jueves, septiembre 28, 2006

Pide perdón


Nuestros políticos, la mayoría de ellos dueños de fino verbo y gran bagaje cultural, no pierden ocasión para abochornar y dejar en evidencia ante el resto de naciones al país que tan excelsamente representan.

Algo que nunca dejará de sorprenderme es que a la gente le exijan a la hora de conseguir un trabajo por el que con suerte le pagarán ochocientos euros mensuales, conocimientos de inglés, alemán, francés, ruso, japonés, uzbeko y nociones de sánscrito, mientras que la mayoría de diputados, senadores, ministros y gobernantes a duras penas hablan con propiedad su propio idioma.

José María Aznar ¿qué diablos le echa al Cola Cao este hombre? criticó en una conferencia en Washington, tras una exhaustiva sesión a base de Formación del Espíritu Nacional, Guerrero del antifaz, cilicio y Tizona, que el mundo islámico pida una rectificación al Papa por su discurso cuando "ningún musulmán me ha pedido perdón por ocupar España durante ocho siglos.”

Las reacciones a tamaña perogrullada no se han hecho esperar.

Ayer, en un colmadito que hay en la esquina de casa, tuve que sujetar a un señor mayor de los de bigotito y ABC, quien baguette en mano se abalanzó sobre el señor paquistaní que estaba en el mostrador al grito de:
“¡Pide, perdón, sarraceno maldito, pide perdón por lo de los ocho siglos!”
El dependiente, asustadísimo, le juró por su madre que el pan era fresco del día.

Para resarcirme del susto entré en el bar más cercano en busca de un tonificante. Allí, un joven barbudo, camiseta del Che Guevara incluida, le lloraba al tipo de rasgos andinos que estaba detrás de la barra.
“Te pido de rodillas que disculpes lo de los 300 años largos de colonialismo (besándole la mano) ¡Vivan San Martí, Sucre y el Marqués de Selva Alegre! ¡Libertad para los pueblos indígenas!”
El camarero le rogó que no bebiera más “señor, por favor, no siga tomando, hace daño, el trago no es buen consejero, vaya al servicio y refrésquese, yo le ubico.”

Hagamos caso a Don José Maria, tamaña ofensa no puede quedar impune.
¡Ansar y cierra España!

Habría que tomar cartas en el asunto y exigir que también se disculpen los griegos, los más de dos millones y medio de habitantes de la ciudad de Roma (por los romanos) , los libaneses cristianos (del actual Líbano eran originarios los fenicios), algunos escandinavos (igual de bárbaros que siempre), los franceses, y los ingleses por lo de Menorca (la invadieron en el siglo XVIII y cada año cuando se acerca el verano) y por lo del Peñón ¡Gibraltar, español!

En cuanto a los moros, poco cabe esperar de esa gentuza.
Pueden meterse donde les quepa La Alhambra y el Generalife, la mezquita de Córdoba y un sinfín de edificios singulares, sus baños, sus azulejos, los más de cuatro mil términos de origen árabe de nuestro idioma, sus pensadores, su sistema de regadío y acequias, su música, sus avances tecnológicos, sus conocimientos en medicina y hasta la cocina mozárabe, que todo sea dicho, no vale un pimiento.

Sabias son las palabras del aguerrido cruzado de Valladolid, cruzado sí, pero de cables. Ahora sólo falta que afirme en próximas comparecencias que las armas de destrucción masivas las tiene escondidas un tal Boabdil el Chico en algún lugar de Al-Andalus.
¡Truenos y centellas! ¡Vive Dios! ¡A fe mía que las recuperaremos a mandoblazos! ¡Los hay pero que muy cabestros!

martes, septiembre 26, 2006

Esas cañas


Coincidirán conmigo en que uno de los mayores placeres que nos depara nuestro país es sentarse en la terraza de un bar en buena compañía y dar cuenta de un señor vermú. Para mi gusto la mejor época para disfrutar de una terraza en Barcelona es precisamente ahora, entre finales de septiembre y mediados de octubre. La temperatura es muy agradable y los días todavía son largos. En primavera la luz en la Ciudad Condal es cegadora y en verano el insoportable calor húmedo invita a que uno entre en un sitio refrigerado.

El domingo pasado, con motivo de las fiestas de la Merçé, quedamos un grupo de amigos en un local de la calle Carmen. Las mesas estaban decoradas con coquetones manteles estampados, velas y abalorios, todo la mar de étnico, a nuestro lado una chica con el pelo teñido de azul leía el diario Libération, un par de parejas de hombres sensibles vestidos a la última departían amistosamente.
Tras media hora de espera apareció una joven que debía llevar unos tres kilos de quincalla acoplada a la cara. Su jeta era casi tan expresiva como la de Jack Nicholson lobotomizado en “Alguien voló sobre el nido del cuco”, la fobia al agua o la falta de higiene, tómenlo como quieran, debía deberse a un miedo cerval a que se le oxidaran todos los piercings.

Tras tomarnos nota, ardua operación que le llevó tan sólo unos diez minutos, tardó otros tantos en traer la primera cerveza, por lo visto nadie del establecimiento se había molestado en explicarle los rudimentos del manejo de la bandeja. Más tarde descubrí que las bandejas servían como base para cuatro o cinco de plantas de marihuana que cumplían la función de seto.

Una a una fue trayendo las bebidas con mano trémula. La cerveza estaba totalmente desbravada y falta de espuma ¿Nadie sabe servir ya una cerveza como Dios manda en esta ciudad? Como colofón redondeó tan ejemplar servicio portando dos platos que contenían siete tiras de zanahoria y la cuenta, eso sí, en papel reciclado. Éramos cuatro y la broma nos salió a veinte euros, supongo que destinarán parte de lo que recaudan a construir alguna escuela en Nepal o algo por el estilo.

En el resto de ciudades y pueblos de España conservan con orgullo los bares tradicionales, las tascas, bodegas y tabernas. Son una institución, forman parte del paisaje, como la iglesia, el ayuntamiento o la estatua ecuestre de quien ustedes gusten.
Mientras aquí deconstruimos tortillas y acabamos a golpe de maza con todo lo auténtico, en Gijón, Madrid, Sevilla, Bilbao, Murcia o Pamplona, se ponen morados de excelentes tapas, cañas bien tiradas, sabrosas raciones, chatos pintxos y zuritos, y a precios más que razonables.

Desde los tiempos de Porcioles se ha impuesto una barbarie modernizadora que asocia lo viejo con lo mísero y que día tras día está acabando a marchas forzadas con nuestro legado histórico. Los olímpicos delirios de grandeza del Sr. Maragall fueron nefastos, Joan Clos y sus colegas de los andamios y las excavadoras le han asestado otra puñalada a la esencia de la ciudad.

Aquí me lo pones todo nuevo que esto hace muy feo, te voy a dar el teléfono de un primo mío que trabaja fino y es un hacha con lo de las comisiones.

Al tascorro que regenta ese señor que tiene más años que la Moños, le envías una inspección de sanidad y le cierras la barraca. No se puede aguantar el pestazo avinagrado que desprenden las barricas, y esos jamones grasientos colgados del techo, y los encurtidos y salazones, y por favor, esos jubilados con pinta astrosa jugando al dominó, y toda esa porquería, el suelo lleno de colillas y serrín ¡Totalmente insalubre! ¡Muy poco fino! ¿Qué pensarán de nosotros en el resto del mundo?

