viernes, septiembre 15, 2006

Devuélveme la tele que me la has quitado

Es vox populi que el año empieza en septiembre.

Los críos vuelven al colegio hechos un mar de lágrimas, los adultos se reincorporan al trabajo llorando a moco tendido. Se renueva el vestuario, se reparan los electrodomésticos que curiosamente siempre se estropean durante las vacaciones, un clásico, uno llega sonriente y la mar de ufano a casa después de chuparse ocho horas de caravana y de haber dejado tiesa la tarjeta cenando bazofia en el bar de un área de servicio, abre las maletas cargadas hasta los topes de ropa sucia que lleva macerándose dos semanas, y, sorpresa, la lavadora no funciona.

Se editan miles de fascículos de los que sólo se compra la primera entrega.
Quién no tiene perdidos en el fondo de algún cajón un mástil de la maqueta a escala de la carabela La Niña, un páncreas de plástico de “El Cuerpo Humano”, una cinta en Betamax del comandante Jacques Costeau, el índice de “La Historia del Rock & Roll” acompañado de un compacto de Neil Sedaka, dos ruedas de Scalextric o unas instrucciones para hacer fuego en el bosque sin que ardan 3.000 hectáreas de pino y matojo bajo de “La Enciclopedia Infantil de Los Jóvenes Castores”.

Se inicia la temporada en televisión. Se estrenan programas, se cambian presentadores y se emiten nuevas series.

No teman, no hablaré sobre la telebasura, otras voces mucho más expertas en la materia han estudiado a fondo el fenómeno y han debatido largo y tendido al respecto.
No siento el menor interés por la patulea que a la voz de “habla más lento que no te escucho” y “mentira, bonita, eso que dices es incierto”, todo sea por estar en el candelabro y nadar en la ambulancia, hacen públicas sus disputas, peleas y querellas.
Hace años que la programación televisiva ha caído en un pozo sin fondo, pura ponzoña, auténtica inmundicia.
Tomen buena nota, lo más recomendable es tirar el aparato receptor por la ventana y dedicarse a la lectura o a hacer punto de cruz. Les da este consejo un humilde servidor, quien años ha fue todo un teleadicto.

Ya de muy pequeñito, que ganas locas tenía de que acabaran las clases que tanto detestaba para pasar toda la tarde en compañía de la gente de Barrio Sésamo o para reírme como un poseso con los políticamente incorrectos dibujos animados de la Warner; alabados sean Bugs Bunny, Coyote, el pato Lucas, Piolín y Speedy González.

También me gustaban, aunque no tanto, quizás por que tenían un punto moralizante, los personajes de Hannah Barbera, con Maguila Gorila a la cabeza, y porque negarlo, los lacrimógenos dibujos japoneses, ya saben, Marco y compañía.

Y que hay de esos maravillosos sábados en los que toda la familia sentada en el sofá disfrutaba de las películas de espadachines, marines, vaqueros y piratas que programaba Primera Sesión. Después venían los Payasos de la Tele, a mí, como la mayoría de los payasos, siempre me parecieron algo siniestros, esos camisones rojos, esos sombreritos, esos narizones; durante años tuve pesadillas con unos terroríficos cuadros de payasos que tenía colgados en su consulta el pediatra que me atendía.

La cosa continuaba con Aplauso y seguía con alguna de esas maravillosas series de hace más de treinta años, cualquier capítulo de Colombo, de Kojak o de Las calles de San Francisco le da mil vueltas a muchos estrenos de cartelera actuales.

La felicidad se truncaba con el dichoso partido de fútbol, cualquier retransmisión deportiva se me ha antojado siempre soporífera. Pero la desdicha duraba poco, tras la repetición de las mejores jugadas llegaba Informe Semanal, visitas papales, Beirut, Adolfo Suárez, accidentes aéreos y la cena, y como recompensa, los sábados podía irme a la cama más tarde, podía ver veinte o veinticinco minutos de Sábado Cine. Siempre magníficas películas sesenteras o setenteras de Robert Redford, Burt Reynolds, Steve McQueen, Paul Newman, Charlton Heston o Robert Redford, o por lo menos eso es lo que yo recuerdo.

