un analista y le dice:
“Doctor, ¡tiene que ayudarme! Estoy tan absolutamente descontento con la vida y con el mundo, me siento tan desconsolado que sólo sé una cosa. Estoy a punto de suicidarme".
- El psicoanalista habla con él durante un rato y le describe cosas hermosas, la cara brillante de la vida.
“- Mire usted "– le dice, "está usted en esta preciosa ciudad de Zurich. Se levanta por las mañanas, a lo lejos brillan las montañas, los pájaros cantan, usted está alojado en el hotel Dolder, le traen un desayuno fantástico. Panecillos crujientes, aromático café, zumo de naranja recién exprimido. Después se levanta, da un maravilloso paseo, pasando por los jardines y grandes mansiones que hay junto al Dolder o se acerca andando a la orilla del lago. Luego vagabundea por la ciudad, se pasea por las maravillosas tiendas de la Banhofstrasse, y regresa, para comer al mediodía en la parrilla del hotel Eden. Después da otro paseo, admirando a todas las chicas guapas, a todas las mujeres elegantes que se cruzan con usted. Luego regresa al hotel, hace una pequeña y reparadora siesta, y luego se toma un buen cóctel y escucha la agradable música del bar. Y después de una cena fantástica en la Kronenhalle, entre todos aquellos hermosos cuadros, y tomando un exquisito vino suizo, se va usted al cine o a un espectáculo de variedades".

El médico interrumpe su optimista descripción y le pregunta al paciente:

“-¿Sabe usted quén está en estos momentos en Zurich? Grock, ¡el famoso payoso Grock! Con toda seguridad el lo entrentendrá y divertirá. Grock es la persona más divertida del mundo. Así que prométame que se comprará una entrada y que esta misma noche asistirá a la representación ¡Se partirá de risa! Conocerá la vida desde su lado divertido y por lo tanto, su lado más hermoso. Sus depresiones desaparecerán como si se las hubiera llevado el viento.

Entonces el hombre lo mira con tristeza y dice:

“-Yo soy Grock".

Fragmento extraído del libro “Nadie es perfecto” de Hellmut Karasek.

En lo sucesivo procuraré darle un tono más optimista y risueño al blog, no me considero ningún cenizo, ni persona triste, ni un pomposo, ni un pelmazo agorero, quienes me conocen saben que soy amigo de la charla distendida, de los chistes y el despiporre.

Me he permitido la licencia de cerrar este artículo con una sentida y esperanzadora frase que aparece en los comentarios de Toni.
Todos los días sale el sol.
Diga usted que sí, mucho ojito con las radiaciones ultravioleta y con el molestísimo melanoma.



viernes, noviembre 03, 2006

La historia de Klaus Pavel

La magnífica ilustración que encabeza este pequeño relato es de mi gran amigo Oriol Roca, excelente dibujante e ilustrador. Tiene un fantástico blog donde pueden echarle un vistazo a sus fabulosas creaciones: http://oriolator.blogspot.com/.
Hace un par de semanas nos vimos y me sugirió la idea de acompañar de una breve naracción sus escalofriantes dibujos ambientados en la Primera Guerra Mundial, hete aquí la primera entrega, confío les guste.

Gracias por la idea, Uri.

Un fuerte abrazo, maese pintamonas, genio entre genios.

Me llamo Klaus Pavel.
Mi familia se ha dedicado durante generaciones a la cría de caballos.
Tenemos una pequeña finca cerca de Warendorf, los pastos son buenos, el paisaje es magnífico. Nuestros animales son el orgullo de la zona, nobles bestias de tiro, excelentes para el arado y la carga.

Antes de que estallara esta cochina guerra, ganamos durante cinco años consecutivos la exhibición equina de Gütersloh, mi padre rebosaba orgullo, la abuela siempre acababa llorando.
La gran mayoría de campesinos de la región acudían a nosotros, “cuando necesites un caballo, visita a los Pavel”, se oía decir a los hombres en la taberna, los tractores jamás podrán sustituir a tan espléndidos animales.
Las cosas no podían ir mejor hasta que ese maldito serbio asesino al Archiduque Franz Ferdinand.

Yo estaba en la escuela, estudiaba para bachiller, nuestro querido profesor Rath dijo unas bellas palabras. Nos habló del Kaiser, de nuestros hermanos austríacos y del orgullo de ser alemanes.
“Jóvenes, la madre patria les necesita, si fuera menester, den por ella hasta la última gota de su sangre, ningún sacrificio es demasiado grande, adelante muchachos, venzan o mueran”.

Al día siguiente, sólo levantarnos, corrimos a la oficina de reclutamiento, toda la clase se alistó.
Ingresé en el 18, madre dijo que estaba guapísimo a caballo vestido de uniforme. Me regalaron a Blitz, un excelente ejemplar de Mecklenburg, raza que durante muchos años ha servido fielmente a nuestra valerosa caballería.
Las chicas llevaban coronas de flores en el pelo y nos colmaron de besos, tabaco y chocolate.

Me llevaron al cuartel, limpiaba los establos, daba de comer, herraba y cepillaba a las bestias.
La instrucción no era muy dura, los compañeros amables, la comida buena.
Llegaban noticias del frente, mi hermano Herbert y dos de mis mejores amigos cayeron en Bélgica. Me volqué en mis tareas y decidí no pensar mucho en lo sucedido.

El cabo Bergner irrumpió en el barracón de madrugada, “equipo de campaña, nos vamos”, nada más.
Marchamos durante días, estábamos bien equipados y con el estómago lleno, había forraje para las cabalgaduras, no sufrimos ningún percance, la moral era alta.
Llegó el día, entramos en combate.
Trescientos veintiocho hombres al galope, en formación de carga, contra tanques y obuses.
Una auténtica carnicería, de todo el regimiento sobrevivimos veinte, el resto, jinetes y monturas, despedazados en el campo de batalla.

Se quedaron con nuestros caballos y nos enviaron a las trincheras.
No es fácil conservar la cordura rodeado de compañeros muertos y ratas, el hedor era insoportable, el constante silbido de las bombas no nos dejaba dormir.
Tampoco ayudaban las escasas raciones, una hogaza de pan moreno y dos cantimploras de agua por hombre y semana.
Llegó la correspondencia, en casa, gracias a Dios, todos estaban bien, Katcinsky se lanzó como un loco contra las líneas enemigas cuando se enteró de que su mujer había vendido la granja y se había fugado con otro hombre.

Ayer se presentó un correo, el alto mando decidió premiar a los valientes soldados con ración extra, habían sacrificado a nuestros caballos, mi querido Blitz en manos de un matarife.
No sé que sucedió, recuerdo verme con la bayoneta calada, el mensajero estaba en el suelo cubierto de sangre, mirándome sorprendido con los ojos muy abiertos.

El juicio fue muy rápido, me ajusticiarán al alba, algunos hombres comerán caliente mañana.