Barcelona se está convirtiendo, si no lo es ya, en un parque temático plagado de asépticas franquicias para único regocijo de turistas y modernos de pro.
Cada día para ir al trabajo paso por la calle Enrique Granados. Da gusto ver como se desayunan los guiris con toda la calma del mundo su zumito de naranja recién exprimido, su agua Evian, su capuccino, sus tartaletas de frutas y sus galletitas danesas.
¡Ladrones, usurpadores!
¡Hagan el favor de devolvernos los bares con camareros feos que gritan, los bocadillos de barra de medio, el porrón, los chicharrones, los carajillos bien cargados y los quintos a precios populares!

viernes, septiembre 22, 2006

En nombre de Dios

Desde mi más tierna infancia he sido un confeso anticlerical. Así me lo inculcaron mis progenitores.
Mi madre siempre ha deplorado el elevado concepto que tiene la Iglesia de la mujer desde lo de la manzanita de marras. Mi padre, educado en los Maristas durante la posguerra, aborrece todo aquello que tenga que ver con sotanas y alzacuellos.
Cuando yo era niño me repetía prácticamente a diario el mismo consejo: “hijo mío, mucho cuidado con los curas, no te fíes nunca de alguien que no lleva puestos los pantalones y se hace llamar padre sin estar casado.”
Nostálgico impenitente, recuerdo como nos llevó a toda la familia, hará cosa de más de veinticinco años, a una comida de antiguos alumnos de la escuela donde había estudiado.
Nos sentaron en el comedor del centro, a mitad del almuerzo se rompió la silla tamaño infantil donde estaba sentado mi padre, al pegarse el morrazo profirió a voz en grito una de sus expresiones favoritas, aquella que relaciona al Todopoderoso con una visita al excusado. Cinco curas y doscientos cuarenta y tres meapilas se santiguaron al unísono. Nosotros les deseamos buenas tardes y salimos a escape dejando el segundo plato a medias.

No me malinterpreten, siento un profundo respeto por las personas creyentes. Me parece muy lícito que uno crea en milagros y cosas ultraterrenas y que eso le aporte algo a lo que agarrarse. Todos tenemos nuestra propia fe, nuestro dogma. Cuando te sientas hastiado y falto de toda esperanza, nada mejor que un disco de Dean Martin; si la ira te reconcome hermano, ponte una película de John Wayne en la que el Duque reparta galletas y tiros a mansalva, canela en rama para lograr la paz interior.

Este verano mi mujer y yo pasamos una semana en Roma, bendita sea. Les puedo asegurar que Cuidad del Vaticano dista mucho de ser Ciudad Meridiana ¡Lujo, boato y esplendor! ¡Qué edificios, que iglesias, que locales!¡Y menudas tiendas de moda eclesiástica! ¡No se andan con chiquitas!¡Ese género, ese paño! ¡Camisas de seda, jerséis de angora, pantalones de excelente lana fría, zapatos por los que hubiera dado su vida el mismísimo Beau Brummell!
¿Pobreza? ¿Humildad? Con el chiringuito que tienen allí montado se podría paliar el hambre en medio continente africano.

Cierto es que muchas monjas, monjes y curas han dado su vida por los demás y se han desvivido por los desamparados, pero también muchos laicos han hecho lo mismo, y a ninguno de ello se le ha pasado jamás por la cabeza someter a alguien a una sesión de potro o sacarle los ojos de las cuencas por afirmar que la Tierra es redonda.

Tampoco podré entender jamás esa fijación con el paraíso que tienen la mayoría de religiones, se me antoja aburridísimo. Imagínenselo, noche tras, noche, año tras año, siglo tras siglo, cenar vestido de blanco lubina al horno, por aquello de que los dueños del establecimiento son todos pescadores; una humeante taza de manzanilla y una partidita de parchís, sin apuestas, los juegos de azar están terminantemente prohibidos, quien no quiera jugar puede leer la Biblia o ver alguna película de Charlton Heston o Víctor Mature luciendo faldita y pectoral.
¡Dios mío! ¡Qué pase algo malo para variar! ¡Envíanos una riña callejera, un escape de agua, dos libras de carne roja, una resaca o un mueble del IKEA para montar!

Con quien nunca podré estar de acuerdo es con una institución que en nombre del amor, la caridad y la bondad cierra los ojos ante hechos tan flagrantes y penosos como que mueran a diario miles de seres humanos y que condene tajantemente el uso de métodos anticonceptivos para evitar la superpoblación o la transmisión de enfermedades, así como el poder procurarle una muerte digna a todos aquellos cuya vida ya no tiene nada de digno.

Hace unos días el sector más radical del mundo musulmán puso el grito en el cielo por un discurso que pronunció el Papa Benedicto XVI. No creo que sea ni mucho menos para tanto, el hombre ya se ha disculpado, errar es humano, perdonar, divino, pero los muchachos de las barbas piden sangre e instan a la población a que se apunte a la yihad. ¡Qué dislate!

Hace unos meses los islamistas más enardecidos ya nos hicieron saber, pegándole fuego a unas cuantas embajadas y supermercados, que no son muy amantes del humor gráfico, de nuevo vuelven a la carga, cualquier pretexto es bueno para ponerse y poner a los demás de mala leche. Los telediarios no paran de retransmitir manifestaciones igualitas a una convención de imitadores de Raphael: veinte mil tíos vestidos de negro, golpeándose el pecho y pegando gritos.

Yo creo que en el fondo los cristianos más inmovilistas, los judíos más ortodoxos y los talibanes tienen muchos puntos en común. Desaprueban la libertad individual, condenan el aborto, la eutanasia, las bodas alegres, el alcohol, las relaciones extramatrimoniales, el sentido del humor y la música ligera.

Soy del parecer que las pequeñas diferencias que los separan las podrían dirimir de una manera mucho más deportiva. Voto por convocar cada cuatro años unos Juegos Olímpicos Interreligiosos. Todo lo recaudado se podría destinar a ayuda humanitaria.
Obispos, imanes, rabinos, monjas, pastores, diáconos y monjes budistas en sana contienda. Lanzamiento de botafumeiro, torneo de cabezazos contra el Muro de las Lamentaciones, quema de banderas, 400 metros sotana, levitación, lapidaciones, con un muñequito de pruebas para que la cosa no resulte tan bestia; levantamiento de Torá, misas a la carrera.

Igual así conseguimos que dejen de tocarnos los redaños de una santa vez.

miércoles, septiembre 20, 2006

Conozca a Los Soberanos




El día treinta del presente, Los Soberanos, conjunto de corte moderno especializado en sonido ye-yé, actuarán en la madrileña sala Siroco.
El grupo clausurará, como viene siendo habitual desde hace unos años, la Operación Bikini, ciclo de conciertos estivales urdido por el sinpar Paco Clavel.
Esta formación, en la que tengo el placer y el honor de cantar, cumplirá diez años en octubre.
Para celebrarlo me he tomado la libertad de incluir en el blog una divertida entrevista que nos hizo Igor López para el suplemento cultural del diario El Mundo que por razones de espacio se publicó totalmente mutilada.
La fotografía que encabeza el artículo es obra de Jordi Sans, nuestro, por decirlo así, Jefe de Prensa, quien es además pareja de Cecilia, una de las dos coristas del grupo.
En la instantánea no sale Jorge, nuestro trompeta, último fichaje de Los Soberanos.