Hasta bien entrada la década de los ochenta también daba gusto ver televisión. Programas de producción propia fantásticos (El planeta imaginario, La bola de cristal, La edad de oro, Mis terrores favoritos), series extranjeras excelentes, nada que ver con las de hoy en día, todas cortadas por el mismo patrón: pasillos de hospitales y rupturas sentimentales entre camillas y úlceras sangrantes, policías que diseccionan alienígenas y urbanitas cuarentonas neuróticas que explican con pelos y señales todos los pormenores de su vida íntima dando cuenta de una porción de tarta de moka y un capuccino en un desangelado Srtarbucks Coffee.
¿Qué fue de los diálogos dignos de las alocadas comedias de los años 30 que sostenían David Adisson y Maddie Hayes en las oficinas de la agencia de detectives Luz de Luna? ¿Quién no recuerda los trajes de Sawile Row que lucía Pierce Brosnan en Remington Steele, o la magnífica banda sonora obra del gran Henry Mancini?

¿Y que hubiera sido de nosotros sin gente tan irreverente y tan lúcida como el maestro Gila, Tip y Coll, Gurruchaga y El Gran Wyoming? Muchos monologuistas pésimos, fenómeno muy de moda hoy en día, podrían aplicarse el cuento, hacer voto de humildad y tratar de aprender algo de sus mayores.

Por no hablar de las películas, los exhaustivos ciclos que daban los lunes por la noche en la segunda cadena ¡Películas subtituladas a las diez de la noche! Hitchcock los miércoles, cada madrugada un clásico y los viernes y los sábados las dos cadenas daban a lo largo de toda la noche tres películas, la mayoría de ellas en blanco y negro, el paraíso del cinéfilo.

Puede que la debacle llegará con la irrupción de las cadenas privadas, claro que nuestras televisiones pública también dejan mucho que desear; o con la llegada del video y más tarde el DVD, o con la invención de las parabólicas o de la televisión por cable, o sencillamente con que los gustos han cambiado ¿Quién lo sabe?

Hoy en días la audiencia reclama sangre, griterío, víscera, ordinariez, violencia extrema. ¡Viva el Circo Romano!
Hoy nos entretienen los asesinos de género rurales, los prevaricadores con ricillo jerezano, las verduleras que ejercen de periodistas, los macarras portuarios, las tonadilleras caídas en desgracia, los vocalistas de karaoke, las nietísimas de dictadores bailongas, los horteras de bolera, las vicetiples de quinta, o sencillamente poder espiar al vecino del tercero por el ojo de la cerradura.

Oscuros tiempos para la televisión.

4 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

¿Y que me decís del Equipo A?
Eso si que era un peazo serie. Acción, chicas guapas, justicia, coches volando por los aires, la elegancia de Fennix, buenos ideales, la fuerza del entrañable M.A., disfraces y mejores sentimientos.
¡Esa entrada!¡Na,. na, na! ¡Y esa furgona chanante!
¡Y el gran Annibal!
¡Me gusta que los planes salgan bien!
¡Nunca habrá serie igual!

5:05 p. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Y La fuga de Logan...
sigo soñando con ese coche sin ruedas.

5:51 p. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Como ves nos emocionas con tus comentarios sin desperdició.
Entramos a ciegas en el artículo y salimos con la renovada experiencia de haber revivido un trocito de nuestro pasado televisivo.

Chico que bien lo dices!!!!!

Más, más........

Agradecidísima,

Estrellita de San Juan

9:23 p. m.  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Apoyo total, es así de cierto... Cómo molaba la voz de "....Las calles de San Fransisco!" y ese montón de peña entrando, saliendo, yendo y viniendo por la comisaría...
Oh tempora.....!

10:02 a. m.  

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