Entrevista aparecida en el número 64 de La Luna de Metrópoli

¿Cuándo y cómo se conocieron?

La banda nació en octubre del 96. Algunos de los componentes eran amigos de infancia, otros habían estudiado juntos; el último nexo de unión fue el bar Barbara Ann, un garito donde podías refugiarte del grunge y el tecno imperante, en el Barbi podías y puedes seguir escuchando, todavía está abierto, todo tipo de música sesentera. Fue en ese bar donde se gestó el grupo. Éramos una camarilla habitual, y allí, entre cerveza y cerveza, surgió la idea.

¿Habían estado en otros conjuntos anteriormente?

Pablo (el teclista) era el que tenía más experiencia de todos nosotros, lleva veinticinco años tocando el bajo, ha estado en infinidad de bandas; Albert Solà (batería) también había tocado en un par de grupos, Emanuele (guitarra) conformó de adolescente, cuando estudiaba en el Liceo Italiano, un grupo que versionaba a los Beatles, Ceci (corista) también había hecho sus pinitos cantando. El resto éramos profanos en esto de la música.

¿Porqué Los Soberanos? ¿Quizá es que le dan en demasía al coñac de fabricación patria?

En un principio nos íbamos a llamar The Lina Morgan Experience, pero pensamos que con este nombre acudirían a los conciertos Drag Queens, señores que se depilan y acólitos de Almodóvar, así que decidimos llamarnos Los Soberanos, un nombre a la antigua usanza, con empaque y solera. ¿Insinúa Ud. que abusamos de la bebida? Puedo asegurarle que al coñac no le damos, Los Soberanos es una banda eminentemente cervecera, defendemos a capa y espada y predicando con el ejemplo su consumo inmoderado. La cerveza es diurética, no contiene grasas y tiene muchas vitaminas ¡Es sanísima! Nuestras coristas prefieren el güisqui a palo seco y los martinis, son las más aguerridas del conjunto.

Lo suyo es el revival ye-yé cuando ya mucha gente lo daba por muerto y enterrado. ¿A qué se debe este rescate?

Por aquel entonces no había ningún grupo, o por lo menos no nos consta, que versionara a grupos españoles de los sesenta.Algunos grupos incluían temas de Los Salvajes o gente por el estilo en su repertorio, pero nadie había tenido la idea de conformar un grupo dedicado exclusivamente al ye-yé. Nos pareció una idea de lo más divertida, en el 96 el panorama era desolador, copaban la escena grupos aburridísimos, tíos que parecía que habían dormido en un vertedero, sin afeitar, sin lavar, que cantaban mirando al suelo letras lastimosas ¡No había grupos que tuvieran la sana actitud de divertirse divirtiendo a los demás! La culpa de todo la tuvo Kurt Cobain, gracias Dios perdió la cabeza a tiempo.

Este es su primer disco y lo han tenido que autoeditar (aunque lo distribuya Elefant) ¿Es que nadie apostaba por ustedes? ¿Qué cara ponían en las discográficas con una propuesta como la suya?

Lo cierto es que somos bastante vagos en lo tocante a la promoción. Si no había salido un larga duración de Los Soberanos hasta ahora, es porque tampoco nos habíamos dedicado a ir de discográfica en discográfica.
El año pasado decidimos grabar un disco y la discográfica con quien estábamos trabajando decidió no editarlo. Montse y Luis de Elefant, para quienes ya habíamos grabado un EP hace unos años, acudieron en nuestro rescate y decidieron editar el LP. Da gusto trabajar con gente como ellos.

"Maratón ye-yé" esta compuesto únicamente por versiones de los 60 ¿Las canciones de esta época son insuperables?

Hombre, tanto como insuperables...
A la mayoría de los miembros de Los Soberanos nos encanta la música de los sesenta. Algunos de nosotros pensamos que The Beatles es el mejor grupo de todos los tiempos. Pablo ha tocado en infinidad de conjuntos de regusto sesentero, Albert, el batería, fue mod en su adolescencia y es fan absoluto de los Stones. Nos encanta el sonido de los sesenta en todas sus vertientes: pop, ye-yé, r&b, beat, soul, surf..., pero también hay canciones maravillosas de otras décadas.

Dígame más influencias suyas de otras décadas.

Muchísimas e innumerables. Aparte de los ya mencionadas en la respuesta anterior, infinidad de bandas y solistas de los 60, pero también de décadas anteriores y posteriores. Somos muy aficionados a la música en general, éste es un grupo muy ecléctico en lo que a influencias se refiere. Más que grupos que nos hayan influenciado, creo que nuestro sonido se debe a esa mezcla. Tienes a un batería que adora lo sonidos más destripados, un auténtico punk; un guitarra amante del beat y de los punteados, un bajista abierto a cualquier cosa, un teclista enamorado del pop, dos coristas encantadas con la música de los ochenta y un cantante ratpaquista; añádele tres cucharadas de despiporre, algo de beber, y ya tienes a Los Soberanos.

Habrá quien piense que la música que hacen es casposa ¿Tiene algo que opinar o se da la callada por respuesta?

La gente es libre de opinar lo que quiera, sólo faltaría; talante, señor mío, mucho talante.

¿Cuál ha sido el método de elección de las versiones? Seguro que se habrá quedado alguna fuera...

No hay métodos, ni pautas, ni normas en Los Soberanos. Alguien está cómodamente en su casa escuchando música y se queda prendado de una canción, una vez en el local propone versionarla, no hay más.

Para sus estilismos que eligen ¿Boutique o sastrería?

Sastrería, esperamos ansiosos que se venda el disco para podernos procurar nuevo vestuario, hace ocho años que llevamos el mismo traje y el pobre ya no está para muchos trotes. Cuando lo llevo al tinte se me ríen en la cara, parece el traje de Carpanta. Los señoritas de la banda compran en boutique, en cada actuación procuran lucir un vestido diferente.

¿Qué ha supuesto Juan de Pablos para el grupo?

Juan de Pablos ha hecho mucho por el grupo, nos ha apoyado desde el principio pinchando nuestras maquetas y grabaciones en su programa radiofónico. Siempre que hemos tocado en Madrid y ha podido compaginarlo, ha pinchado antes y después de nuestro concierto. Además de un gran profesional es una bellísima persona a quien queremos un montón. Maratón ye-yé está exclusivamente dedicado a Juan de Pablos.

¿Ha habido algún concierto o festival en el que hayan sufrido las iras del respetable al no acabar de entender su concepto músico-vocal?

No, la verdad es que no, es un tipo de música que puede no gustar, pero nunca llega a molestar. Son temas cortos, sencillos que no simples, pegadizos. En algunos conciertos la gente se queda pasmada cuando salimos al escenario, no miran como pensando ¿De dónde han salido estos majaras? Pero al cabo de cuatro cinco o temas acaban bailando al pie del escenario.

Actuaron en el festival Spanish Bizarro de 2001 junto a Fernando Esteso y Los Hermanos Calatrava ¿Qué se siente al compartir escenario con esos titanes del humor español?

Fue toda una experiencia, Los Calatrava son muy majos, gente muy sencilla, y estaban en plena forma. Esteso estaba algo espeso, se había pegado una juerga de tres pares la noche anterior, una mala noche la tiene cualquiera.

Por último, una de sus versiones se titula "Ayer cumpliste los 16" ¿Temen ser encarcelados por este motivo?

¡Madre de Dios del Verbo Eterno! ¡Menuda preguntita!
Jamás. Estamos en España, joven, esto no es Estados Unidos y nosotros no somos Michael Jackson. De toda la vida se ha cantado en este país al vino, a las mujeres, a la juventud.
De lo contrario el Dúo Dinámico llevaría cuarenta años entre rejas por cantar "Quince años tiene mi amor" ¿En qué cabeza cabe?

La suerte de Lawford


Patricia Kennedy Lawford, hermana del ex presidente de Estados Unidos John F. Kennedy, falleció el domingo pasado a los 82 años a consecuencia de unas complicaciones derivadas de una neumonía que padecía. En 1954 se casó con Peter Lawford, actor británico que siempre se me ha antojado la mar de simpático de quien muy poca gente se acuerda.
Su vida estuvo marcada por la desgracia, la traición, el olvido y sus múltiples adicciones.

Peter nació en Londres en al año 23 del pasado siglo. Fue el fruto de una relación adúltera, tanto su padre, destacado héroe de la Primera Guerra Mundial, como su madre, estaban casados con otras personas. Se desató el escándalo, salieron a escape de Inglaterra y se instalaron en Francia. Años más tarde se trasladaron a Estados Unidos donde los trataron como a miembros de la Realeza Británica. Europa era por aquel entonces un polvorín y los ingleses gozaban de gran aceptación entre los americanos por su firme oposición a Hitler.

Un brazo impedido por una antigua lesión le libraron de tener que alistarse. Era un joven atractivo de modales aristocráticos y voz suave, todo un gentleman, a quien desde pequeño le había atraído la interpretación. Muchos actores estaban en el ejercito por lo que encontró rápidamente trabajo en la MGM.
Su madre le pidió a Louis B. Mayer, jefazo del estudio, que la contratara como asistente personal de su hijo, ante la negativa de Mayer, ella hizo público que su hijo era homosexual, toda una lindeza en tiempos tan viriles y aguerridos, amor de madre, lógicamente la relación entre ellos se enfrió.
Mucho se ha especulado sobre la homosexualidad de Peter Lawford, lo que si se sabe es que fue amante de Lana Turner, Ava Gardner, Lee Remick, Marilyn Monroe, Kim Novak, Judy Holliday y Evelyn Keyes, cada cual saque sus propias conclusiones.

Se especializó en musicales de lo más bobalicón, la mayoría de ellos ambientados en colegios universitarios, aunque también apareció como secundario en algunas películas realmente destacables (“El pecado de Cluny Brown, “El retrato de Dorian Gray”, “Bodas reales”)

En 1954 cuando su popularidad ya hacía años que había declinado, convertido en un playboy jaranero, habitual de fiestas y saraos, contrajo matrimonio con Patricia Kennedy, hermana menor del futuro presidente de los Estados Unidos.

Se unió también al Rat Pack (cuadrilla de ratas). Al contrario de lo que mucha gente cree, el Rat Pack no fue una invención de Frank Sinatra. El Holmby Hills Rat Pack era la camarilla habitual de Humphrey Bogart: su mujer Lauren Bacall, Sid Luft, por aquel entonces marido de Judy Garland; Swifty Lazar, Nathaniel Benchley, Michael Romanoff, dueño del célebre restaurante que llevaba por nombre su apellido; Nathaniel Benchley, el genial compositor James Van Heusen, Frank Sinatra y David Niven, todos ellos unos beodos de mucho cuidado. Tras la muerte de Bogie en el año 57, Sinatra se hizo con el liderazgo de la banda e introdujo a sus amigos Sammy Davis J.R., Dean Martin, Peter Lawford, Joey Bishop, Angie Dickinson y Shirley McLaine.

Por la relación de Lawford con los Kennedy, así como por el papel que el Rat Pack desempeñó en las campañas demócratas, el grupo adquirió una gran relevancia. No paraban de actuar, tenían su centro de operaciones en Las Vegas, interpretaron algunas películas juntos y Sinatra fundó su propio sello discográfico, Reprise.
El éxito les sonreía, la dolce vita, trajes caros, cochazos, mujeres fáciles, alcohol y drogas porrillo ¡Nevada era una fiesta!
Gracias a su inclusión en el Rat Pack, Peter Lawford protagonizó una serie televisiva basada en el “Hombre delgado” de Dashiell Hamett y consiguió papeles en películas tan taquilleras como “La cuadrilla de los once”, “Éxodo” o “Tres sargentos”.
Sinatra esperaba poder formar parte de la camarilla Kennedy, pero sus supuestas relaciones con la Mafia se lo impidieron, lo cual hizo que dejara a Lawford fuera del grupo. Nunca más levantó cabeza.

En 1965 se divorció de Patricia. Primero le había abandonado a su suerte el clan Sinatra, ahora eran los de Boston quienes le daban la espalda. Sólo Sammy Davis siguió tratándolo, les unía una fuerte amistad y una tremenda adicción a la cocaína y a las bebidas fuertes. A finales de los 60 y principios de los 70 produjeron y protagonizaron juntos dos películas de la serie “Salt and Pepper”, la segunda de ellas dirigida por Jerry Lewis, otro compañero de correrías. Ambas cintas son bastante malas, pero las banda sonora de las mismas es impresionante.

Desde entonces todo fue de mal en peor, apariciones en series televisivas de ínfima calidad, ruina económica, recaídas.
A principios de los ochenta ingresó en la clínica de desintoxicación Betty Ford donde coincidió con Elizabeth Taylor, gran amiga y compañera de reparto en la Metro. Circulan dos anécdotas muy divertidas respecto a su estancia en el centro.

Una se refiera a que estando interno alquiló por teléfono, dando su número de tarjeta, los servicios de un helicóptero pidiendo que éste aterrizara en las inmediaciones del centro de rehabilitación. Salió en bata y pijama a pasear por el jardín, saltó la valla y se subió al helicóptero, tras ponerse ciego de todo lo imaginable volvió a la clínica como si tal cosa ¡Auténtico servicio a domicilio!
Otros cuentan que una vez le dieron el alta, lo primero que hizo fue visitar a su camello. Allí esnifó todo lo que no había podido consumir durante las semanas que duró el tratamiento. Llegó a su domicilio ligeramente atacado por el abuso de psicotrópicos y no se le ocurrió nada mejor para bajar los efectos de la droga que hacer la limpieza de la casa. Horas más tarde su mujer se lo encontró con los ojos desorbitados y el rostro desencajado pasando la aspiradora con inusitado ahínco. Al borde de la indignación, cogió el teléfono y llamó inmediatamente al centro recriminándoles que el tratamiento hubiera transformado a su marido en una puta chacha que se pone hasta el culo.

Peter Lawford falleció el 24 de diciembre de 1984 en su modesta vivienda de Los Ángeles. El pobre no atinó ni con el día de su muerte. Purita mala suerte.


viernes, septiembre 15, 2006

Devuélveme la tele que me la has quitado

Es vox populi que el año empieza en septiembre.

Los críos vuelven al colegio hechos un mar de lágrimas, los adultos se reincorporan al trabajo llorando a moco tendido. Se renueva el vestuario, se reparan los electrodomésticos que curiosamente siempre se estropean durante las vacaciones, un clásico, uno llega sonriente y la mar de ufano a casa después de chuparse ocho horas de caravana y de haber dejado tiesa la tarjeta cenando bazofia en el bar de un área de servicio, abre las maletas cargadas hasta los topes de ropa sucia que lleva macerándose dos semanas, y, sorpresa, la lavadora no funciona.

Se editan miles de fascículos de los que sólo se compra la primera entrega.
Quién no tiene perdidos en el fondo de algún cajón un mástil de la maqueta a escala de la carabela La Niña, un páncreas de plástico de “El Cuerpo Humano”, una cinta en Betamax del comandante Jacques Costeau, el índice de “La Historia del Rock & Roll” acompañado de un compacto de Neil Sedaka, dos ruedas de Scalextric o unas instrucciones para hacer fuego en el bosque sin que ardan 3.000 hectáreas de pino y matojo bajo de “La Enciclopedia Infantil de Los Jóvenes Castores”.

Se inicia la temporada en televisión. Se estrenan programas, se cambian presentadores y se emiten nuevas series.

No teman, no hablaré sobre la telebasura, otras voces mucho más expertas en la materia han estudiado a fondo el fenómeno y han debatido largo y tendido al respecto.
No siento el menor interés por la patulea que a la voz de “habla más lento que no te escucho” y “mentira, bonita, eso que dices es incierto”, todo sea por estar en el candelabro y nadar en la ambulancia, hacen públicas sus disputas, peleas y querellas.
Hace años que la programación televisiva ha caído en un pozo sin fondo, pura ponzoña, auténtica inmundicia.
Tomen buena nota, lo más recomendable es tirar el aparato receptor por la ventana y dedicarse a la lectura o a hacer punto de cruz. Les da este consejo un humilde servidor, quien años ha fue todo un teleadicto.

Ya de muy pequeñito, que ganas locas tenía de que acabaran las clases que tanto detestaba para pasar toda la tarde en compañía de la gente de Barrio Sésamo o para reírme como un poseso con los políticamente incorrectos dibujos animados de la Warner; alabados sean Bugs Bunny, Coyote, el pato Lucas, Piolín y Speedy González.

También me gustaban, aunque no tanto, quizás por que tenían un punto moralizante, los personajes de Hannah Barbera, con Maguila Gorila a la cabeza, y porque negarlo, los lacrimógenos dibujos japoneses, ya saben, Marco y compañía.

Y que hay de esos maravillosos sábados en los que toda la familia sentada en el sofá disfrutaba de las películas de espadachines, marines, vaqueros y piratas que programaba Primera Sesión. Después venían los Payasos de la Tele, a mí, como la mayoría de los payasos, siempre me parecieron algo siniestros, esos camisones rojos, esos sombreritos, esos narizones; durante años tuve pesadillas con unos terroríficos cuadros de payasos que tenía colgados en su consulta el pediatra que me atendía.

La cosa continuaba con Aplauso y seguía con alguna de esas maravillosas series de hace más de treinta años, cualquier capítulo de Colombo, de Kojak o de Las calles de San Francisco le da mil vueltas a muchos estrenos de cartelera actuales.

La felicidad se truncaba con el dichoso partido de fútbol, cualquier retransmisión deportiva se me ha antojado siempre soporífera. Pero la desdicha duraba poco, tras la repetición de las mejores jugadas llegaba Informe Semanal, visitas papales, Beirut, Adolfo Suárez, accidentes aéreos y la cena, y como recompensa, los sábados podía irme a la cama más tarde, podía ver veinte o veinticinco minutos de Sábado Cine. Siempre magníficas películas sesenteras o setenteras de Robert Redford, Burt Reynolds, Steve McQueen, Paul Newman, Charlton Heston o Robert Redford, o por lo menos eso es lo que yo recuerdo.

Hasta bien entrada la década de los ochenta también daba gusto ver televisión. Programas de producción propia fantásticos (El planeta imaginario, La bola de cristal, La edad de oro, Mis terrores favoritos), series extranjeras excelentes, nada que ver con las de hoy en día, todas cortadas por el mismo patrón: pasillos de hospitales y rupturas sentimentales entre camillas y úlceras sangrantes, policías que diseccionan alienígenas y urbanitas cuarentonas neuróticas que explican con pelos y señales todos los pormenores de su vida íntima dando cuenta de una porción de tarta de moka y un capuccino en un desangelado Srtarbucks Coffee.
¿Qué fue de los diálogos dignos de las alocadas comedias de los años 30 que sostenían David Adisson y Maddie Hayes en las oficinas de la agencia de detectives Luz de Luna? ¿Quién no recuerda los trajes de Sawile Row que lucía Pierce Brosnan en Remington Steele, o la magnífica banda sonora obra del gran Henry Mancini?

¿Y que hubiera sido de nosotros sin gente tan irreverente y tan lúcida como el maestro Gila, Tip y Coll, Gurruchaga y El Gran Wyoming? Muchos monologuistas pésimos, fenómeno muy de moda hoy en día, podrían aplicarse el cuento, hacer voto de humildad y tratar de aprender algo de sus mayores.

Por no hablar de las películas, los exhaustivos ciclos que daban los lunes por la noche en la segunda cadena ¡Películas subtituladas a las diez de la noche! Hitchcock los miércoles, cada madrugada un clásico y los viernes y los sábados las dos cadenas daban a lo largo de toda la noche tres películas, la mayoría de ellas en blanco y negro, el paraíso del cinéfilo.

Puede que la debacle llegará con la irrupción de las cadenas privadas, claro que nuestras televisiones pública también dejan mucho que desear; o con la llegada del video y más tarde el DVD, o con la invención de las parabólicas o de la televisión por cable, o sencillamente con que los gustos han cambiado ¿Quién lo sabe?

Hoy en días la audiencia reclama sangre, griterío, víscera, ordinariez, violencia extrema. ¡Viva el Circo Romano!
Hoy nos entretienen los asesinos de género rurales, los prevaricadores con ricillo jerezano, las verduleras que ejercen de periodistas, los macarras portuarios, las tonadilleras caídas en desgracia, los vocalistas de karaoke, las nietísimas de dictadores bailongas, los horteras de bolera, las vicetiples de quinta, o sencillamente poder espiar al vecino del tercero por el ojo de la cerradura.

Oscuros tiempos para la televisión.

martes, septiembre 12, 2006

Más secos que la mojama

Hace meses que mi pareja y yo sufrimos en nuestras carnes la falta de agua.
Del grifo de la cocina sale un hilillo miserable, lo mismo en el baño, uno se ha de duchar agitando como un poseso el teléfono de la ducha.
Por la calle, algunas personas faltas de toda compasión, se ríen cada mañana de los espasmos de mi mano derecha y de mi peinado afro conseguido a base de capas resecas de champú y suavizante.

Los domingos y días de guardar nos lavamos con Xibeca, da brillo y vigor al pelo y es sanísima para la piel, y además es muchísimo más barata que el agua embotellada, un bien cada vez más preciado.

Lavar la ropa tampoco es tarea fácil, la lavadora no funciona por falta de presión, así que hay que hacer la colada a mano, a la antigua usanza. Empleas unas tres horas en llenar un barreño, y otras tres en aclarar los cuellos y puños de una camisa.
Mi mujer y yo hemos establecido un riguroso turno de guardias e imaginarias nocturnas para poder tener la ropa limpia, la carestía no es óbice para que uno vaya hecho un Adán.

Zidan Arruit, el marroquí del cuarto primera, llegó hace diez meses a bordo de una patera a la Península, observaba cada día desde la ventana de su cocina como nos dejábamos la piel frotando y enjuagando.
Transcurridas tres semanas se personó en casa y nos ofreció muy apesadumbrado dos paquetes de arroz, uno de garbanzos, dos latas de sardinilla y una botella de aceite de girasol del DIA.
- "Tomad, paisas, yo muy pobre, pero al meno tingo lavadora y tres tilivisión, cuando quiera puede mirá Mindial de fútbol en mi casa."
Qué difícil es encontrar hoy en día tan obsequiosos vecinos, cuanto se agradece en trances tan difíciles la hospitalidad bereber.

El lector pensará que el autor de este pequeño artículo está junto con su esposa en misión humanitaria en Addis Abeba o que vive en algún pueblo de nuestra geografía azotado por la sequía.

Nada de eso, resido en un piso sito en una de las mejores zonas del Ensanche barcelonés.

Pertenezco a eso grupo cada vez más numeroso de personas de edades comprendidas entre los veintimuchos y los cuarenta y tantos años, profesionales liberales cuyo nivel adquisitivo sólo les da para poder alquilar una vivienda de reducidas dimensiones. ¿Comprar? ¿Alguien dijo comprar? A nosotros lo único que nos da el banco es una libreta nueva cuando se agota la vieja, algún que otro bolígrafo de la entidad y un calendario cada Fin de Año.

La finca en la que vivo es propiedad del Seminario Conciliar de la Ciudad Condal, y puesto que la Santa Madre Iglesia siempre ha velado por los pobres y los desamparados, los precios de los alquileres son ligeramente más bajos que los totalmente abusivos que cobran otros administradores de fincas, Dios aprieta pero no ahoga.

A cambio la entrada se cae a trozos de pura humedad, en la última reunión vecinal aprobamos por unanimidad cultivar champiñones y criar mejillones en el hueco de la escalera para sacarnos unas perras extras; amén de que está eternamente a oscuras puesto que nadie se digna a sustiuir las bombillas fundidas. El portero, hombre generoso y de gran corazón, cambió en su día unas veinte pagándolas de su bolsillo, pero hace tiempo que desistió en su empeño, lleva 20 años enviando cartas reclamando el dinero al Arzobispado de Barcelona y todavía no le han contestado.

Para alegría de cuatro viudas nonagenarias que residen en el tercer piso y en el ático, el ascensor se estropea un día sí y otro también.
Los vecinos nos turnamos para bajarlas a la calle mediante el método sillita de la reina para que les de el sol y para hacerles la compra, por suerte a la hora de acarrearla muy escasa, son mujeres admirables, sencillas y frugales, que jamás derrocharían un céntimo de euro de las jugosas pensiones que reciben del Gobierno.

La escalera cruje bajo nuestros pies, la limpieza de la misma brilla por su ausencia y son constantes los cortes de luz y las restricciones de otros suministros.
El problemilla insignificante con el agua que citaba al principio es otro más de una larguísima lista.
Mi mujer y yo, por cuestiones higiénicas, decidimos cortarnos el pelo al cero, solución ideal para evitar la molesta visita de sarnas, piojos y chinches.
Por desgracia, nuestro generoso amigo Zidan, por razones que escapan a nuestra comprensión, huyó el otro día despavorido en cuanto vio nuestras cabezas rapadas.
Se encerró en su piso y se pasó toda la noche rezando Padrenuestros. Monseñor Bofarull le amplió el contrato a cinco años si abrazaba la fe católica.
Pasa unas tardes la mar de entretenidas estudiando el catecismo, en unos años hará la Primera Comunión, estábamos invitados, eso si se le pasa el disgusto de las cabezas rapadas.

El viernes pasado coincidí con la plana mayor del Seminario en un asador argentino, yo pedí el menú, ellos, haciendo honor al voto de pobreza, encargaron unos chuletones de dos palmos y varias botellas de Vega Sicilia. Me dirigí humildemente a ellos y les comenté la problemática con el suministro del agua, me prometieron que tomarían cartas en el asunto.

Lo felices que seríamos muchos mortales si desaparecieran del mapa todos aquellos indeseables que especulan y se llenan los bolsillos a manos llenas con un un bien tan necesario como es la vivienda.

Amén.

viernes, septiembre 08, 2006

Adiós, Señor Ford


Glenn Ford nos dejó el pasado 30 de agosto a la edad de 90 años.

Se ha ido otra estrella del viejo Hollywood, y con ella una manera de actuar y de entender la vida que por desgracia ya no volverán.

Perteneció a esa escuela de actores cuyo método interpretativo consistía en ¿Cuál es mi sombrero y por qué puerta entro? Rodar de ocho a cinco y tomarse unas copas con el resto del equipo después de la jornada.

Auténticos profesionales, tíos bregados como Gary Cooper, John Wayne o Clark Gable. No había nada de falso en ellos, ni artificio, ni trampa ni cartón. No necesitaban al maldito Stanislavsky, ni rascarse como monos, ni vivir tres meses recluidos en un centro para autistas, ni engordar cuarenta kilos, ni el soporte de tropecientos mil efectos especiales generados por ordenador para bordar un papel.
Les bastaba con su carisma, su encanto personal y su presencia física.

Llámenme anticuado, mitómano, pero estoy seguro que teniendo cuatro Fords en la manga, las películas de hoy en día serían mucho más humanas, directas y honestas.

Lo más destacable como actor en Glenn Ford es su extrema naturalidad, su apariencia de hombre de la calle, jamás se prestó a la sobreactuación, ni abusó de manierismos y tics.
Regentando un casino vestido de frac, tirando el lazo a una res, persiguiendo al malo de la función o arropando a su hijo, siempre veías en pantalla a la misma persona, a un tipo la mar de accesible, de mirada triste, sonrisa astuta y gesto decidido.

A pesar de su gran valía fue un actor infravalorado por la crítica, puede que se deba a que interpretó bastantes westerns, género denostado por muchísimos críticos, e incomprensiblemente tachado en muchas ocasiones de reaccionario, racista, violento y misógino.
Por desgracia todavía queda mucho intelectualillo de tres al cuarto que cree que una película del Oeste es aquella en la que únicamente salen indios pintados y emplumados como vedettes del Molino, soldados de azul al galope, fulleros con chalequito fantasía y machotes sudados y sin afeitar que vejan a los forasteros obligándoles a beber vasos de leche delante de toda la parroquia del saloon.
Nada más lejos de la realidad, hay películas de singular belleza y sensibilidad enmarcadas en este sacrosanto género, y el amigo Ford apareció en algunos títulos memorables, a destacar, “El tren de las 3:10”, “Jubal”, “Cowboy” o “Cimarrón”.
Como anécdota señalar que fue el actor que ha desenfundado más rápido en la historia del cine, lo hacía en cuatro décimas de segundo.

Durante la Segunda Guerra Mundial se alistó en la Marina, y al igual que en sus filmes, regresó a casa cargado de medallas. En 1992 recibió la Legión de Honor por su labor en Francia, y durante la guerra de Vietnam, cuando ya peinaba alguna que otra cana, acompañó en una misión a un comando de las fuerzas especiales.

En 1946, su interpretación del buscavidas Johnny Farrell en “Gilda” le catapultó al estrellato, convirtiéndose en uno de los actores más taquilleros de los años 40, 50, e incluso primeros 60.

Interpretó un sinfín de películas y a partir de los años setenta fue un habitual de la pequeña pantalla. Se casó en tres ocasiones, mantuvo sonados idilios con algunas actrices con las que compartió reparto como Zsa Zsa Gabor, Maria Schell, Hope Lange o Debbie Reynolds.
Fue un excelente jinete y se dedicó a la cría de caballos.
Era poco amigo de fiestas y estrenos, creyente confeso, y al igual que compañeros de su generación como su queridísimo amigo William Holden, Sinatra o Robert Mitchum, le gustaba darle a la botella.

En su extensísima filmografía, fue un trabajador infatigable, encontramos títulos tan destacables como “El desertor del Álamo”, “Deseos Humanos”, “Los sobornados”, “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, “Chantaje contra una mujer”, “Un gángster para un milagro” o “El noviazgo del padre de Eddie”.

Recibió el Premio Donostia a toda una carrera, cuatro meses después de que falleciera Rita Hayworth, con la que interpretó cinco películas.
Diego Galán, exdirector del certamen explicó al respecto:

“La elección de Glenn Ford como Premio Donostia era una manera indirecta de rendir tributo a una de las más extraordinarias bellezas de Hollywood, y a juzgar por sus biografías, también una de sus más claras víctimas.
Lógicamente, Gilda fue la película que Ford había elegido para ilustrar su homenaje. La muerte de Rita estaba siendo para él un golpe duro que trataba de diluir en alcohol. Acababa de recibir el alta en la clínica donde se recuperaba... parecía una buena oportunidad para reanimar al actor en declive y débil ánimo.
La noche en que apareció en el Teatro Victoria Eugenia, auspiciado por los aplausos y el pícaro juego pirotécnico, Glenn Ford se emocionó hasta las lágrimas que no reprimió en el escenario.
Vivió aquella proyección de ‘Gilda’ en continuos sollozos. Ante la espectacular aparición de Rita en aquel inolvidable plano sobre su cabellera, Glenn Ford lanzó un largo y entrecortado quejido y fue a refugiarse ante las cortinas del palco donde siguió llorando. Era impresionante verle”.

El telediario de la época emitió otras imágenes de su visita a nuestro país que quedaron marcadas a fuego en mi retina.
Vestía rebeca azul cielo, camisa blanca, pantalón beige con vuelta y zapatos de ante, en la mano portaba un maletín donde supongo llevaba una camisa limpia, una botella de bourbon, su biblia, un frasco de brillantina y unos cigarros Virginia.
Cruzó el vestíbulo del hotel con aplomo y firmeza, con un brillo malicioso en la mirada y sonriente, con el mismo coraje y entereza como si cabalgara por un desfiladero infestado de indios.
Eso, querido lector, se llama estilo.


miércoles, septiembre 06, 2006

Septiembre ya no es lo que era


Una de cada tres parejas españolas se separa en septiembre una vez concluidas las vacaciones.
En la mayoría de los casos la ruptura no la provoca el desamor, el hastío, la falta de pasión, la monotonía.

Todo lo contrario, la deriva y el naufragio llegan cuando no se vive sumido en la rutina diaria. A lo largo del año múltiples obligaciones facilitan la más total de las incomunicaciones. Largas jornadas laborales, viajes y cenas de empresa, un sinfín de actividades extralaborales y reuniones sociales evitan que las dos personas que conforman la pareja tengan que verse las caras más de hora y media al día. Al llegar a casa, golpe de microondas y plato precocinado, omnipresente televisión para que no se cree un silencio tenso, cena rápida, gárgaras, mascarilla facial, pijama, musitar un buenas noches y otro día fulminado.
Para los fines de semana uno se reserva para las visitas a las macrosuperficies, las colas en los cines, los estúpidos paseos urbanos en bicicleta, nada más saludable que pedalear detrás de un autobús de línea, y las noches de videoclub y comida a domicilio. Orden, pauta, sistema y método.
Días, semanas y meses pasan en un suspiro, vuelan las hojas del calendario y sin comerlo ni beberlo llegan las temidas vacaciones, sudor frío, prurito y retortijones.
¡Durante dos o tres semanas tendré que pasar las venticuatro horas del día en compañía de la parienta o del maromo!
¿Han visto alguna vez un matrimonio feliz estando de viaje?
A la hora del desayuno, cabizbajos, miran con expresión sombría el café y los bollos y se preguntan que diablos hacen tan lejos de casa. Él añora su tele de plasma y el resumen futbolístico de la jornada, ella sus sesiones de aquagim y las ofertas del IKEA. Él suspira y mira al infinito con expresión de reo camino del cadalso pensando en el día que le espera, ella, aprovechando que el camarero prepara unos zumos de naranja, se mete en el bolso los azucarillos, la reposteria industrial, dos panecillos y tres terrinas de mermelada. No se dirigen la palabra, y si abren la boca todo son reproches.
- ¡Menudo calorazo, es culpa tuya! Me parece un tanto injusto achacarle el cambio climático a una sola persona.
- ¡Manolo, dame el mapa, no te enteras de nada, llevamos más de dos horas dando vueltas en círculo! Hombre, lo razonable es que las vueltas se den en círculo.
- ¡Carmen, hemos comido fatal, como en casa en ningún lado! Es lo que tiene querer comer paella en Heidelberg.
Tres días entre museos y monumentos, con los pies destrozados y lejos del hogar bastan para que ambos piensen que jamás debieron conocerse.
¿Cómo pude enamorarme de este canijo barrigón y con entradas cuya única misión en la vida es cargarse integristas islámicos y terroristas chiítas con la Play Station?
¿Qué pude verle yo a este loro pintarrajeado que se pasa horas hablando por teléfono con su amiga Mariona que lleva de baja por depresión dos años y medio?
Y un día, delante de la pirámide de Keops, entre grupos organizados y niños que venden postales, se dan cuenta que nunca significaron nada el uno para el otro.
Añoran su casa adosada hipotecada de por vida, las conversaciones baladíes con los compañeros de trabajo, la butaca de masaje, jugar con Medrano al paddle los miércoles y la hamburguesería del centro comercial. Y de todas esas cosas pueden disfrutar en compañía de cualquier otra persona, una presencia que forme parte del mobiliario y que no desentone con el color de las paredes.
Septiembre era considerado hace años un mes melancólico, las hojas caían de los árboles y uno sentía una cierta sensación de pérdida en la boca del estómago.
Hoy parece ser que lo único que sentimos haber perdido es el equipaje en algún remoto aeropuerto, el saldo de la VISA en las rebajas o el móvil en la playa . Y si algo hay que perder son esos kilos de más ganados en vacaciones a base cañas, vermús, patatas de bolsa y mejillones en escabeche.

P.D. Para aquellos que quieran evocar los septiembres de antaño, recomiendo encarecidamente se hagan con una copia del disco "September of my years" que grabó Sinatra en septiembre del año 65. Una delicia.

martes, septiembre 05, 2006

El Imperio del Short

El otro día caminando por el Paseo de Gracia me quedé de piedra, vi entrar a una pareja en uno de los hoteles más elegantes de la Ciudad Condal.
¿Se preguntarán? ¿Qué tiene de particular que una pareja de turistas cruce el vestíbulo de un hotel? Nada en absoluto, faltaría, el motivo de mi asombro se debe a que ambos iban en traje de baño y poco más, muy acorde con el Sr. vestido de uniforme y tocado con gorra de plato que les abrió la puerta, y con la araña de cristal, las alfombras persas y el regio mobiliario del hall.
Supongo que en el imaginario popular norteño, Barcelona es una idílica ciudad costera de casitas encaladas donde el sol brilla todos los días del año. Los hombres van todo el día a caballo, lucen largas patillas y chaquetillas toreras, fuman como carreteros, beben mucho vino en las larguísimas comidas y después se echan a dormir la siesta bajo un cocotero. Las mujeres, morenazas y de piel dorada, gustan de llevar vestidos de algodón blanco y pañuelos de mil colores, claveles en el pelo, venden artesanía y frutas exóticas y cantan a todas horas cálidas melodías.
Hay un sinfín de puestos callejeros donde se cocina pescado en enormes parrillas, se asan corderos enteros, en los calderos borbotea la paella y de las fuentes mana sangría. Cada día se celabran corridas, "castells", bailes populares encierros y verbenas. Sólo alguna esporádica reyerta a navaja entre un marido despechado y el amante de su esposa turban la paz de este paraiso.
También es posible que a las personas que visitan la ciudad no las asesoren como es debido en sus agencias de viajes. Es de suponer que la pareja que he mencionado al principio del artículo debió pensar que la arena de la playa llegaba hasta el mismo hotel, pero eso no justifica ni disculpa que paseen a sus anchas en taparrabos.
Por desgracia cosas como esta se ven cada día en nuestra ciudad. Tipos con el torso desnudo, toalla al hombro, caminando por el casco viejo. A primera vista parecen haber sido víctimas de un chorizo que les ha despojado de todo cuanto llevaban ¿Pero entonces, qué leches pintan la toalla, el bronceador y la riñonera? Hordas de vikingos en pantaloncito corto y tocados con sombrero mexicano bajando las Ramblas, rubicundas inglesas sentadas a la mesa de los poquísimos chiringuitos que quedan en la Barceloneta sin la parte de arriba del bikini.
Barcelona se ha lloretizado, salouizado. Tomen ustedes como ejemplo la calle Ferrán, antaño una de las calles con más solera de la ciudad. Pubs irlandeses, mochileros, tiendas de souvenirs, pieles blancas víctimas del quemasol, falafels, colchonetas, chiringuitos que venden pizza en porciones, alpargatas, cadenas de hamburgueserías, establecimientos de cambio de divisas, bañadores, heladerías, menús plastificados en cinco idiomas.
Claro que la culpa no es de los turistas, la culpa es únicamente nuestra, del afán de lucro que nos caracteriza y del poco respeto que le profesamos a nuestra ciudad.
Antes distinguías perfectamente a un guiri por su indumentaria; gorrito, short, sandalias con calcetines. Hoy en día barceloneses de todas las edades y condiciones se han apuntado a la moda" fresca" ¡Arriba el frescor!
¿Llegará el día aciago en que entre uno vestido de traje y corbata en un restaurante y el maitre le sugiera que se desvista y se ponga una braga naútica y una camiseta sin mangas para no incomodar al resto de comensales?

lunes, septiembre 04, 2006

No quiero servir de merienda a una anaconda

De un tiempo a esta parte se ha impuesto la moda de viajar mirando el kilometraje, cuantos más kilómetros se recorren, más viaje parece. El personal ya no se contenta con pasar sus vacaciones en la playa o en la montaña, o aquellos que prefieren la ciudad, con viajar a destinos tradicionales como París, Londres, Roma o Praga.
No, amigos, ahora hay que ir en busca de emociones fuertes para quitarse de encima el estrés acumulado a lo largo del año y para desentumecer los riñones hechos puré después de miles de horas delante del ordenador. Antes de emprender la marcha vacúnese contra la malaria, el cólera y el denge, hágase con una sahariana, unas polainas, quinina, un cazamariposas, un salacot, dos cajas de bengalas y pastillas para potabilizar el agua.
Pero desengáñense, la aventura brilla por su ausencia.
La gente vuela miles de kilómetros para encerrarse en un hotel con playa privada rodeado de alambradas, torretas de vigilancia, reflectores y pastores alemanes para evitar que los nativos puedan importunar a tan selecta clientela. Hasta el servicio es importado, fornidos escandinavos de blanquísima piel sirviendo daiquiris en una playa caribeña, cuatro de cada seis vuelven con melanoma.
Por no hablar de ese ser abyecto que es el animador de vacaciones. Pobre del que caiga en sus manos.
Usted, de natural reflexivo, amigo de la tranquilidad, usted, cuyas aficiones en sus horas de asueto eran leer el periódico y escuchar a Mozart, usted, enemigo del ejercicio físico y de sudar, acabará metido en carreras de sacos, jugando al hulahop, bailando al ritmo de Bisbal y practicando aerobic metido en una piscina infantil. Adiós dignidad.
Otros, emulando a Lawrence de Arabia, prefieren freirse vivos cruzando el desierto a bordo de un Land Rover conducido por un auténtico bereber, quien en realidad se llama Pierre, es francés de segunda generación, y aprovecha las vacaciones para sacarse un sobresueldo. El traje de beduino, todo sea dicho, lo compró en Navidades en una tienda de disfraces de Toulouse.
El safari fotográfico también está muy de moda. No contentos con molestar a los animalicos con flashes y zumbidos de cámaras, hay que amargarles la existencia a varios Sres. de la zona, quienes para ganarse unas perras han de interpretar una danza ritual Masai en un poblado que por cuestiones migratorias lleva cuarenta años abandonado. Lo que no saben los cretinos embutidos en sus bermudas que les toman fotos, es que los esforzados bailarines estarían mucho mejor en un bar de Mombasa, vestidos a la manera occidental dando cuenta de unas cervezas bien frías.
El intercambio cultural brilla por su ausencia, nadie se empapa de la esencia del remoto país que visita. Los turistas se comportan como oocidentales prepotentes, respiran a la occidental, comen y beben a la occidental.
Y lo más destacable, salieron de su casa hablando su idioma, a lo largo de todo el viaje no hablaron más que su idioma y cuando regresaron siguieron hablando su idioma.
Confío sea esta una moda pasajera y la gente centre su atención en la vieja Europa, continente que alberga auténticas maravillas.
Y en esta bendita tierra nadie corre el riesgo de servir de pitanza a una anaconda.
Cuestión de gustos.